La Redacción. Algarabía
Las lenguas «nacen», «mueren», e incluso se «reproducen»... ¿Cómo, cuándo ocurre; y que repercusiones hay de esto?
¿Qué es una lengua amenazada? La terminología lingüística —especialmente la histórica— es con frecuencia antropomórfica. Podemos hablar de familias lingüísticas, lenguas ancestrales, descendientes, relación genética, etcétera; y parece que nadie duda que las lenguas «nacen», «viven» y «mueren».
Es evidente que el uso de estos términos es metafórico, pero tiene el riesgo de hacernos creer que, realmente, las lenguas «nacen» y «mueren» e, incluso, que se «reproducen».
Una lengua puede desaparecer en el caso de exterminio de todos sus hablantes, como sucedió con el tasmanio, o en el caso poco frecuente de catástrofes naturales; o puede extinguirse por simple cambio lingüístico, como ya hemos visto. Pero cuando hablamos de «muerte» de una lengua nos estamos refiriendo a un proceso muy concreto: la sustitución lingüística. La muerte de una lengua ocurre cuando una comunidad lingüística, por múltiples razones, abandona su lengua y adopta otra; en ese caso, su lengua desaparece —muere— y no deja ninguna posibilidad de recuperación.
No podemos dejar de lado que una lengua ni nace, ni vive, ni muere si no es en sus hablantes, que son los que viven y mueren.
Es muy distinta, por ejemplo, la desaparición del latín por cambio lingüístico —el latín, al fin y al cabo, sigue existiendo en las lenguas romances— a la desaparición del dálmata con la muerte de su último hablante, puesto que previamente la comunidad dálmata había iniciado el proceso de sustitución y su lengua ha desparecido sin dejar rastro.
Por eso, cuando hablamos de «lenguas amenazadas», nos referimos en realidad a pueblos amenazados, comunidades que han sufrido la agresión de otras más fuertes en lo social, político o cultural, o en cualquier otro aspecto que les permita ejercer su presión contra comunidades más débiles. El paso previo a la sustitución debe ser, necesariamente, el bilingüismo de la comunidad —nadie puede abandonar una lengua si no dispone de otra para comunicarse—, pero aun cuando una comunidad bilingüe pueda permanecer así durante un número indeterminado de años, el bilingüismo social sólo necesita de un pequeño empujón para pasar al monolingüismo dominante.
Sustituyendo la lengua
Ya hemos dicho que la sustitución lingüística es tan antigua como la relación entre lenguas, lo cual es casi como decir que es tan vieja como la misma existencia del lenguaje, pero no podemos olvidar que las condiciones de la vida actual la han acelerado vertiginosamente.
Es casi un tópico la aceptación de que muchas lenguas deben desaparecer; éste parece un hecho inevitable y, ante tal destino, ya hay quien diseña planes de salvación de «algunas» —ante la catástrofe, salvemos lo que podamos—. El problema surge cuando, ante la posibilidad de salvar «algunas» lenguas, nos preguntamos cuáles.
¿Podemos pedir el reconocimiento de «algunas» lenguas minoritarias, pero no de todas? ¿Con qué criterio seleccionamos aquellas que deben ser reconocidas?
Por ejemplo: ¿Es acaso más importante el catalán que el aragonés, por ejemplo? A tenor de las decisiones que se están tomando, parece que sí, aunque nadie nos diga por qué. ¿Porque tiene más hablantes, tal vez? Si es ése el criterio, estamos jugando con fuego, porque este argumento se puede volver contra todas las lenguas minoritarias en cualquier momento.
Lo cierto es que, ante un problema de semejante magnitud, la única solución es la solidaridad: o nos salvamos todos o acabaremos desapareciendo todos. Si no planteamos el respeto a las minorías, a sus culturas y a sus lenguas como principio básico y universal, no tiene sentido que se reclamen derechos para unos que al mismo tiempo se niegan a otros.
Utopías
Esta opinión puede verse como una simple utopía, sin ningún contacto con la realidad; pero la realidad es la catástrofe, y los planes, restringidos hasta ahora a la recuperación de lenguas concretas, no han conseguido cambiar la tendencia hacia la homogeneidad.
Si en las próximas dos décadas pueden morir alrededor de mil lenguas, en ningún modo serán las últimas, y si tenemos en cuenta otras previsiones, no es impensable que dentro de 200 años se hablen tan sólo unas 500 lenguas en el mundo.
Conoce aquí: Las lenguas con menos hablantes
Hemos dicho que el problema de la sustitución es de orden internacional, pero también es cierto que sus efectos en varias regiones del mundo se han empezado a notar en diferentes épocas históricas.
Si la desaparición de lenguas indígenas en América empezó, en algunos casos, antes que la colonización —la difusión del náhuatl en México es un ejemplo bien conocido— y no ha cesado desde entonces, o si la colonización de Australia diezmó hasta límites increíbles la población aborigen con la consiguiente desaparición de muchas de sus lenguas, actualmente parece que los procesos de sustitución más agudos se están dando en Nueva Guinea e Indonesia.
Si desaparecen las lenguas del mundo con pocos hablantes, muchos eslabones que nos unen a nuestro pasado se perderán y nada los podrá recuperar.
Actualmente son muchas las lenguas que están en vías de extinción a causa del contacto con otras, lo cual puede favorecer el proceso en determinadas zonas. En México, por ejemplo, casi todas las lenguas con menos de 500 hablantes —quince en total— están radicadas al norte del país, en la frontera con los Estados Unidos. De las restantes, sólo el nahua supera el millón de hablantes; teniendo en cuenta que en México se hablan de 90 a 140 lenguas y que la población indígena es de aproximadamente cinco millones de personas, es evidente que buena parte de sus lenguas tiene muy pocos hablantes, lo cual hace temer aún más por el futuro de la diversidad lingüística en este país.
Conoce este tema completo en e libro De lengua me como un plato, el cual forma parte de la Colección Algarabía.
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