El emperador azteca es descrito como una persona necia, inexperta, megalómana, arrogante e incluso despiadada en una nueva novela histórica que trata de desvanecer el halo heroico con el que la versión oficial lo ha encumbrado
LUIS CARLOS SÁNCHEZ. Excélsior
El poder es el arma más letal que existe y Cuauhtémoc parece haber sucumbido ante ella. Necio, inexperto, megalómano, arrogante e incluso despiadado, así dibuja al último emperador azteca una nueva novela histórica que trata de desvanecer el halo heroico con el que la versión “oficial” ha encumbrado al hombre que sucumbió ante el poder de los conquistadores españoles.
“Cuauhtémoc –dice el escritor tapatío Antonio Guadarrama Collado (1976)–, igual que Nezahualcóyotl, son dos personajes que se han venerado en exceso, en mi opinión ninguno de los dos merece el lugar que tienen en la historia”. En Cuauhtémoc. El ocaso del imperio azteca (Ediciones B, 2015), el autor atribuye al gobernante el capricho de enfrentar una guerra perdida contra el ejército de Hernán Cortés y acabar propiciando un “suicidio colectivo” en la antigua Tenochtitlán.
Producto de diez años de investigación, la novela cierra la serie Grandes tlatoanis del imperio en la que Guadarrama ya se había ocupado de Tezozómoc, Nezahualcóyotl, Moctezuma Xocoyotzin y Cuitláhuac. En su última novela, narra el ambiente en el que creció Cuauhtémoc, la serie de intrigas y tiranías que ocurrían al interior del gobierno tenochca y la manera en que el último tlatoani decidió enfrentar la creciente fuerza de los españoles.
“Hoy sería inconcebible un gobernante como Cuauhtémoc, cualquier otro se queda muy por abajo, no sé por qué se le ha venerado de esa manera. Cuando decide enfrentar a los españoles ya era una guerra perdida y se lo dijeron muchos de los miembros de la nobleza, pero se negó a escucharlos a tal grado que los empezó a matar, las crónicas de los de Tlatelolco dicen que los mexicas comenzaban a matarse entre ellos. Había dos guerras una contra los españoles y otra guerra interna. Cuauhtémoc no tenía ninguna posibilidad de ganar, fue una necedad absurda de llevar al pueblo a un suicidio colectivo”, considera.
Cuauhtémoc era hijo del tlatoani Ahuizotl (con el que el imperio azteca había vivido su mayor esplendor) y primo de Moctezuma Xocoyotzin, quien había decidido dejarlo vivo después de asesinar a sus hermanos para evitar sombra en el poder. En la versión de Guadarrama, será su madre quien le recuerde a Cuauhtémoc sus orígenes y quien alimente en él la idea de hacerse con el poder. Cuando llegan a Tenochtitlán las primeras versiones de que los españoles han llegado al Nuevo Mundo, Cuauhtémoc es entonces un joven rebelde que con grandes esfuerzos estudia para convertirse en sacerdote de Tlatelolco.
Instalado como religioso empieza a recibir consejos de quienes están interesados en derrocar a Moctezuma. La inexperiencia, sin embargo, evita que se atreva a actuar y no será sino hasta que Moctezuma se convierte en cautivo de Hernán Cortés, cuando empieza a ver factible la idea de convertirse en tlatoani. Cortés decide pactar la libertad de Cuitláhuac (hermano de Moctezuma, también cautivo) quien habrá de convertirse en nuevo tlatoani y dirigir la defensa de Tenochtitlán.
La viruela, traída por los españoles, acabará de manera prematura con el señorío de Cuitláhuac y es entonces cuando Cuauhtémoc, con menos de 20 años, es elegido como su sucesor por encima de los hijos de Moctezuma; Guadarrama fabula que incluso ejecuta con sus propias manos a uno de ellos. A partir de ese momento, el poder será la tumba de Cuauhtémoc: se convierte en un altanero gobernante que liquida a todo aquel que le contradice, que se empeña en enfrentar a los españoles con la fuerza antes que negociando y que acabará huyendo dejando a sus paisanos a su suerte.
A pesar de ello, dice el novelista, la historia ha juzgado a Moctezuma como un cobarde y a Cuauhtémoc como un valeroso héroe. Del primero afirma que llevó a cabo una estrategia muy astuta negociando con Cortés la paz en beneficio de su pueblo: “Moctezuma no pensaba que Cortés fuera Quetzalcóatl o que los españoles fueran dioses, eso es una invención, no le tenía miedo a Cortés, simplemente lo recibió, había códigos de guerra que Cortés no respetó y a traición lo encerró en su palacio, eso no se había visto jamás en el Anáhuac”.
De acuerdo con cronistas como Bernal Díaz del Castillo, Moctezuma intentó fugarse sin conseguirlo y dice Guadarrama que su pueblo no estaba totalmente contra él, incluso aventura que la historia de que murió a causa de una pedrada es un invento. Plantea que pudo suicidarse para nunca aparecer como una víctima caída a manos de los conquistadores. Cuauhtémoc, por el contrario, “se envuelve en una necedad que le impide ver la situación de una forma más congruente y ver a futuro de lo que está haciendo”.
Cuauhtémoc ignora que Cortés sigue conquistando los pueblos aledaños a Tenochtitlán, quienes están muy resentidos con los aztecas y decide fortificarse en la propia ciudad hasta quedarse sin suministros. “Hernán Cortés es un hombre mucho más astuto, tiene más experiencia en la guerra, manda construir unos bergantines para 20 o 30 personas, con madera traída y cortada desde Tlaxcala hasta Texcoco y manda construir un canal con el que llega al gran lago, para entonces Cortés ya tiene conquistado todo el valle del Anáhuac y entra con sus bergantines a México Tenochtitlán, cuando Cuauhtémoc ya no puede con esta batalla le pide apoyo a los tlatelolcas, pero ellos le ponen como condición que si ganan la guerra serán los dueños del imperio, lo que hace el tlatoani es entregar el imperio con tal de salvar su vida”, dice.
“Cortés le manda mensajes a Cuauhtémoc, le pide que ya se rinda, él se niega, finalmente cuando ya no puede con la guerra (después de un asedio de más de dos meses), él decide huir, ahí es cuando se cae este héroe que nos han inventado, no hay forma de llamarlo héroe, cuando lo que realmente hace es escapar con sus amigos y familiares”.
Guadarrama piensa que la supuesta localización de los restos de Cuauhtémoc por parte de la historiadora Eulalia Guzmán en la década de los cincuenta del siglo pasado y la admiración del expresidente José López Portillo del último tlatoani, le colocaron en un pedestal. “Primero fue por la mentira de Eulalia Guzmán de supuestamente haber encontrado los restos de Cuauhtémoc. Por otra parte también está el afán de López Portillo, quien se encargó de venerar su imagen y enaltecerlo. Ha sucedido como en la Independencia, que se ha buscado enaltecer a algunos personajes sin que lo merezcan”, concluye.