ARQUEOLOGÍA MEXICANA
El tlachtli o ulama está rodeado de simbolismos que lo hacen convertirse de un simple pasatiempo en una actividad ritual de tintes políticos y religiosos. Su ubicación física entre los edificios asociados al poder y sus elementos arquitectónicos son sólo pequeñas muestras de la relevancia del juego de pelota. Su existencia se remonta al menos a los últimos siglos antes de nuestra era.
Hablar del juego de pelota prehispánico en México es a la vez justificado y muy reductivo: reductivo porque, según las evidencias arqueológicas, iconográficas y etnológicas, no existía un solo tipo de juego, sino varios, muy distintos y probablemente antagónicos. Justificado porque la mayoría de estos juegos nunca conocieron una historia o trayectoria tan larga y rica como el tlachtli, o ulama, como se llama ahora. Este juego, que se practica todavía en ciertos pueblos de Nayarit o de Sinaloa, tiene una antigüedad que alcanza por lo menos los últimos siglos antes de nuestra era –o sea, el Formativo o Preclásico Tardío–, y se supone que su origen podría encontrarse entre los olmecas; el descubrimiento reciente de bolas de caucho en el cerro Manatí indica que esta sustancia era ya conocida entonces. El tlachtli tiene así una existencia de más de dos milenios, a pesar de los cambios y acontecimientos que constituyen la historia de México. Además, a través de los siglos, el juego de pelota ha evolucionado y cambiado mucho, aunque siempre conservó un papel primordial entre los distintos pueblos que lo practicaron o lo rechazaron. Con más de mil doscientas canchas ahora registradas en Mesoamérica y en el sudoeste de Estados Unidos, el juego de pelota, entre otros fenómenos, constituye un rasgo cultural que permite caracterizar el mundo mesoamericano.
Tomado de Eric Taladoire, “El juego de pelota mesoamericano. Origen y desarrollo”, Arqueología Mexicana, núm. 44, pp.