La Redacción. Algarabía
La gramática tradicional que nos enseñaron en el tercer año de primaria, si no mal recuerdo, reza así: el objeto indirecto —oi; también conocido como dativo— es aquel que nombra al ser u objeto que recibe la acción del verbo en forma indirecta, y la forma más práctica de reconocerlo dentro de un enunciado ⎯según [...]
La gramática tradicional que nos enseñaron en el tercer año de primaria, si no mal recuerdo, reza así: el objeto indirecto —oi; también conocido como dativo— es aquel que nombra al ser u objeto que recibe la acción del verbo en forma indirecta, y la forma más práctica de reconocerlo dentro de un enunciado ⎯según la misma vieja y repetida lección⎯ es responder a una de las siguientes preguntas:
¿a quién(es) + verbo + sujeto?
¿para quién(es) + verbo + sujeto?
Y ya para el final de la clase, la última lección sobre el oi era revelada: éste puede ser sustituido por los pronombres le o les.
Llevé una rosa a María.
Le llevé una rosa.
Sin embargo, algo de lo que nunca, en ninguna clase, ningún maestro nos advirtió, es de las ganas que tendríamos de involucrarnos sentimentalmente con una acción, generando vínculos emocionales con expresiones como:
cuídamelo mucho
estúdiame la lección
te me lo tomas todo
no me le des de comer tanto al niño
me duele mi cabecita
Ese me, ése del que nadie nos habló, es una forma de oi comúnmente llamado dativo ético, que añade un matiz de subjetividad presentar al hablante como persona vivamente interesada y profundamente afectada por la acción a que hace referencia el enunciado. De ahí que sea considerado como un elemento sumamente expresivo y enfático, y que se le encuentre de manera particular en la lengua coloquial, tan característica del siempre expresivo y enfático español mexicano.
«Te me lo tomas todo», por ejemplo, es más expresivo que «tómatelo todo». A la primera forma podría atribuírsele el siguiente significado:
No quiero que te lo tomes, sino espero, deseo y me interesa que te lo tomes.
De esta manera, el me incluye al hablante en la acción que se desarrolla. Expresiones como éstas no implican que el hablante esté a punto de una crisis nerviosa o de quitarle la vida a quien lo escucha, pero sí formulan quejas, preocupaciones o requerimientos que son más explícitos y expresivos que si el monosílabo en cuestión fuera omitido.
¿Quién no escuchó en su infancia «te me vas a lavar las manos» o, ya más grande, «te me vas a molestar a la más fea de tu casa»?
El dativo ético —también conocido como dativo superfluo o dativo de interés—, como ya se dijo, es una construcción propia del español:
* Los franceses dicen: «lloran mis ojos» —ils pleurent mes yeux—
* Nosotros: «Me lloran los ojos», como diciendo «Lloran mis ojos, los que yo estimo tanto por ser míos».
Y a veces, para imprimir a lo que decimos mayor emotividad, construimos oraciones como: «Me lloran mis ojos», que es el extremo del involucramiento, y que constituye otro fenómeno al duplicar el posesivo ⎯algo parecido a construcciones como «su mamá de él», en los que el hablante duplica el sentido de posesión.
Probablemente, el mayor encanto de ese dativo ético, del que nadie nos habló en la primaria, radica en la posibilidad de transmitir, mediante una palabra monosílaba, todo un desgarrón emotivo que, seguramente, no se podría expresar por medio de otras palabras de más arresto, fuerza y enjundia.
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