El 21 de febrero de 1978, en el Centro Histórico de CDMX, fue descubierto un misterioso monolito que, después de ser identificado, reveló la asombrosa imagen de la diosa de la luna.
Ángel Gallegos. México desconocido.
La madrugada del 21 de febrero de 1978, trabajadores de la (hoy extinta) Compañía de Luz y Fuerza del Centro reportaron el hallazgo (en la esquina que por aquel tiempo conformaban las calles de Guatemala y Argentina, en el Centro Histórico de la Ciudad de México) de un extraño monolito. Su misterioso relieve -apenas liberado-, parecía advertir que se trataba de un monumento de la época prehispánica.
Hasta ese lugar se reportaron arqueólogos del INAH, enviados por la Oficina de Salvamento Arqueológico, que acudieron al desesperado llamado de los electricistas.
“Se trataba de Coyolxauhqui”, me dijo un día mi buen amigo el arqueólogo Felipe Solís (q.e.p.d.), quien formaba parte de aquella cuadrilla de especialistas que se encargó de validar e identificar el misterioso monumento.
“La pieza estaba todavía semioculta, pero ya se alcanzaban a notar ciertos rasgos (los cascabeles en las mejillas y su cuerpo descuartizado, por ejemplo) con los que pude reconocer que se trataba de Coyolxauhqui, la diosa de la luna, hija de Coatlicue y hermana de Huitzilopochtli, el dios tribal de los aztecas”.
“¿Entonces usted estuvo ahí?”, le dije muy sorprendido por su relato. “Claro, si usted tiene oportunidad de ver algunas fotos de la época verá que soy aquel del bigotazo, con todavía algo de pelo chino y que luce un horroroso suéter de Chiconcuac, porque ¡ah! cómo hacía frío esa mañana”.
Pocos días después, y una vez liberada toda la circunferencia de aquel monolito (se trata de un gran disco ovalado de aproximadamente 3.40 por 2.90 m y 40 cm de espesor), el presidente José López Portillo -de infames recuerdos para muchos de nuestros abuelos y padres- pidió conocer a la “diosa de la luna”. Maravillado por su tamaño, imagen y simbolismo, ordenó de inmediato “que se derrumbasen los edificios coloniales de la zona y que saliera a la luz de los mexicanos de finales de los años 70, el Templo Mayor de los aztecas”. Un acto bienvenido por los amantes del México antiguo pero muy condenado por aquellos que siempre habían visto a la capital como la “Ciudad de los Palacios”. Y debo confesar que a mí también “me brinca” un poco ver aquel hoyo que hace hoy la zona arqueológica del Templo Mayor, en medio de los edificios coloniales y del siglo XIX, ¡y eso que soy fan de la cultura mexica!
Hoy, a 38 años del regreso de Coyolxauhqui, la hermana del poderoso Huitzilopochtli, bien valdría la pena darse una vuelta por el museo donde ella es una de las principales anfitrionas, el Museo del Templo Mayor. Este recinto, además del espectacular disco de la diosa desmembrada también exhibe cientos de maravillosos objetos (joyas, esculturas, ofrendas, y restos óseos, así como hermosos recipientes cerámicos) hallados durante las varias temporadas de excavación que duró el Proyecto Templo Mayor, desde 1978 hasta nuestros días, incluyendo el nuevo y sorprendente relieve de Tlaltecuhtli (hallado en 2006). ¡No dejen admirarlos y maravillarse con su misterioso diseño y simbolismo ancestral!
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Museo del Templo Mayor
Calle Seminario s/n, Centro Histórico, Ciudad de México.
Visita: martes a domingo de 9:00 a 17:00 hrs. Domingos entrada gratuita.
templomayor.inah.gob.mx