‘En Diarios 1945-1985’, Paulina Lavista permite al lector asomarse a las vivencias cotidianas del autor de ‘Farabeuf’, quien hoy hubiera cumplido 83 años
VIRGINIA BAUTISTA. CIUDAD DE MÉXICO. EXCELSIOR. A Salvador Elizondo (1932-2006), considerado el escritor más original y vanguardista de la llamada Generación de Medio Siglo, le gustaban la sopa de fideo y los tacos de chicharrón, además, comía mucho chile chipotle.
Al novelista, traductor y crítico literario le fascinaban el mar, las plantas, los animales y el paisaje mexicano. “Siempre usaba paliacate, zapatos ingleses y tweed irlandés; y no sólo bailaba rock and roll sin despeinarse, sino que se peleaba a golpes de traje”, recuerda su viuda, la fotógrafa Paulina Lavista.
Todas las vivencias y ocurrencias del autor de Farabeuf o la crónica de un instante, sus textos literarios y poemas, sus dibujos y las fotografías que tomaba, sus chistes y reflexiones, sus dudas y su estado de ánimo, así como los collages que construía con noticias e invitaciones culturales de los años 70, fueron plasmados en unos cien cuadernos.
Lavista, quien fue esposa del autor de El hipogeo secreto durante 37 años, ahora deja a sus lectores asomarse a ese gran universo escrito en diarios, cuadernos de escritura y nocturnarios a través del libro Salvador Elizondo. Diarios 1945-1985, que reúne una selección de los manuscritos.“No sólo es un diario personal, sino también de la ciudad, de sus personajes, de las fiestas a las que íbamos, de las personas que conocía, de lo que iba publicando y leyendo”, comenta en entrevista la artista de la lente.
Evoca a su esposo como un hombre “atractivo, atormentado, nervioso, que hablaba chino y lo obsesionaba la obra del escritor irlandés James Joyce; pero, sobre todo, era un gran conversador. Eso es lo que más extraño. Nos sentábamos con un whisky en la tarde a platicar y nuestra imaginación volaba. Era maravilloso”, detalla.
A diez años de la muerte del también cuentista, Lavista admite que no era un hombre fácil. “Era muy ordenado, no podías tocar nada, era muy intransigente. Pero también era adorable, tenía un gran espíritu, era todo un caballero, muy querendón con sus hijas y su madre. Era un hombre extraordinario. Tenía un alma muy linda”, agrega.
“También era romántico, celoso, iracundo, simpático, risueño, sentimental, ocurrente, puntual, flojo a veces, otras ocasiones borracho, exigente, crítico agudo, obsesivo, macho mexicano, mujeriego, fumaba, a veces mariguana, y lloraba con la poesía”, añade.
Cuenta que conoció a Elizondo —quien hoy hubiera cumplido 83 años—cuando ella tenía 13 años de edad, pues era amigo de su padre, el músico de cine Raúl Lavista. “Fue mi maestro, lo conozco de toda mi vida. Le debo demasiado. Él me ayudó a entrar al CUEC, fue mi primer cliente como fotógrafa. Luego, ya siendo mi marido, era mi primer espectador y yo su primera lectora. Ahora es alguien con quien dialogo, a veces le cuento lo que está pasando”, confiesa.
Amor sin fisuras
Lavista no olvida cuando Elizondo le propuso que fuera su mujer; ella tenía 23 años y él 36. “En 1968 me invitó una copa y me dijo que quería que yo fuera su chamaca. Yo le dije ‘vámonos conociendo’. Después fuimos a su departamento a tomar una copa, nos enamoramos y nunca más nos separamos”, narra.
Todos esos recuerdos se activan aún más cuando lee algunas de las 30 mil cuartillas que le legó el Premio Xavier Villaurrutia, por eso decidió compartirlas en diversos libros, como el que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica, para el que realizó el prólogo y la selección.
“Mi criterio fue adentrarme en aquellas pautas de su vida buscando su vocación, porque tiene varias. Un poco ver el camino del niño, del joven inquieto, hasta llegar a ser escritor. También procuré que hubiera pautas históricas: la guerra de las Malvinas, acontecimientos de México, bombas, lo que le preocupaba y comentaba”.
La artista mexicana añade que los diarios eran su alter ego, su catarsis, su confesionario. “El día que no escribía se lamentaba tanto que era insoportable. Tenía 18 cuadernos de escritura, donde iniciaba los textos literarios que iba a escribir. Hay algo que yo llamo cuadernos de muerte, son tres, que escribió los últimos dos años y medio de vida, cuando supo de su enfermedad. Y además todos sus diarios”, apunta.
Salvador Elizondo quería que se publicara este material. “En cada cuaderno o libreta dejó un índice de lo que consideraba notable. Y fechó y numeró cada uno, incluso cada página. Todo eso ahora me ha ayudado mucho”, asegura Lavista.
El libro sólo es la punta del iceberg, advierte, y promete que pronto dará a conocer más de estos manuscritos que muestran la trastienda creativa del autor de Narda o el verano y El grafógrafo.
Lavista sigue tratando de vender el archivo de Elizondo para que esté en mejores condiciones de las que ella lo tiene en su casa. “Pero quiero que se quede en México y con alguien que me permita seguir consultándolo. He pensado en el Centro de Estudios de Historia de México Carso. Pero esa es otra historia”, dice.