Martín Roberto Alexander. Algarabía.
Casi nadie puede contestar fielmente cuando le hacen la pregunta de cuál película —de todas las que ha visto en su vida— es su favorita.
Para contestar con veracidad, el cuestionado tendría que bucear por largo tiempo dentro de su memoria, en sus imágenes más recónditas, y hacer un recuento exhaustivo, que va desde las películas de Disney que vio en su más remota infancia hasta la que vio ayer, la revelación del cine de arte, la de un actor o actriz de moda, la de «a colores y sin mensaje» y hasta la de miedo, horror, suspenso, guerra, violencia, amor o risa, para saber cuál de todas es su favorita.
Ante la pregunta —un poco tonta y, más que nada, absurda—: si te fueras a una isla desierta y sólo te pudieras llevar una película, ¿cuál sería?, la gente —tanto los cinéfilos como los que no lo son— suele buscar entre ese universo, que en ese momento parece infinito, su mejor opción, sin dar con ella y, acto seguido, contestando por contestar, unos se van al lugar común —alguna que seguro a todos les parece buena elección—, como El padrino. Porque nadie se puede quejar de El padrino, porque El padrino es El padrino y porque Coppola es, y siempre será, Coppola; Marlon Brando es Marlon Brando; Al Pacino es Al Pacino y Robert de Niro es Robert de Niro, sin mencionar que Robert Duvall, Andy García, James Caan y Diane Keaton son quien son y muy pocos pueden poner en tela de juicio su talento. Y, sobre todo, porque nadie que haya visto —e incluso quien no haya visto— El padrino I, II y III puede negar que la saga es «grande».
Otros más dan el nombre de alguna de las más recientes o más famosas, alguna ganadora de Óscares y premios —porque nos hacen quedar bien. Algunos otros —sobre todo aquellos a los que se les ha hecho la pregunta ya varias veces y han tenido oportunidad de pensarla— se van por los clásicos, aquellas películas que han hecho del cine lo que es y que también resultan elecciones «políticamente correctas».
Hay otros que, al creerse más «eruditos» o al considerarse cinéfilos, han hecho la reflexión de su película favorita con mayor detenimiento y, entonces —cayendo quizás en el lugar común del gremio del que se creen parte—, sacan a relucir a directores de culto, películas raras y «poco conocidas», y cine de arte.
Y podríamos seguir citando casos y elecciones con los que muchos coincidiríamos y otros tantos nos sorprenderíamos, porque el cine da de todo y para todos: el séptimo arte es muchas cosas y depende de cómo se le vea y en qué etapa de nuestra vida estemos para que nos guste una u otra película, una u otra actriz, uno y otro director.
Una película que pudo ser nuestra favorita en una época, puede repugnarnos tiempo después, porque no cabe duda que, como decía Heráclito, somos como el agua del río y estamos siempre cambiando. Esto nos pasa todo el tiempo, y está bien, porque así podemos disfrutar muchas películas según nuestro devenir, según lo que nos esté ocurriendo en ese momento; ya lo decía Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia», y si ésta cambia, cambian nuestros gustos o necesidades, lo que queremos y lo que buscamos. Borges afirmaba que «un libro tiene tantas interpretaciones como lectores» y se corregía diciendo: «Más bien como lecturas, porque no somos siempre los mismos».