Fernando Montes de Oca Monroy. Algarabía
El propósito de este artículo es deshacer entuertos sobre
los mitos y realidades del sol.
El sol ha sido siempre objeto de veneración y dedicación y, en las últimas décadas —después de la posguerra y gracias a la cultura urbana del bienestar y del culto al cuerpo—, se dio una tendencia en la que estar bronceado era símbolo de estatus y opulencia económica.
La cultura del sol
Recordemos esas estampas de los años 60 y 70, en donde el marido golfista, la mujer y los niños disfrutaban del sol sin ton ni son, esperando broncearse para luego «presumir su color» de vuelta a casa. Recuerdo que por esos años vi en Madrid un anuncio espectacular con el slogan «Lo moreno marcha».
Así, los años 80 y 90 vieron nacer todo tipo de bronceadores, aceites y hasta camas de bronceado para llevar el sol a todos.
Pero las cosas han cambiado, quizás porque la ciencia —la dermatología en particular— ha avanzado y hoy conocemos más sobre los efectos negativos del sol, quizás por el rompimiento de la capa de ozono1 y también porque cada vez hay más incidencia de cáncer de piel.
Por ejemplo, eso de que necesitamos el sol para obtener vitaminas D, C y E es cierto, pero con exponerse cinco minutos diarios se adquieren los requerimientos suficientes de dichas vitaminas —con excepción de los ancianos, quienes necesitan dosis mayores.
La piel y sus funciones
Las funciones de la piel son de termorregulación, inmunoprotección y principalmente de protección; esta última incluye agresiones físicas, químicas o biológicas
que la puedan afectar. Dentro de las físicas tenemos las radiaciones solares o ultravioletas, que están compuestas: 56% por radiación infrarroja —IR, responsables del efecto calórico—, 39% por radiación visible y 5% por radiaciones ultravioleta —UV, responsables de los efectos biológicos.2
Los principales efectos de las radiaciones UV, constituidos por ultravioleta A y B —UVA y UVB— son los siguientes:
Es importante aclarar que no todas las personas reaccionan de acuerdo con la tabla anterior; los efectos dependen del tipo de piel que se tenga —dado por la raza, la genética y el medio ambiente—, por lo que se han clasificado de la manera que se muestra a continuación:
¿Por qué hay que protegerse del sol?
Como hemos visto, algunos nos debemos proteger más
que otros, dependiendo de nuestro tipo de piel, pero aquí surge otra pregunta: ¿sólo debemos protegernos del sol en verano?
Sabemos que la cantidad de radiación UVB que alcanza la superficie de la Tierra depende en gran medida
de la estación del año, de la hora del día, de las condiciones meteorológicas y del estado de la capa de ozono.
La radiación de UVA, en cambio, es menos influenciable a estos factores; por lo tanto, hay que protegernos de ella durante todo el año.
Otra interrogante está en el ambiente: ¿qué debemos entender acerca de qué es el factor de protección —15,
20, 100, etcétera— que contienen los protectores solares? El factor de protección solar —FPS— es un número
que indica cuál es el múltiplo de tiempo que se puede exponer la piel protegida para conseguir el mismo efecto de enrojecimiento que se obtendría si no se hubiese aplicado ninguna protección.
Por ejemplo, un FPS 15 significa que un individuo protegido con una sustancia x —de acción química o física— puede estar quince veces más al sol antes de tener enrojecimiento.
Teóricamente, los fotoprotectores con valores de 15 a
20 son suficientes, pero, en la práctica, estos índices se reducen, por lo que se recomiendan FPS más altos, sobre todo en niños y en personas de piel tipo i y ii.
No hay protección ideal o total, ya que las radiaciones solares tienen una penetración incontrolable, pues se sabe que los rayos se infiltran en la masa de agua de los mares hasta 150 metros de profundidad.
Las sustancias que contienen un producto fotoprotector
se denominan filtros o pantallas; esto hace que se confundan con los términos de «filtro solar» y «protector solar», respectivamente, utilizados como sinónimos de «producto fotoprotector».
Es posible que el uso indistinto de estas acepciones —filtros, pantallas, bloqueadores y fotoprotectores— se deba a que en el habla inglesa el término sunscreen es utilizado para indicar un ingrediente
y un producto determinado a la vez. Por ejemplo, tanto el dióxido de titanio —que es una pantalla con un mecanismo de acción físico—, como la avobenzona —que es un filtro con un mecanismo de acción químico— se encuentran en la mayoría de los fotoprotectores solares.
El bronceado es un mecanismo de defensa de la piel que amortigua el daño ante nuevas exposiciones; por lo tanto, no es un estado normal.
Generalmente, los dermatólogos recomendamos que se cuide a los niños de la radiación solar, ya que ellos no toman el sol, juegan en él. Se sabe que un joven de 18 años ha incorporado entre 60% y 70% del daño solar que recibirá en toda su vida.
Usar fotoprotectores y lentes de sol es imprescindible, ya que las radiaciones pueden causar cáncer en la piel de los párpados —ésta es más delgada que el resto de la piel—, cataratas o degeneración macular de la retina. Cuando se va a asolear durante mucho tiempo, se debe usar ropa de tela gruesa, de preferencia blanca, y controlar los periodos de exposición, así como evitar el sol cuando su sombra sea más corta que su altura, ya que en ese momento está cerca o en el cenit, cuando las radiaciones son más intensas.
No cabe duda que lo que se conoce del sol ha empezado a caer en desuso, tanto que George Hamilton y Luis Miguel parecen como sacados de una revista de los años
80.