Por Juan Luis Cruz Pérez. La Jornada de Oriente.
Aunque tiene claro que de esta actividad “nunca llegaré a ser rico monetariamente hablando”, Carlos Ramírez es un joven apasionado de la música y la danza, las cuales trata de difundir entre jóvenes menores de 15 años, pues asegura que estas expresiones artísticas enriquecen y transforman para bien al ser humano.
Él es un joven de tan solo 26 años de edad, que acogió la licenciatura en música, pero que encontró en la danza otra forma de hacer y enseñar arte, el cual difunde entre sus alumnos de secundaria, quienes “encausan esa rebeldía propia de la edad en una expresión de arte y cultura”.
Originario de la capital del estado de Puebla, Carlos tiene algunos años trabajando en Tlaxcala, en donde da clases en algunas secundarias. Ha sido tal su éxito, que las dos escuelas donde labora en la entidad, lograron hacer el uno–dos en el concurso estatal de danzas y bailes regionales de instituciones de enseñanza privada.
Eso lo logró para las escuelas Juan Díaz y el Instituto Cuauhtémoc de Zacatelco, que este año arrasaron en el concurso estatal en la materia, colocando a sus planteles como las principales exponentes de la danza regional mexicana.
Carlos trajo a Tlaxcala dos de las principales danzas que se ejecutan en la sierra norte del estado de Puebla, como son la de los Migueles de la comunidad de San Miguel Tzinacapan y la de los hue–hues de Cuetzalan, las cuales ahora son desarrolladas con maestría por hombres y mujeres menores de 15 años de edad.
“El poder expresar a través de la danza una serie de sentimientos es muy posible y ahora lo hacemos con estos jóvenes que han encontrado en la danza un desfogue para su rebeldía, porque si bien al principio esta actividad era aburrida para ellos, ahora ellos mismos son los que exigen una mayor preparación y dificultad en las piezas que ponemos”, refiere el licenciado en música metido a instructor de danza.
Este miércoles, en la sede del Congreso local, Carlos presentó a sus dos grupos de danza. El llamado Juan Díaz presentó la pieza con la cual obtuvo el primer lugar del concurso, como es la danza de los Migueles, que es ejecutada en la comunidad San Miguel Tzinacapan del municipio de Cuetzalan.
“Esta danza representa la lucha del bien contra el mal, la batalla de lucifer y el arcángel Miguel cuando el primero fue expulsado del cielo. En la danza intervienen tres personajes principales: San Miguel, San Gabriel y San Cristóbal, así como tres pequeñas maringuillas y conjuntamente con el ejército de ángeles. Durante la representación, los danzantes realizan diálogos denominados relaciones. Los sones de esta danza son interpretados con violín y guitarra”, explica el espigado maestro.
La indumentaria consta de un pantalón de manta y una especie de vestido en satín para los ángeles con motivos en lentejuelas; portan también un cinturón en forma de rombo de la misma tela. Como parte de sus accesorios, cuentan con una cruz, un casco, una espada y unas alas hechas totalmente de madera y pintadas en color dorado. Las maringuillas llevan un vestido blanco que simboliza la pureza (pues representan a la virgen María); sus accesorios son una cruz de madera y una corona del mismo material, acompañados de un paliacate que van meneando al ritmo del son. El diablillo lleva un mameluco en color negro que le cubre la cabeza y una máscara con cuernos y la lengua de fuera que claramente representa a su personaje; en la mano porta un tridente.
“Todas estas danzas me hicieron investigar desde su historia y desde luego su música, lo cual nos permitió que los jóvenes la sientan suya y hasta disfrutan actuarla”, refiere Carlos.
La otra danza con la que ganó el segundo lugar el Instituto Cuauhtémoc es la de los “Hue–Hues”, la cual tiene un sentido agrícola–astronómico, ya que los pasos se ejecutan en cruz, como símbolo de los cuatro puntos cardinales y en círculos, como símbolo de la rotación del tiempo.
La vestimenta de los danzantes consta de un penacho confeccionado con plumas de ave, una capa, un pañuelo y maracas para acompañar el ritmo del baile y la ejecución del mismo. También utilizan un armazón de madera y una pieza en forma de cruz llamada “cruceta”, a la cual se suben cuatro danzantes y la hacen girar sobre un eje para representar el vuelo del Quetzal.
–¿Carlos es un apasionado de esta actividad?–, se le inquiere.
–Claro que sí, vivo de y para esto. La danza y la música son mi amor y pasión, porque aunque soy licenciado en música, me he desarrollado en otras disciplinas como el teatro y la danza y, desde luego, la música.
Sin embargo, admite que pese a la pasión que le imprime, los resultados financieros no son los que desearía, aunque su satisfacción es intangible, pues ésta se le reboza en el alma.
“La cultura del arte está muy desvalorizada, trabajando en esto no se llega a rico, pero lo más importante es difundir la cultura, el arte y sembrar el amor a las bellas artes y en eso estoy, quiero influir en las nuevas generaciones para que se apasionen de las bellas artes”, concluye el maestro.