Recuerdan al artista en el sitio donde vivió sus últimos 70 días
EFE. EXCELSIOR
AUVERS-SUR-OISE.
El recuerdo de Vincent van Gogh perdura en la ribera del río Oise, cuyas aguas plácidas surtieron la inspiración del artista holandés, que las representó en dos de sus lienzos más célebres: Barques avec figures au bord de l’Oise y Vue sur l’Oise.
El primero se acerca a la superficie acuática con ondas sutiles, y el segundo, donde el río ondula en el horizonte junto a una antigua fábrica y un puente férreo, sugiere una mezcla de modernidad y nostalgia que él achacó en su correspondencia al “paso desesperadamente rápido de las cosas en la vida moderna”.
Esos márgenes del Oise, en la localidad de Auvers sur Oise, al norte de París, acogen desde hoy y hasta el 28 de agosto diversas actividades como regatas, conciertos y exposiciones en homenaje del pintor.
Van Gogh (1853-1890) pasó allí sus últimos 70 días de vida, inmerso en un frenesí creativo del que surgieron 80 lienzos y que le impulsó a seguir creando aunque su ánimo inestable provocaba que se le “cayera el pincel de las manos”.
“Rodeado de una naturaleza que le recordaba la de su Holanda natal, experimentó un cierto renacer, un equilibrio y el aislamiento necesario para poder pintar”, explica la directora de turismo de la localidad, Catherine Galliot.
En esta localidad que conserva aún un aire decimonónico, un itinerario recupera las huellas de Van Gogh, con la iglesia que pintó con trazos sinuosos, la casa de su amigo Paul Gachet y la pensión donde murió como algunas de las paradas principales.
Siguiendo la recomendación del impresionista Camille Pissarro, Theo, hermano del artista, le encomendó a Gachet, médico y marchante de arte, y dueño de una casa de campo en el lugar.
Aunque este último era un pionero de la homeopatía y la electroterapia y especialista de la melancolía, su única receta al frágil Vincent fue “pintar, pintar y pintar”.
En ese ejercicio, representó en tres ocasiones al excéntrico Gachet —uno de esos retratos se vendió en 1990 por 82,5 millones de dólares y fue durante años el más caro del mundo—.
El doctor teñía sus cabellos de rojo y poseía una cabra como mascota que paseaba por el pueblo, y el pintor le regaló obras que se conservan hoy en día en el parisino Museo de Orsay. Van Gogh, que se convirtió en uno más de la familia, acudía cada domingo a almorzar en la rústica residencia del médico, donde se conserva aún la mesa de jardín roja donde posó un Gachet de mirada abstraída.
“He encontrado en el doctor un completo amigo y algo así como un nuevo hermano, tal es el parecido físico y moral entre nosotros”, escribió el artista. Fue Gachet quien hizo cubrir de una espesa enredadera, las tumbas de Vincent van Gogh, muerto el 29 de julio de 1890, y de su hermano Theo, ambas en el cementerio del pueblo.
Tras dispararse con un revólver en un bosque aledaño a ese mismo camposanto, el pintor regresó por su propio pie a la lóbrega habitación que alquilaba en el Auberge Ravoux, la única entre las múltiples alcobas que habitó Van Gogh que se conserva “intacta”, según indica el actual propietario, Dominique Janssens.
Así terminó una época prolífica en que Van Gogh inmortalizó un paisaje que había atraído antes que él a artistas como Pissarro, Camille Corot y Paul Cézanne, así como al preimpresionista Charles-François Daubigny.