Con autorización de Era, publicamos un fragmento del más reciente libro de Claudio Lomnitz sobre Ricardo Flores Magón
CLAUDIO LOMNITZ. EXCÉLSIOR
Cuando los anarquistas mexicanos hablaban de sus empleos o trabajos, los llamaban “yugos”. Poco después de que Enrique Flores Magón saliera de la cárcel, Rafael García le escribió: “En primer lugar, deseo encarecerte que no gastes tu limitadísimo tiempo en escribirme cartas largas”. Enrique debía cuidar su salud. Era demasiado tener dos “yugos” y mantener al día tanta correspondencia. Rafael continuaba felicitando a Enrique: “Por la ‘espectacular’ ascendencia de ese hueso, te ‘felicito’; nada agradable es yugo alguno, pero menos agradable es andar eternamente en busca de un chupa-huesos y, después de todo, tu yugo no es de lo peor, e indudablemente te dejará provecho”. 32
La tensión entre el trabajo como una imposición externa (un “yugo”) y el trabajo como un antojo (un “hueso”) es la tensión entre la realidad subjetiva del trabajador individual, que necesita, desea y busca un trabajo tan ansiosamente como un perro desea un hueso, y la realidad colectiva de todos los trabajadores, que han sido sometidos a un yugo en tanto clase social. Sin embargo, la tensión también expresa la relación entre la vida en Estados Unidos (un sacrificio impuesto) y la vida para México (un deseo).
Entre los militantes, estas contradicciones se resolvían con la ansiosa búsqueda de un yugo para pagar las actividades revolucionarias. Los exiliados revolucionarios mexicanos se llamaban con frecuencia a sí mismos “luchadores” o “gladiadores”, pero su lucha implicaba una vida parecida a lo que las feministas llaman “la doble jornada”: trabajaban en sus yugos durante largas horas y luego usaban el sueldo para sus actividades colectivas y para el regreso. Si eran mujeres, a veces tenían que realizar una triple jornada. Unas semanas después de la muerte de su hermano Ricardo, Enrique le habló a su mejor amigo de su mala salud y atribuyó su condición al desgaste de su doble vida:
Llevo ya como un mes de traer un constante dolorcillo en el corazón. Y hay momentos, cuando me fatigo un poco, que me duele tanto y se me escapa el aliento de tal manera que hasta se me hiela el cuerpo y me tiemblan los nervios. Desilusiones, miserias, desengaños, angustias enormes y tristezas hondas en mi doble lucha por la causa y la torta de pan, trabajos excesivos —de día para el amo, de noche para los esclavos.33
A esto se referían Enrique y Ricardo cuando pensaban en sus vidas con una paradoja: eran esclavos de la libertad, una condición que requería una disciplina para soportar el castigo físico y mental, pero también un agudo sentido de la urgencia por emanciparse.34 Ambas fuerzas —esclavitud y emancipación, exilio y retorno— eran inmanentes en la vida cotidiana de estos luchadores.
El mexicano, cuento de Jack London que sucede en un círculo social idéntico al de los personajes de este libro, trata de esta poderosa combinación de esclavitud y libertad en las diarias vicisitudes del yugo.35 Es la historia de un enigmático joven mexicano llamado Felipe Rivera que ofrece sus servicios a la Junta revolucionaria en Los Ángeles. Al principio, los miembros de la Junta no confían en él. Es un joven callado y misterioso. “‘Tiene el alma destrozada’, dijo May Sethby. ‘Le han arrancado la luz y la sonrisa. Parece un muerto y sin embargo está terriblemente vivo’.”36 El joven Rivera es un enigma para la Junta, porque nadie sabe nada de su pasado ni de su yugo; nadie sabe qué hace cuando no está trabajando para la Revolución.
Cuando estalla la Revolución, la Junta necesita dinero desesperadamente para comprar armas y Rivera misteriosamente se ofrece a traer la enorme suma que se requiere. Es entonces cuando se revela que gana el dinero para la Revolución como boxeador. El cuento de London termina con una pelea profesional, de recompensa monetaria inmediata, en la cual interviene Rivera como un sustituto muy en desventaja. Frente a un contrincante que es un campeón de boxeo al estilo del Great White Hope,37 Rivera exige que sea una pelea en la que el vencedor se lleve toda la bolsa.
El público le silba a Rivera y ni siquiera, en su propia esquina del ring, su equipo de asistentes cree en él. Jack London tiene el mérito de haber hecho de la conexión entre esclavitud y emancipación, exilio y retorno, yugo y revolución, el eje de la única historia que escribió sobre los mexicanos revolucionarios de Los Ángeles: “A Rivera se le olvidó su gesto usual de odio. Una imagen de innumerables fusiles lo cegaba. Cada rostro en el público, hasta donde él podía ver, los asientos más caros, se había transformado en un fusil. Y vio la larga frontera mexicana, árida, bañada por el sol y dura, y a todo lo largo de ella vio a las bandas andrajosas que sólo esperaban las armas”. No deja de ser apropiado que London haya escogido el boxeo, “el odiado juego del odiado gringo”, como el yugo de su personaje. Rivera, escribió London, “despreciaba pelear por un premio; eso le era totalmente indiferente”.38
Sin embargo, el hecho de que Rivera sea un boxeador natural ¿no significa nada? Para Jack London sí, pues la historia decididamente tiene como eje el drama de la pelea y no el drama en el campo de batalla. No cabe duda de que los revolucionarios también se preocupaban por sus trabajos y por su vida en Estados Unidos. En última instancia, éstos eran espacios radicales para el cambio y la autoformación, no siempre aceptados con gusto, pero siempre transformadores.
La Revolución tiene un ritmo que es un doble contrapunto: pasado/futuro y presente/futuro. Pasado y presente son fuentes alternativas de posibilidad y de fuerza para el futuro. El personaje mexicano de Jack London está obsesionado por la imagen de sus padres asesinados en 1907 a manos de las tropas del dictador en la huelga de los trabajadores textiles de Orizaba. Este recuerdo es la llama que le da la dureza del acero durante la pelea. Sin embargo, lo que lo vuelve indispensable para la Revolución es su triunfo en “el odiado juego del odiado gringo”.
Por qué escribí este libro
Exilio y retorno, pureza ideológica y adaptación pragmática, personalismo y rechazo por principio del personalismo. Éstas son las tres parejas de antípodas que conforman este libro. Son las que han estado, también, en el centro de mi relación con México y con América Latina.