José Luis Díaz. Algarabía
No toda la información es conocimiento, sólo aquella que está organizada de tal forma que es o pueda ser deliberadamente útil.
En la primera parte de este artículo te explicamos acerca de los senderos por donde nos lleva el conocer y las formas en que aprendemos. Veamos ahora los diversos tipos de conocimiento, así como los elementos comunes que tienen con todo lo que implica su acción.
Podemos reafirmar, en conformidad con la epistemología clásica, que
el conocimiento es una relación que se establece entre un sujeto y un objeto. En esta relación interviene, de manera central, un conjunto de datos por medio de los cuales el sujeto considera que su saber es válido, así como una creencia —o un conjunto de ellas— que reafirma sus conclusiones como certeras.
Características generales del conocimiento
Una persona adquiere certeza de algo por medio de la percepción, el razonamiento, la imaginación,
la confirmación de otros seres, las fuentes de información humana, la manipulación de un objeto, la afinación de un movimiento o la vivencia de una situación.
El conocimiento se da siempre en un contexto, en una relación de circunstancias, y este contexto es la clave para que ocurra.
El conocimiento dista de ser la imagen o la representación pasiva de un objeto —como sugiere la idea de que conocer es aprehender o capturar ese objeto. Así, para que el conocimiento surja, el sujeto debe comportarse activamente con el objeto. La relación entre ambos consiste en una serie de operaciones gnoseológicas1 particulares, como son: percibir, atender, valorar, razonar, imaginar o manipular información, todo referente al
objeto.
La representación que surge como resultado de
estas operaciones se traduce en un cambio de conducta
del individuo —lo que, por cierto, refleja el proceso de adquisición de información que llamamos aprendizaje—. La relación entre sujeto y objeto que denominamos conocimiento es una unidad dinámica con dos polos.
Sólo en un proceso activo y constructivo de interacción entre objeto y sujeto puede surgir el conocimiento; de hecho, podría decirse que el conocimiento es el esquema dinámico que resulta de tal interacción.
Si bien una clave fundamental del conocimiento está en la representación, no son los procesos mentales particulares ligados a ella los que mejor definen al primero, sino la resultante de operaciones mentales, comportamientos particulares e interacciones del sujeto con el objeto, en los cuales la representación opera, se desenvuelve y se acomoda.
El objeto, entendido como algo concreto en el espacio-tiempo, que está en oposición al sujeto, y éste, a su vez, entendido como algo abstracto, son nociones que se disuelven en la práctica.
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Todo lo que percibimos, pensamos e inferimos —incluido el lenguaje común y
el matemático— es producto de la función cerebral o de lo que los científicos cognitivos definen como «la mente». Sin embargo, si queremos
ser insidiosos, podemos agregar que el cerebro es un objeto más
de ese mundo mental, lo cual
conforma una paradoja como las que le gusta plantear al epistemólogo cognitivista Douglas Hofstadter para aturdirnos.
Decálogo gnoseológico
El conocimiento, para su conocimiento, debe ser:
representativo y simbólico. La información propia de
las actividades mentales es de tipo representativo o «representacional»; tiene contenido y se refiere a «algo».
adquisitivo y constructivo. Los empiristas han planteado que el conocimiento surge de los sentidos y la experiencia; los racionalistas afirman que proviene del pensamiento y la razón.
Tomás de Aquino propuso
que el conocimiento surge de la experiencia sensorial
y del pensamiento, como consecuencia de trabajarlos
en conjunto.
Kant afirmó que el conocimiento tiene elementos previos a la experiencia —el contenido procede de la experiencia, la forma de la razón—. Piaget muestra que el desarrollo intelectual de los niños está regido por lapsos activos e impetuosos de adquisición y por periodos relativamente largos de asimilación y equilibrio.
relativo y progresivo. Ningún organismo reconstruye el mundo de manera absoluta. Lo que aprehendemos de los objetos son apenas fracciones o aspectos y no esencias o integridades.
metódico y normativo. Para conocer, todo método se vale. El método es dúctil y puede ser modificado
y reinventado, pero en el conocer siempre hay un procedimiento sujeto a estimación.
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activo y productivo. El conocimiento consiste en la posesión de una técnica para la comprobación, descripción, cálculo y previsión de un objeto.
aplicado y mañoso. El conocimiento también es la generación de modelos y de teorías, sistemas explicativos que interpelan, interpretan y predicen la realidad, y su aspecto pragmático queda plasmado en la producción de artefactos y en la generación de tecnología.
La verdad como correspondencia exacta entre la mente y el objeto es elusiva, pues aun la descripción más exhaustiva no puede constituirse como una verdad absoluta.
adaptativo y creciente. La función del conocimiento es la adaptación y su consecuencia, la evolución. El aprendizaje es un proceso de adaptación a nuevos contextos.
difuso y ecológico. El conocimiento se manifiesta como una interacción del sujeto y su medio, que implica la totalidad del organismo. En el organismo íntegro, con sus órganos, flujos de información y mecanismos conductuales, reside y opera el conocimiento.
válido y adecuado. La verdad se ha considerado en la epistemología como la adecuación entre el conocimiento y el objeto, siempre y cuando la adecuación se
defina como «correspondencia».
convincente y manifiesto. La verdad de un conocimiento adquiere un atributo de convicción en la conciencia humana. Cuando la convicción es subjetiva se llama certidumbre; cuando es objetiva, certeza o garantía, le llamamos saber.
El artículo completo sobre este tema lo encontrarás en Algarabía 49