REVISTA ALGARABÍA. Se trata, más bien, de averiguar el origen de este término que les sorprenderá conocer su etimología, tanto como a mí.
Resulta que, a diferencia de nuestros políticos actuales, los romanos pensaban que quien se ofrecía para ocupar un cargo público debía tener una trayectoria limpia, por lo que hacían que vistiera una túnica blanca, llamada candida, que ostentaban para manifestar la pureza y honradez que se podía esperar de ellos.
De candida han derivado palabras como candela, cándido, candelabro, candente, incandescente y, por supuesto, candidato, que provienen de la raíz indoeuropea kand- o kend-, «brillar». Y aunque en la lengua de los césares candor significaba «blancura deslumbrante», en español se mantuvo con otro sentido que también tenía en latín: «sinceridad, sencillez y pureza de ánimo». De hecho, ninguna definición de candidus llegó a nuestra lengua con la alusión directa al color blanco y aunque usamos candente, por ejemplo, para referirnos a algo sumamente caliente, apunta específicamente a aquello que se «blanquea» por efecto del calor.
Por su parte, candela es «vela» y se le llamó así por el efecto del brillo que proviene del calor de la flama. Lo mismo sucede con cándido, «blanco», e incandescente, «blanqueado por la acción del calor».
Aunque la palabra candidato hoy es sumamente conocida por los hispanohablantes, no lo era antes de la segunda mitad del siglo xviii, como lo comprueba el Diccionario de autoridades —primera edición del drae (1729)—, que decía: «El que pretende y aspira o solicita conseguir alguna dignidad, cargo o empleo público honorífico. Es voz puramente latina y de rarísimo uso».