Ray Bradbury. Algarabía.
Los cuentos y novelas de Ray Bradbury constituyen una de las columnas que sostienen el vasto y complejo mundo de la ciencia ficción y de la literatura fantástica. A continuación, le presentamos fragmentos de lo dicho por Bradbury en el emotivo cortometraje realizado por Lawrence Bridges.
s cuentos y novelas de Ray Bradbury constituyen una de las columnas que sostienen el vasto y complejo mundo de la ciencia ficción y de la literatura fantástica. A continuación, le presentamos fragmentos de lo dicho por Bradbury en el emotivo cortometraje realizado por Lawrence Bridges para The Big Read, un programa de fomento a la lectura del Fondo Nacional para las Artes de los ee. uu.
¿Cómo fue que me enamoré de los libros? Te cuento: aprendí a leer cuando tenía tres años; me encantaban los cómics y las tiras cómicas de los domingos. A los cinco años tuve un libro de cuentos y me fascinaba leer todas esas historias maravillosas, como La bella y la bestia o Juanito y los frijoles mágicos. Y así empecé con la fantasía...
Dinosaurios y espejos
Cuando tenía tres años, vi mi primera película —El jorobado de Notre Dame (1923)—, me enamoré de las imágenes en movimiento y anhelaba crecer para ser jorobado. A los cinco, vi El fantasma de la ópera (1925), con Lon Chaney, y quedé embobado con él. Vi una película de dinosaurios, y los dinosaurios llenaron mi vida; entonces, a los seis años, comencé a leer acerca de ellos, y eso es algo que he hecho toda mi vida. Así funcionan las cosas: lo que comienza cuando tienes tres o seis o diez o doce años, llega a convertirse en tus ficciones cuando tienes 30. Las cosas que haces deben ser cosas que amas, y las cosas que amas deben ser las que haces.
Los libros son personas, no libros: cada vez que abres un libro, la persona salta afuera y se convierte en ti.
Cuando tenía siete años, fui por primera vez a una biblioteca; fue una gran aventura. Yo esperaba encontrarme con El Mago de Oz, de L. Frank Baum, o con Tarzán, de Edgar Rice Burroughs; abrí la puerta, miré alrededor y toda esa gente estaba ahí, esperándome. Los libros son personas, no libros: cada vez que abres un libro, la persona salta afuera y se convierte en ti. Tú vas a la biblioteca y sacas un libro del estante y lo abres, ¿y qué estás buscando? Un espejo; de improviso hay un espejo ahí y puedes verte a ti mismo, pero tu nombre ahora es Charles Dickens, William Shakespeare, Emily Dickinson, Robert Frost o cualquiera de los grandes poetas. Así que vas a la biblioteca y te descubres a ti mismo.
Una noche, solo, cuando tenía doce años, miré al planeta Marte y pedí: «Llévenme a casa». Y el planeta Marte me llevó a casa, y nunca regresé. Cuando salí de la preparatoria no tenía dinero, así que no podía ir a la universidad, y lo mejor que ocurrió fue que fui a la biblioteca. La biblioteca educa; los profesores inspiran, pero la biblioteca te llena, te satisface. Trabajaba vendiendo periódicos en una esquina y ganaba diez dólares a la semana. Cada mañana me levantaba y escribía historias, y en las tardes me iba a la biblioteca. A los 19, empecé a hablar acerca de mis amores y mis pasiones en la vida, y las puse en mis libros. Y ése es el secreto de mi vida: seguir mi camino y no el camino que la gente me dijo. Son tus ideas las que cuentan, y una biblioteca te puede ayudar con tus ideas, porque todos los grandes maestros, esos grandes escritores, te enseñan cuando estás en medio de una biblioteca. La biblioteca es la respuesta.
«No tienes que quemar libros para destruir una cultura: sólo haz que la gente deje de leer...»
R.B.
Jugando con fuego
Un día, llegó un hombre con el circo que se instaló a la orilla del lago. El hombre se sentó en una silla eléctrica, sacó una espada que tenía fuego; me vio entre el público, apuntó con su espada, me tocó la punta de la nariz y dijo: «Vive por siempre, vive por siempre». ¿Por qué dijo eso? No lo sé, pero fui a buscarlo al día siguiente a preguntarle. Él me llevó a una tienda en la que estaban todos los fenómenos; ahí me encontré con El hombre ilustrado.2 Supe que mi vida había cambiado. Cuando regresé a casa, me dieron una máquina de escribir de juguete; en ella escribí mi primera historia y descubrí que tal vez podría vivir por siempre si me convertía en escritor. Así que he escrito todos los días de mi vida en los últimos 75 años.
Líderes de muchos países temen a los libros porque los libros enseñan cosas que ellos no desean que se enseñen.
Cuando tenía quince años, Hitler quemó libros en las calles de Berlín. Y eso me aterrorizó, porque yo era un hombre de libros y él estaba metiéndose con mi vida; se volvió algo muy personal, porque yo pensaba que sin libros y sin la capacidad de leer nadie podía ser parte de civilización alguna. Líderes de muchos países temen a los libros porque los libros enseñan cosas que ellos no desean que se enseñen. Si sabes leer, tienes una educación completa acerca de la vida; pero si no, no sabes cómo decidir.
