Carolina Mejía. Algarabía
«Trabajo duro y me muevo en la dirección de un arte de ideas, porque la realidad es solamente un punto de partida, y nunca un punto de parada».
La mañana del 26 de abril de 1969, el pintor surrealista Joan Miró caminaba, con arrojo en la mirada, hacia el Colegio de Arquitectos de Cataluña –coac–, armado de botes de pintura y acompañado por un pequeño séquito de arquitectos.
Tenía en mente una obra magistral, un acto de subversión jamás antes visto con el que pretendía sacudir la figura del artista confinado a las paredes de los museos y galerías.
Algo similar ocurrió cuando tenía 17 años y se rebeló de forma destacada contra el arte tradicional: la familia lo forzó a alejarse de su pasión para estudiar comercio, lo cual repercutió en su ánimo y cayó enfermo.
Los colaboradores del artista comenzaron a pintar mensajes a favor de la independencia de Cataluña sobre los ventanales de la escuela, utilizando únicamente los colores que Miró había aprobado –amarillo, rojo, azul y verde–. Al terminar, Miró añadió los últimos detalles con negro y quedó completa la obra de 44 metros de largo con 70 m2 de superficie. El 30 de junio, Miró regresó al lugar de la obra y comenzó a borrar su trabajo con una escoba y aguarrás. Al final del día, el mural desapareció tan repentinamente como lo erigió.
Desbordamiento
Joan Miró siempre escapó de los moldes que intentaban imponerle, en su oficio artístico y en su vida personal. Cuando intentó seguir la carrera como comerciante que su padre había soñado para él, acabó sufriendo un colapso nervioso que lo obligó a abandonar la Escuela de Comercio de su natal Barcelona. Después de enfermar de tifoidea, Miró se retira a la costa de Montroig.
Inspirado por los paisajes y la tranquilidad apacible de la zona, Miró decidió dedicarse a la pintura profesionalmente.
De 1912 a 1920, Miró se entregó por completo a sus aspiraciones artísticas y tuvo una activa producción de obras como estudiante en la Escuela de Arte de Francesc Galí, donde también estudiaron Francesc Ràfols y Enric Cristòfol Ricart. Al terminar su instrucción académica ahí decidió mudarse a París, para escapar de la vida rutinaria y asfixiante que aborrecía de Barcelona.
La vida en París era difícil para un artista desempleado, y Miró siempre recordó aquellas noches en las que el hambre le hacía ver figuras en el techo de su estudio, ilusiones que después imprimía en su obra.
Pintor en el día y boxeador amateur por la noche, Miró conoció a Ernest Hemingway en el ring. El escritor se obsesionó con La Masía (1922), pieza en la que aquel artista trabajaba durante ese momento, que hasta tuvo que pedir prestado a todos su conocidos para tener dicha pintura.
Los logros profesionales se empataron con un momento de dicha personal cuando Miró se casó con Pilar Juncosa y tuvo a su única hija.
En Francia Miró tuvo contacto con los pintores surrealistas y dadaístas. A pesar de que su primera exposición fue un fracaso y no vendió una sola obra, en 1925 participó en la primera exhibición surrealista organizada por André Breton. Sus pinturas retrataban vívidos y coloridos sueños, con formas extrañas, y comenzó a montar exposiciones en Francia y ee.uu.
Proceso experimental
En 1930 Miró anunció su breve retiro de la creación artística para explorar sus habilidades como diseñador de vestuario para ballets. Cuando retomó la pintura sus obras se volvieron cada vez más lóbregas, y durante un periodo los personajes que retrataba eran criaturas monstruosas. Este rumbo en su estilo parecía el presagio de un conflicto mundial que estallaría en Europa, así como del inicio de la Guerra Civil en España. Miró contribuyó con propaganda para la causa republicana en Cataluña, y completó el Bodegón del zapato viejo (1937), pieza que reflejaba su estado emocional, de confusión y ansiedad, ante la situación mundial.
Durante el estallido de la Segunda Guerra Mundial Miró vivía en la costa de Normandia. Miró, quien se vio forzado a abandonar su costumbre de observar detalladamente a las estrellas por la ventana, comenzó su trabajo más personal: Constelaciones. En esta serie de pinturas se repite el elemento de la escalera, símbolo que ha sido interpretado como una metáfora de la necesidad que Miró incluyó como representación del «escape». En mayo de 1940, con una de sus pinturas como único equipaje, el artista logró escapar con su familia en el último tren que salía de París, justo antes del avance de las tropas alemanas para ocupar la ciudad.
Su trabajo alcanzó reconocimiento internacional, además que su fama despuntó cuando comenzó a crear murales. En la Exposición Internacional de París realizó El sesgador (1936), y en 1950 logró una obra monumental en la universidad de Harvard, la cual tuvo que ser retirada una década después debido al deterioro producido por las altas temperaturas. En 1959 realizó dos murales para la unesco, y por este trabajo recibió el prestigioso Guggenheim International Award.
Después seguiría su efímera intervención en el coac. A pesar de que la intervención pudo parecer una excentricidad para algunos, Miró tenía muy claro el mensaje que buscaba transmitir. Decía que «las obras deben ser concebidas con fuego en el alma, pero ejecutadas con frialdad clínica».
A los 87 años Miró seguía cosechando éxitos. En 1980 el rey Juan Carlos i le concedió la Medalla de Oro de las Bellas Artes del Estado español por su carrera artística. Tres años después, entre exposiciones y ceremonias para conmemorar su nonagésimo aniversario, Joan Miró falleció en Mallorca.