La jornada
La historia no es lineal o predecible y se debe desechar la idea determinista; no se puede determinar su curso, sino revalorar el papel del sujeto en la construcción de la historia y ante la teoría, pues en ésta no debe preceder la interpretación a la investigación,
Esas son algunas ideas sobre las que se reflexionó en la presentación del libro El nacimiento de la antropología: positivismo y evolucionismo, del antropólogo y sociólogo Héctor Díaz-Polanco, la cual se efectuó la noche del lunes en Casa Lamm.
En esa obra, publicada por Grupo Editor Orfila Valentini, teoría e historia se amalgaman. Se parte de que los fenómenos sociopolíticos y económicos constituyen los vectores que hacen comprensible la conformación de los sistemas teóricos. Asimismo se explora el vínculo entre pensamiento social y condiciones históricas en periodos claves, como la restauración de 1815, las revoluciones de 1848, la revolución industrial, la gran depresión de 1873 y la fase imperialista.
Se estudia también a los autores que formularon los momentos estelares de cada una de las posiciones incluidas, a saber: Claude-Henri de Saint-Simon, Auguste Comte, Johann Jakob Bachofen, Lewis Henry Morgan y, para culminar, la crítica de la filosofía histórica de Karl Marx.
Centuria importante
En la presentación de Díaz-Polanco, con los comentarios de Paco Ignacio Taibo II y Armando Bartra, el autor explicó que la finalidad es mostrar que algunas ideas y planteamientos de la izquierda provocan ciertos problemas respecto de la visión de la sociedad y la historia.
Se debe recordar, dijo el investigador, que el XIX es importante por muchas razones; en ese siglo surge el Estado-nación y nacen lo que hoy conocemos como ciencias sociales. Antes no existían como tales. Por ello, los autores que se analizan en el libro son considerados padres de las ciencias sociales.
En esa centuria, indicó, “hay una gran bifurcación del pensamiento social, uno que da origen a una línea que conduce al pensamiento burgués y otro es la aparición de un pensamiento que se convierte con el tiempo y debido a un par de revoluciones, en un pensamiento muy importante para la humanidad.
Lo que planteo es que esos dos pensamientos surgen en un momento, o mejor dicho, en una atmósfera que hace que ambos estén contaminados irremediablemente. Es una atmósfera, en el siglo XIX, que constituyó lo que conocemos como concepción evolucionista del mundo, la cual aparece en todos esos pensadores.
En síntesis, explicó Díaz-Polanco,esa concepción se refiere a una visión que supone que la sociedad atraviesa por fases o etapas históricas, en sentido ascendente y positivo, que son necesarias y no se pueden evadir. Lo que implicaba que entre más se asciende más progreso, idea que es una preocupación en el libro, respecto del papel nefasto que ha cumplido en el pensamiento y la práctica de la izquierda.
Lo que se trata de demostrar en el libro, destacó, es que ni el propio Marx logró desprenderse de esa línea de pensamiento, sino hasta la etapa final y dramática de su vida, que se podría definir no como el Marx joven o maduro, sino el viejo Marx, el Marx anciano, etapa que va más o menos de 1875 a 1883, cuando murió, es decir, sus últimos ocho años.
Marx en ese periodo se enfrenta al otro, a lo que él consideraba no central, cuando escribió una serie de manuscritos en respuesta a un cuestionamiento que le hizo Vera Zasúlich, quien le envía una inoportuna carta haciendo una serie de señalamientos y una simple pregunta.
Zasúlich más o menos le dice a Marx: su libro que acaba de ser publicado (tomo I de El Capital), ha sido leído por todos los revolucionarios de Rusia y, como usted en el libro está planteando una sucesión histórica que conduce de una etapa social a otra, resulta que nosotros tenemos una cosa que llamamos comunas rusas; por tanto, la pregunta es muy sencilla, ¿tenemos que pasar primero por la disolución de la comuna para llegar al capitalismo y luego al socialismo, o podremos saltarnos esa etapa?
Marx dedica entonces mucho tiempo a dar respuesta a ese cuestionamiento. Escribe cuatro manuscritos, tratando de dar cuadratura a ese círculo, hasta finalmente lograr una síntesis al respecto, en la que se refiere que no se puede predeterminar el curso de la historia. Para construir el conocimiento se requiere no poner por delante la interpretación a la investigación, sino que se necesita poner por delante la investigación histórica, para luego pasar a la interpretación.
Entonces, se trata de poner de manifiesto en el libro que el viejo Marx, luchando con todo lo anterior que había planteado en su vida, y luego de revisarlo, escribe cuatro manuscritos, que no fueron conocidos en su momento. Lo que es algo increíble. En ellos el centro de su pensamiento, en ese momento, es que no hay precondiciones ni un determinismo de la historia y que el socialismo al que podemos aspirar es el que nosotros mismos vamos a construir, que va a ser posible con la acción, y de lo que se desprende la importancia del papel del sujeto como constructor de la historia.
Hasta hace unos años, dijo Díaz-Polanco, “estaba convencido de que esos manuscritos habían sido públicos en su momento, publicados en una revista rusa y conocidos por la comunidad académica marxista. Sin embargo, fueron encontrados en su archivo.
Olvídense entonces de la muerte del capitalismo en términos de observación, concluyó el antropólogo; ese sistema no va a morir en su cama, sino pateado en la calle. Al capitalismo hay que destruirlo, porque aún con sus contradicciones internas no va a colapsar. Además, el socialismo no es lo que le sigue de manera fatal; el socialismo es lo que podamos construir.