Por Iván García. La Jornada
Dogen, conocido también como Eihei Dogen (por el templo Eihei, que él mismo fundó), fue el gran reformador del budismo japonés en el siglo XIII, al establecer el soto zen (o zen de la meditación sentada), que aprendiera en China y que fue fundado en ese país en el siglo IX. Aunque desde latitudes muy distintas, fue contemporáneo de los místicos Rumi y Hadewijch de Amberes, y es junto con ellos uno de los grandes maestros espirituales y literarios de todos los tiempos.
Como señala Alberto Silva (un verdadero conocedor del soto zen en Latinoamérica y coautor de una flamante traducción de los Diarios de viaje, de Basho), Dogen recibió al nacer el nombre civil de Kigen Minamoto Fujiwara, lo que revela su pertenencia a los clanes más poderosos de Japón. Sin embargo, quedó huérfano desde muy niño y esto incidió notablemente en su vida, hasta que a los veintitrés años emprendió el viaje decisivo a China.
Los poemas que aquí se presentan pertenecen a los Cantos del pino real. ¿Por qué Dogen, siendo el gran maestro de la meditación sentada, escribió cantos, tratados y poemas? Es conocida la controversia que el soto zen mantuvo con el rinzai zen (al cual han sido afectos poetas del continente americano como Jorge Eduardo Eielson, Gary Snyder y Paulo Leminski, o por lo menos a una variación de este linaje), ya que –a muy grandes rasgos– el primero subraya que la iluminación sólo se consigue meditando sentado y el segundo considera también a la palabra y al acto cotidiano. ¿Por qué entonces Dogen cultivó la poesía? No fue nunca un artilugio externo a su experiencia. Como señala Silva, Dogen no creía “en distinciones como soto, rinzai, incluso escuela y, menos, zen. Dogen hace énfasis en zazen shikantaza (solamente sentarse) y en el hecho de que ‘práctica y despertar son uno y lo mismo’, así como en la necesidad de ‘realizar un esfuerzo sostenido’.” El propio Hongzhí, que en el siglo XII fundó el monasterio chino de “la iluminación silenciosa” (donde Dogen aprendió el soto), también cultivó la palabra.
La traducción ha sido un feliz descubrimiento, ya que pertenece nada menos que al poeta argentino Hugo Gola. La encontramos entre sus papeles, alrededor de 2011, cuando dejó Ciudad de México tras un exilio de varias décadas y volvió a su país. Desconozco si los tradujo del francés, portugués o italiano, que son las lenguas con que trabajaba. Los papeles no consignaban ninguna referencia, ni siquiera la de Dogen; sólo tenían dos correcciones de su puño y letra. ¿Qué pudo haber llevado a Gola a traducir a Dogen, sin importar que fuera de manera indirecta? Diría que antes que temas o ideas, lo motivó un talante de vida; más exactamente, una vida sencilla, campesina, que fue tan íntima para ambos. En los poemas de Dogen aparecen las nubes, el viento, la luna apacible y algunas reflexiones sobre la precariedad del ser humano, la mística de la escritura y el surgimiento de un espíritu verdadero ante el desamparo. Esas fueron preocupaciones que también desvelaron a Gola, lo cual permite que Dogen hable con tal felicidad en nuestra lengua •