Fahrenheit 451
Publiqué la primera versión de Fahrenheit 451,2 llamada «El bombero», en la revista de ciencia ficción Galaxy, en febrero de 1951.
El papel de los libros arde a los 451º Fahrenheit
El editor la leyó y me preguntó si podía extenderla, porque tenía la intención de publicar la novela completa. «¡Y tienes que encontrarle un título, porque no se va a llamar «El bombero»! —me dijo—. Me quedé pensando en cuál sería la temperatura en la que arden los libros; llamé al departamento de química de la ucla, y no sabían; llamé a otra universidad y tampoco. Me dije: «No seas tonto, llama al departamento de bomberos», y ahí me dijeron: «El papel de los libros arde a los 451º Fahrenheit». Entonces le di la vuelta y la titulé Fahrenheit 451.
Cuando me mudé a Los Ángeles con mi familia —tenía dos hijas —, necesitaba una oficina porque mis hijas eran muy ruidosas —y maravillosas y encantadoras—, pero no tenía dinero para pagarla. Un día, andaba en la biblioteca de la ucla y oí teclear en el subterráneo.
Bajé y había una habitación con máquinas de escribir, donde pude rentar una por diez centavos la media hora. Así que, ya lo ven, Fahrenheit 451 se escribió en una biblioteca... ¡y no se estaba quemando! Firmé el contrato y volví a la biblioteca, donde agregué 25,000 palabras a la novela. ¿Cómo lo logré? Dejé que los personajes vinieran a mí: Montag vino y dijo: «¿sabes quién soy?», y el jefe de bomberos me relató su vida previa. Le pregunté: «¿Por qué quemas libros?», y me lo dijo. Clarisse McClellan vino —era una chica de 16 años que amaba los libros, las bibliotecas y la vida— y me contó más acerca de sí misma. Son mis personajes quienes escriben el libro; no yo.
Clarisse soy yo. Clarisse McClellan es Ray Bradbury, el joven que se enamoró de la vida. Y Clarisse es la esencia de la vida y la esencia del amor; ella educa a Montag, sin saber que es una educadora, una mujer de libros, de bibliotecas, una profesora que inspira. Y entonces él se atreve a ir a casa y roba un libro y lo mira, porque Clarisse McClellan —Ray Bradbury— le dijo que lo hiciera.
«Una biblioteca es buena si, cuando abres un libro, huele a polvo: el polvo del tiempo, polvo egipcio...»
R. B.
El amor y los libros
El libro fue muy bien recibido. Autores reconocidos a lo largo de los ee. uu. me escribieron y reaccionaron ante la novela. Un día, Christopher Isherwood —quien había cambiado mi vida con una gran reseña de mi libro Crónicas marcianas en la revista Tomorrow— me llamó y me dijo: «Aldous Huxley quiere conocerlo». ¡Huxley, el autor de Un mundo feliz, mi héroe! Así que un día fui a tomar el té con él, y el señor Huxley me dijo: «Señor Bradbury, ¿sabe lo que usted es?... ¡Usted es un poeta!». Mis editores me habían dicho que era un novelista y él me dijo que era un poeta. Yo estaba enamorado de Shakespeare, de Emily Dickinson y de todos los grandes poetas. Eso es lo que el amor hace por ti: no sabes lo que eres porque estás enamorado.
Si puedes encontrar a una persona que te ame, que ame la vida tanto como tú, y ame los libros tanto como tú, agárralo o agárrala y cásense. ¡La vida será maravillosa!
Yo encontré el amor en una librería —no en una biblioteca, pero una librería es como una biblioteca—: encontré a una bella chica que me esperó, y la invité a un café, y a comer, y me enamoré de ella y de los libros que la rodeaban. Y ella tomó votos de pobreza un año después y se casó conmigo, porque mis ingresos eran nada. Era una chica rica, y dejó todo su dinero para volverse pobre como yo, y vivir en Venice —California— sin teléfono ni coche. Pero vivimos con amor y libros, y escritura. Ésa es la respuesta a la vida: si puedes encontrar a una persona que te ame, que ame la vida tanto como tú, y ame los libros tanto como tú, agárralo o agárrala y cásense. ¡La vida será maravillosa!
La razón por la que mis libros son populares es porque soy alguien que ama, y por eso mis trabajos son poéticos —y yo no sabía que estaba haciendo poesía, pero lo hago—. En el corazón de mis libros está el regalo de la vida; está ese día cuando tenía doce años y descubrí que estaba vivo. Cuando la gente toca mis libros, ellos están vivos. Es el regalo que les doy, y quiero que los saquen de la biblioteca y los lleven de vuelta, así una y otra vez. Ama lo que haces y haz lo que amas. No escuches a nadie que te diga lo contrario. La fantasía debe ser el sentido de tu vida. Eso creo y por eso mi epitafio debería decir: «Aquí yace Ray Bradbury, quien amó la vida por completo».
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Ray Bradbury nació en Illinois el 22 de agosto de 1920 y desde niño mostró una gran afición por la lectura. En 1950, publicó Crónicas marcianas y, tres años después, Fahrenheit 451, sin duda, sus libros más conocidos. Varios de sus textos han sido adaptados para el cine, entre ellos Fahrenheit 451 filmado en 1966 por François Truffaut, con Oskar Werner y Julie Christie. Traducción y adaptación de Francisco Masse.