Carolina Mejía. Algarabía
Algunos podrán demorar años en terminar sus obras, pero hay escritores que tienen prisa y sólo les basta unos días para ver sus historias culminadas en papel.
La hoja en blanco puede resultar intimidante para algunos escritores que necesitas de horas de contemplación y reflexión antes de decidirse a plasmar la primera palabra en él. Para otros, este horizonte inmaculado tiene una nítida historia aguardando, y quienes labran sobre ese espacio parecen estar poseídos por un espíritu creativo incontrolable que se apodera de su cuerpo, y no hay descanso hasta no ver su obra culminada.
A continuación te presentamos una lista con diez escritores maratónicos, quienes lograron terminar sus relatos en menos de 50 días.
El jugador, de Fyodor Dostoyevsky (1867)
Era 1866 y este escritor ruso se encontraba en una situación desesperada: tenía veintiséis días para crear una historia desde cero, o si no, perdería los derechos de explotación de su obra durante los siguientes nueve años. Este extraño acuerdo editorial había sido acordado por él mismo un año antes, en el que se comprometía a entregar tres volúmenes de historias a cambio de un pago adelantado; luego de haber gastado este adelanto en apuestas, Dostoyevsky tuvo que recurrir a una mecanógrafa para que le ayudara a cumplir su responsabilidad en el plazo acordado, y hasta terminó casándose con ella. Esta novela logró terminarla a tiempo, y narra las desventuras de un apostador, inspiradas en su propia adicción al juego.
En el camino, de Jack Kerouac (1957)
Kerouac ya tenía su novela lista mucho antes de escribirla. Había pasado siete años de viaje por ee.uu y documentó cada detalle de su travesía en su libreta de notas. En 1951 finalmente decidió transcribir el hervidero de ideas que surgieron en esa experiencia. Unió 30 metros de papel, los colocó en su máquina de escribir y tres semanas después nació una de las novelas que inspiró a la generación beatnik.
Naranja mecánica, by Anthony Burgess (1962)
Después de ver la adaptación filmográfica de su obra, Burgess no se sentía satisfecho. Declaró que era una lástima que la gente sólo lo recordara por una historia que había escrito en tres semanas –sólo porque necesitaba el dinero–, cuando había muchos otros de sus trabajos de los que se sentía aún más orgulloso.
Estudio en escarlata, de Arthur Conan Doyle (1886)
Doyle ya había intentado escribir una novela dos veces antes, sin mucho éxito. En su tercer ensayo, A Study In Scarlet, Doyle presentó por primera vez al famoso detective Sherlock Holmes. La historia, escrita en tres semanas, se publicó en la Strand Magazine y tuvo tanto éxito que los editores le pidieron a Doyle más historias del detective de la calle Baker.
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La plenitud de la señorita Brodie, de Muriel Spark (1961)
En 1960, la clase de Muriel Spark tenía como tarea escribir un relato corto acerca de lo que harían durante las vacaciones. Spark, con su característica originalidad y humor, decidió romper la consigna y contar lo que una versión ficticia de su maestra haría en el verano. El resultado de esto es un relato acerca de un grupo de chicas en un internado en Edimburgo que son guiadas por su maestra en el arte de la seducción y la complicidad femenina.
La esencia del mal, de Sebastian Faulks (2008)
En 2006, familiares de Ian Fleming –periodista inglés, creador del héroe de ficción James Bond– solicitaron al escritor Sebastian Faulks –mejor conocido por sus novelas históricas– que escribiera una continuación a la saga del agente secreto más famoso para celebrar el centenario del nacimiento de su creador. Esta historia logró terminarla en tres semanas, fue celebrado por el público, pero resultó calificado mediocremente por los duros críticos conocedores.
El agente confidencial, de Graham Greene (1939)
Graham Green ya tenía una carrera consolidada como novelista pero sus ganancias eran insuficientes para lograr sostener a su familia. Ante esto se le ocurrió un plan para solucionarlo: durante las mañanas debía escribir una novela ligera, mientras que por las tardes se dedicaría a trabajar en su obra más extensa: The Power and the glory. Durante seis semanas Greene mantuvo este ritmo de producción, consumiendo tabletas de Benzedrina –anfetaminas– para mantener constante su energía.
The tortoise and the hare, de Elizabeth Jenkins (1954)
Esta novela que relata un triángulo amoroso entre dos mujeres que compiten por el amor de un hombre es en parte autobiográfica. Jenkins tuvo un romance con un doctor casado que nunca se decidió a divorciarse. Para olvidar el desengaño amoroso, la novelista trabajó durante tres semanas en esta obra y tras concluirla nunca volvió a releerla, pues los recuerdos de esta época le parecían demasiado dolorosos.
El niño con el pijama de rayas, de John Boyne (2006)
En un esfuerzo maratónico, el escritor John Boyne completó el borrador de esta novela en sólo dos días y medio. Él trabajó durante sesenta horas seguidas, tomando sólo pequeños descansos para comer e ir al baño. La hazaña fue inexplicable para el mismo Boyne, quién generalmente se toma meses de planificación y trabajo en cada una de sus publicaciones.
Lo que queda del día, de Kazuo Ishiguro (1989)
Después de el éxito de sus primeros trabajos, Ishiguro se dio cuenta de que sus compromisos sociales como celebridad literaria bloqueaban su creatividad, Acordó con su esposa Lorna tomar un periodo bautizado por él como «crash». Durante ese tiempo Lorna asumió todas las tareas del hogar mientras que Ishiguro se encerraba a escribir, sin ninguna interrupción de 9 am a 10.30 pm. El primer borrador fue escrito a mano en un mes y es considerada una de las mejores novelas del autor.