La obra se publica a un año de la muerte del escritor que se cumplirá el 13 de abril
JUAN CARLOS TALAVERA. EXCELSIOR
Foto: Cortesía Siglo XXI Editores
CIUDAD DE MÉXICO.
“Escribir cansa, pero consuela”, dice Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-2015) en El cazador de historias, el último libro del autor uruguayo que dejó a manera de testamento literario, donde incluyó un puñado de textos autorreferenciales y más de 200 microficciones inéditas que incluyen personajes como el dios Tezcatlipoca, el cero maya, los conquistadores, la mitología griega, el infierno, la guerra, la muerte, la dictadura y la poesía, por mencionar algunos.
“Uno escribe sin saber muy bien por qué o para qué, pero se supone que tiene que ver con las cosas en las que más profundamente cree, con los temas que lo desvelan. Escribimos sobre la base de algunas certezas, que tampoco son certezas full-time, confiesa en las reflexiones de este volumen que se publica a casi un año de su muerte, que se cumplirá el próximo 13 de abril.
El libro, que ya se traduce al portugués, inglés y chino, se divide en cuatro secciones: Molinos de tiempo, Los cuentos cuentan, Prontuario y Quise, quiero, quisiera, donde Galeano explora la microficción, la fábula, el tablero de divagaciones y la memoria.
“Por un lado, es un típico libro de Galeano donde aborda los temas que lo preocuparon, obsesionaron, inquietaron o divirtieron en los últimos 20 años. Son reflexiones con su mirada original sobre el mundo contemporáneo, porque tenía esa capacidad de encontrar algo distinto en lo cotidiano desde una mirada distinta, irónica”, comenta a Excélsior Carlos E. Díaz, editor de Siglo XXI en Argentina.
Algo excepcional de este libro es que contiene tres secciones autorreferenciales, donde cuenta historias de sus primeros viajes por América Latina, viajes iniciáticos que lo marcaron el resto de su vida, como su relación con Juan Carlos Onetti, historias que se generaron a partir de sus relatos y un poema de despedida.
FICCIONES INÉDITAS
Pocas veces un autor se permite trabajar con su editor, pero Galeano, como de costumbre, citó a Carlos E. Díaz para trabajar en la compilación. “¡Venite a casa unos días!”, le dijo, y entonces viajó de Buenos Aires a Montevideo para cerrar el material.
“Fui para ver las historias y durante tres días estuvimos leyendo y viendo los criterios para cerrar el libro. Le gustaba estar en casa e ir a un bar brasileño en la parte vieja de Montevideo. Era un bar pequeño, de madera y para nada lujoso. Cierto día me dijo que nos viéramos en el bar para trabajar. Ahí estuvimos varias horas, pero no avanzamos nada: todo mundo iba a buscarlo y, como era tan amoroso, charlaba con todo mundo, se dejaba tomar fotos. Él charlaba y se divertía pero trabajar... fue imposible”, recuerda.
Luego llegaba el mesero y le decía: “Eduardo, te dejaron todo esto”. Y le acomodaba una pila con libros, cartas, mensajes y regalitos que le había dejado la gente que no lo había encontrado. “Entonces guardaba los mensajes y empezaba a firmar los libros y escribía una dedicatoria con un chanchito y una flor roja en la boca”.
¿Éste será el último libro de Galeano o existen más manuscritos inéditos?, se le pregunta al editor. “Es el único material inédito de Eduardo, por lo menos hasta donde sé. Así que con este libro se cierra su obra. Más bien hay libros olvidados que nos gustaría rescatar, como aquel sobre su viaje a Guatemala o su viaje a China durante los años 60”.
¿Qué sucede con el resto de textos finales de Galeano que no se incluyeron en este volumen?, se inquiere. “Son muy pocos los que quedaron afuera. Eduardo era un artesano y no imaginas la cantidad de veces que trabajaba cada texto, especialmente al recortarlos y quitarles adjetivos. Entonces los textos que quedaron fuera estuvieron al margen, porque no guardan relación con los temas del libro o les faltaba mucho trabajo... así que no hay más”.
¿Cómo definiría este libro en la obra de Galeano? “Es una obra de madurez y de cierre. Él tenía claro que éste sería su último libro. Así lo pensó, por todas las decisiones atípicas que tomó, como la supresión de adjetivos en las contratapas y el poema final que añadió, Quise, quiero, quisiera, que cuando lo leí no le di importancia, pero con el tiempo le he dado un gran valor, porque es como su testamento”.