André Bourguignon. ALGARABÍA
Cuando la palabra «psiquiatría» fue creada —en 1842—, el término «locura» fue rechazado por quienes estudiaban esta especialidad, porque no lo consideraron científico.
ro, en el momento en que la locura se convirtió en una «enfermedad mental», sólo quedaba aplicar a la psiquiatría los métodos de la medicina, con la esperanza de descubrir la causa y el tratamiento de la enfermedad.
En 1826, Antoine Bayle, médico del manicomio Charenton,1 descubrió que la parálisis general —enfermedad de Bayle2 — estaba asociada a la meningitis crónica.
Hubo que esperar casi un siglo para que esa meningitis revelara su origen sifilítico. La vía estaba trazada: si se estudiaba el cerebro, se encontraría la causa de los trastornos mentales. Esta ilusión se reforzó cuando se diseminó, en la década de 1920, una epidemia de encefalitis letárgica, conocida también como «enfermedad de Von Economo» o «mal del sueño».3
Hoy en día, debido a los avances de la ciencia y la tecnología, se puede estudiar más a fondo el cerebro, aunque eso no disminuye considerablemente nuestra ignorancia sobre la naturaleza y las causas de la locura.
Durante mucho tiempo, un comportamiento determinado podía pasar de excentricidad a locura, de acuerdo con la época, la región y las circunstancias sociales.
El dominio psiquiátrico
Para calificar a un paciente como «enfermo mental», se deben poseer criterios científicos que sean sólidos e irrefutables, y las nociones de «salud», «enfermedad» y «normalidad» son tan triviales que no tienen nada de científico.
Si existe una diferencia entre locura y no locura, ésta no es cualitativa, sino cuantitativa, y corresponde a la época y la cultura. Dos hombres que se besen en la boca no serán considerados del mismo modo en Moscú o en París. ¿Cómo sería tratada hoy Juana de Arco? No cabe duda de que no podría acercarse al presidente.
Un psiquiatra nunca se arriesgará a extender un certificado de «perfecta salud mental».
Se estima que sólo 10% de los esquizofrénicos necesitan quedarse en un hospital permanentemente y que el aislamiento social y la miseria económica son factores de hospitalización más importantes que la enfermedad en sí.
Un gran número de enfermos con condiciones sociales y económicas favorables no llega a recurrir nunca al psiquiatra. Incluso, algunos —pienso en Hitler y en Stalin—, debido a su poder político, llegan a hacer partícipe a todo un pueblo de ideas que podrían considerarse verdaderamente delirantes.
La psiquiatría no tiene base
Para edificar una ciencia se necesitan principios y una teoría. La psiquiatría carece de ambos. Desconocemos los códigos que las neuronas utilizan para comunicarse e intercambiar información; de hecho, ignoramos todo sobre el contenido informativo del cerebro. ¿Cómo se convierten los fenómenos neuronales, puramente electroquímicos, en imágenes —sonoras, visuales u otras—, en sensaciones, en sentimientos y en afectos? En esto nuestra ignorancia es total.
En medicina, los criterios de clasificación son bastante precisos: causa de la enfermedad, naturaleza de las lesiones y demás. En psiquiatría hay que limitarse a clasificar a los enfermos en función de los síntomas, como en la medicina del siglo xviii.
A finales del siglo xix se denominó locura al comportamiento que rechazaba las normas.
El cerebro y el espíritu son uno solo, y la naturaleza de los trastornos depende tanto de ese complejo órgano como de la historia vital y la personalidad del paciente. Existen afecciones cerebrales sin trastorno mental y trastornos mentales sin una afección cerebral detectable.
El tratamiento de la locura se ha abandonado al empirismo. Ahora disponemos de armas terapéuticas relativamente eficaces contra los síntomas más manifiestos: depresión, agitación, angustia, delirio; pero estas moléculas no nos revelan el origen de los trastornos. A pesar de los progresos realizados, nuestra ignorancia acerca de la forma de acción exacta de los medicamentos sigue siendo grande, debido a la misma complejidad del cerebro.
¿Que es la locura? Frente a ella se pueden adoptar dos posiciones: o bien, como Pascal, decidimos que todos los hombres están locos —«los hombres están tan necesariamente locos que no estar loco sería estar loco con otro tipo de locura»—, o bien, calificamos de locos sólo a ciertos individuos y consideramos que los otros son «normales», aunque esta posición no puede sostenerse científicamente.
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André Bourguignon (1920-1996) fue un psiquiatra francés que trabajó junto con Jean Laplanche y dejó plasmadas sus interrogantes sobre la actitud científica y la ciencia en sí en diversos artículos, entre los que se encuentra el que aquí presentamos.