Por Paula Carrizosa. La Jornada de Oriente
El arqueólogo Ángel García Cook, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), reconocido por su trabajo en la región de Tehuacán-Cuicatlán que desarrolló desde sus inicios en campo, en 1961, así como en la zona arqueológica de Cantona, falleció el 29 de enero a los 79 años de edad.
Nacido el 17 de agosto de 1937 en Teotitlán del Camino, Oaxaca, hoy Teotitlán de Flores Magón, en la región de la Cañada, cerca de los límites con Puebla, el arqueólogo recibió un homenaje en octubre de 2016, como un reconocimiento que el INAH hizo de su larga trayectoria de más de 56 años.
Orgulloso de “haber encontrado los olotes más antiguos del mundo” en las cuevas de Coxcatlán, San Marcos y Purrón, en sus primeras investigaciones de campo al lado de Richard S. MacNeish, Ángel García Cook se distinguía por la sencillez de su trato, su disciplina y su gran capacidad de organización.
Era considerado un arqueólogo integral y consecuente con la obligación de divulgar aquello que se explora, como lo demuestran sus más de 200 títulos entre libros y artículos, de los que sobresalen algunos que son fundamentales, como Análisis tipológico de artefactos —derivado de su tesis de maestría— y La producción alfarera en el México antiguo.
Sobre el homenaje que se le rindió en el Museo Nacional de Antropología, el arqueólogo manifestó su alegría y consternación, porque decía que si le hacían un reconocimiento por su trabajo, había muchas otras personas que también lo merecían.
Siempre sostuvo que había llegado a la arqueología por accidente, pues en la infancia su sueño era ser ingeniero y construir carreteras. Sin embargo, sorpresivamente se vio inmerso en un mundo que lo atrapó poco a poco: el de la historia y la arqueología, al que dedicó más de cinco décadas de trabajo ininterrumpido.
Le gustaba recordar que por simple curiosidad, en 1958 había acompañado a su amigo Gabriel Moedano a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), que entonces se encontraba en la calle de Moneda, donde hoy se localiza el Museo Nacional de las Culturas, a la cual se inscribió por casualidad iniciando su trayectoria en la arqueología.