Andrea Tamayo. Algarabía
No falta el vino ni la carne, la abundancia y opulencia es la única constante.
Una calle repleta de colores, recios aromas, música jocosa y risotadas provenientes de extrañas máscaras. Todos los presentes ríen, cantan y bailan entre ellos sin pudor ni vergüenza. Se trata de un carnaval de la Edad Media, de esos que sólo con la imaginación podemos ver en nuestras mentes pues es muy probable que ninguno de los que aún existen pudiera compararse. Era una época en que la religión.
Las normas sociales y la moral no aplicaban durante el carnaval.
Según el Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Corominas la palabra «carnaval» proviene del italiano carnevale, derivado de carnelevare, compuesta de carne; cuyo significado en español es el mismo que ahora reconocemos, y levare, que se refiere al verbo ‘quitar’; esto es: ‘quitar la carne’.
Esto hace referencia a una fecha del calendario litúrgico: «el domingo de quincuagésima» –un domingo antes del miércoles de ceniza–, y se llama así porque de ese día a la Pascua faltan cincuenta amaneceres. Por tanto el carnaval era concebido como una periodo de tres de días –domingo, lunes, martes– durante el cual eran permitidos todos los excesos que precedían a la cuaresma, temporada de ayuno en que era ley evitar la carne y hacer sacrificios.
La gente sabía que el ayuno se aproximaba, por ello durante el carnaval aprovechaban para engullir todo lo que pudieran; bebida, carne y otros placeres.
En los carnavales la esencia del festejo era más profunda, en ellos se representaba la victoria temporal del humor sobre las normas, la burla frente a la religión, la broma en contra de los dogmas. En la Edad Media, estas festividades iban acompañadas de procesiones que atestaban las plazas públicas de las ciudades.
–Como cuando sucedió la gran matanza de gatos–
Los carnavales eran festejos públicos muy importantes y esperados por el habitante medieval común. Las plazas públicas se llenaban de gente que participaba o presenciaba representaciones cómicas que banalizaban a las autoridades feudales y religiosas a través de la burla y la blasfemia. Se celebraban la Fiesta de los locos y la Fiesta de
los asnos —que conmemoraba la salida de María y José a Egipto tras el asedio de Herodes—, que consistía en celebrar una especie de «antimisa» con un burro como protagonista; mientras esto sucedía, quienes se congregaban dentro de la iglesia se divertían e incluso podían tener relaciones sexuales.
Al ponerse máscaras en el rostro, las personas tenían permitido todo.
Para Mijaíl Bajtín, crítico literario ruso, el carnaval era un «mundo al revés» donde la gente parodiaba la vida cotidiana en una frontera entre la realidad y el arte [...]; estas fiestas eran «la segunda vida del pueblo».
–Orgullo por las tradiciones: la fiesta de la Guelaguetza–
Los bufones eran la personificación del carnaval. Con trajes y sombreros de distintos colores realizaban parodias, profanaciones, que pretendían criticar la realidad. Con sarcasmo la gente del Medievo reprochaba el yugo que las clases sociales y las instituciones ejercían sobre ellos.
Los carnavales cambiaron, ahora reconocemos los más famosos como el de Río de Janeiro, el de Venecia, el de Nueva Orleans—llamado «Mardi Gras», ‘martes graso’ en francés—y el de Veracruz en México. Todos mantienen la esencia de la risa carnavalesca, tiempo para dejar de lado —aunque sea por tres días— la austeridad de los días de cuaresma.