Ilse Lyssen Pérez Morales. Algarabía
No tengan empacho, éntrenle con ganas a estos platillos literarios que seguramente los dejarán harto satisfechos.
Los invitamos a sentarse con nosotros a la mesa para hacer un recorrido culinario a través de ciertos pasajes de la literatura universal, los cuales, dispuestos en un menú de varios tiempos, prometen complacer, incluso, al paladar más exquisito.
No sólo los poetas —como Miguel Hernández con sus versos tristes a la cebolla o Pablo Neruda con su «Oda a la alcachofa», entre otros— han encontrado en la comida, en el pan de cada día, una inspiración para escribir. Son muchos los escritores que han hecho poderosos pasajes recurriendo a este motivo, que es a la vez una necesidad y un placer.
Por ejemplo, recordemos en la mitología griega, escrita a voces, el banquete siniestro de Tiestes —cuando, sin saberlo, saborea a sus tres hijos—; o en la Biblia, el episodio de la Última Cena, en el que Jesús se reúne con sus doce discípulos para compartir una austera y simbólica comida, constituida por pan y vino; o la famosa tragedia de Shakespeare en la que Tito Andrónico rapta a los hijos de su enemiga y los sirve de cena.
En esta selección elegimos algunos de los platillos más generosos y extravagantes de la literatura, que esperamos sean de su provecho.
Empezamos nuestro menú con un primer tiempo bien servido traído directito de la Edad Media; se trata de un texto de tradición caballeresca, del autor Chrétien de Troyes: Perceval o el cuento del Grial (1180). En el capítulo «En el castillo del Grial», el recién nombrado caballero Perceval cena con el Rey Pescador —protector del Santo Grial en las tradiciones artúricas—; se trata de un banquete elegante, propio de reyes y caballeros.
El primer plato fue una pierna de ciervo con grasa y
pimienta picante. No les faltó vino claro, de gusto suave,
bebido en copas de oro. Un paje, que había cogido la
pierna de ciervo en pimienta y la había puesto en el
plato de plata, la trinchó delante de ellos y les ofreció
los pedazos encima de un pastel muy cabal. [...] En la
mesa no se escatiman los vinos y los manjares, que son
gustosos y agradables. La comida fue buena y sabrosa;
aquella noche al prohombre y al muchacho que estaba
con él les fueron servidos alimentos propios de reyes,
condes y emperadores. Después de haber comido, los
dos hablaron en la sobremesa; y los pajes prepararon las
camas y las frutas para la noche, de las que había muchas
y de gran precio: dátiles, higos, nueces moscadas,
clavo, granadas, y finalmente electuarios: jingebrada
alejandrina, pliris arconticón, resumptivo y estomaticón.
Después tomaron varias bebidas: pigmento sin miel ni
pimienta, viejo vino de moras y claro jarope.
Como segundo tiempo tenemos un festín para gigantes. Es un banquete preparado por el autor francés François Rabelais1 ,en el capítulo xxxvii: «Cómo Gargantúa, peinándose, sacó de entre sus cabellos las balas de cañón», del libro de Gargantúa (1534). Aquí se relata cómo Grandgoursier recibe a su queridísimo hijo, después de una batalla en la que las balas de cañón casi lo dejan calvo:
Dicho esto, prepararon la comida, para la que, como
extraordinario, fueron asados 16 bueyes, tres terneras,
32 terneros, 63 cabritos domésticos, 398 cochinillos
de leche, 220 perdices, 700 becadas, 400 capones
de Loudonois y Cornuaille, 6 000 pollos y otros
tantos pichones, 600 gallinetas, 1 400 liebres y 303
avutardas. Además tuvieron 11 jabalíes que les envió el
abad de Turpenay, 17 ciervos que les regaló el señor de
Grandmon, 140 faisanes del señor de Essars y algunas
docenas de palomas, zoritas, cercetas, alondras,
chorlitos, zorzales, ánades, avefrías, ocas, garzas,
cigüeñas, aguiluchos, patos, pollos de la India y otros
pájaros, abundantes guisados y la mar de verduras.
Todo ello fue muy bien dispuesto por Frippesaulce,
Hoschepot y Pilluerius, cocineros de Grandgousier;
Ianot, Micquel y Verrenet sirvieron de beber con
abundancia.
Para quienes tienen estómago fuerte ofrecemos una probadita de lo que le encanta comer al publicista Leopold Bloom. El escritor irlandés James Joyce nos dice así en el capítulo iv, «Calipso», de Ulises (1922):
A Mr. Leopold Bloom le gustaba saborear los
órganos internos de reses y aves. Le gustaba la sopa
de menudillos espesa, las mollejas que saben a
nuez, el corazón asado relleno, los filetes de hígado
empanados, las huevas de bacalao fritas.
Lo que más le gustaba eran los riñones de cordero a la plancha que le
proporcionaban al paladar un delicado gustillo a orina
tenuemente aromatizada.
Esperamos que con estas degustaciones, al igual que Marcel con la magdalena y el té en En busca del tiempo perdido (1913), que algo extraordinario ocurra en su interior. Encuentra este artículo completo en la edición 115 de Algarabía