SONIA ÁVILA. EXCÉLSIOR
Las 195 estaciones del Metro fueron ocupadas por 12 grupos de mujeres para el performance Pulso. Foto: David Hernández
La suma de un todo. Energía sincronizada. Pulsación resonando en las entrañas. Era el latido de dos centenares de mujeres debajo de la Ciudad de México. Dos centenares de teponaztli –instrumento musical prehispánico– que sonaron al unísono. Y retumbaron en los muros el poder de la colectividad. Esa que invitó por un momento a pensar y entender la capital desde su origen: su sistema de canales acuíferos, hoy secos.
Fue Pulso, el performance de la artista Tania Candiani (Cd. de México, 1974). Una acción sonora que realizó ayer por la mañana en el Sistema de Transporte Colectivo Metro. Las 195 estaciones de la red ocupadas por 12 grupos de mujeres vestidas con casacas grises y manos pintadas de rojo. Tropas de percusión que interrumpieron la monotonía matutina de los usuarios.
El performance fue parte del programa de acciones artísticas Proyecto Líquido de la Fundación Alumnos47, coordinado por Jessica Berlanga.
Divididas en colectivos, las mujeres se reunieron en las terminales de cada línea. A partir de las ocho de la mañana los grupos iniciaron el recorrido. En cada estación bajaban al anden y, mientras esperaban el siguiente tren, tocaban sus teponaztli. Así en cada una de las paradas de la línea hasta llegar a su punto de encuentro, la estación Refinería. “Fue muy interesante cómo pudimos reproducir un sonido de nuestros antepasados en la ruta que ellos tenían para moverse que eran los canales”, comentó Perla Sánchez, una de las participantes.
La propuesta de Candiani fue repensar una ciudad montada sobre una zona lacustre, ahora extinta. Su investigación partió de un par de mapas de la ciudad de la época prehispánica. Sobre estos sobrepuso uno de la red del Metro, y encontró que todo el sistema de transporte está construido en la trama de canales. Con Pulso buscaba reactivar, simbólicamente, estos caminos secos.
Y, en cierto modo, lo logró. La estación Refinería, con 34 metros de profundidad, retumbó por más de media hora. Mientras los grupos de mujeres llegaban, se enfilaban sobre el andén y ahí esperaban al resto de participantes. Los trenes no detuvieron su marcha. Pero los usuarios curiosos sí; se tomaban un par de segundos para hacer una fotografía o filmar con su celular.
Creo que sí contagiamos a las personas del Metro, que generalmente van ensimismadas, y para nosotros era importante compartirles, insertarnos en su cotidianidad y sorprenderlos con esta acción”, reflexionó Leticia Becerril, de 62 años de edad. La mayor de las 200 mujeres.
Aunque el proyecto no tenía intenciones feministas, empoderó a las participantes. Lourdes Fuentes, diseñadora gráfica, se sintió una guerrera: “Para mí el instrumento fue algo muy simbólico, mostró cómo las mujeres dimos más de lo que creen que podemos dar, fue una manera de mostrar que somos guerreras”.
Con los 12 grupos en Refinería, el sonido se concentró en las escaleras de salida. Tres niveles de gradas saturadas de la mayor potencia de los teponaztli. Y se sumaron los gritos. Esos de emoción, de alegría, de poder y de energía.