Ana Ángela Fleming. Algarabía
De acuerdo con las mismas ideas dadaístas, este movimiento no podría llamarse dadaísmo y mucho menos ser considerado una corriente artística, pues Dadá1 El origen del nombre Dadá es incierto. Algunos creen que es una palabra sin sentido. Otros, que se origina del uso frecuente de la palabra rumana da —«sí»— por los rumanos Tzara [...]
De acuerdo con las mismas ideas dadaístas, este movimiento no podría llamarse dadaísmo y mucho menos ser considerado una corriente artística, pues Dadá1 no es arte, sino antiarte, irracionalidad deliberada, desilusión, cinismo, absurdo, rechazo y azar; es eminentemente nihilista —nada hecho por el hombre vale la pena, ni siquiera el arte. De hecho, el dadaísmo es al arte lo que el anarquismo a la política.
«Basta de pintores, basta de escritores, basta de músicos, basta de escultores, basta de religiones, basta de republicanos, basta de monárquicos, basta de políticos, basta de burgueses, basta de policía, basta de patria... basta de todas estas imbecilidades: ya nada, NADA, NADA, NADA.» Louis Aragon, 1919
Nacido en Zúrich, Suiza2 , durante y como consecuencia de la destrucción causada por la I Guerra Mundial, el dadaísmo, como antiarte, iba a representar el opuesto absoluto del arte: donde el arte es estética, lo dadaísta es antiestético; allí donde el arte tiene un mensaje, el dadaísmo no tiene ninguno; si el arte debe exaltar los sentidos, Dadá debe afrentarlos.
Era una forma de expresar la confusión del convulsionado mundo de la posguerra, no para hallar algún sentido en el desorden, sino, más bien, aceptar el desorden y el caos como la verdadera naturaleza del mundo: rechazar la cultura y destruir la estética.
«En lo plástico, el dadaísmo introdujo algo que se ha convertido en lo característico de toda la época, tanto en arte como en los demás campos: la pretensión de falta de estilo. Se destruían las formas anteriores, pero no se intentaba introducir otra, sino buscar la destrucción misma: la negación de forma y estilo.3 »
—Este es el color enraizado de Carlos Mérida—
En 1916, Hugo Ball, Emmy Hennings, Tristan Tzara, Hans Arp, Richard Huelsenbeck, Sophie Taeuber —todos exiliados en Zúrich— y otros más discutieron sobre el arte e hicieron presentaciones en el cabaret Voltaire, que había abierto Hugo Ball, expresando su desprecio por la guerra y tratando siempre de provocar el mayor escándalo posible. También expusieron las obras de otros artistas con los que sentían afinidad, como: Picasso, De Chirico, Modigliani, Max Ernst, Feininger, Kokoschka, Kandinski. Ese mismo año redactaron su manifiesto:
«La palabra Dadá simboliza la más primitiva relación con la realidad circundante. [...] La vida aparece como una simultánea confusión de ruidos, colores y ritmos espirituales, que es asumida impretéritamente en el arte dadaísta con todos los sensacionales gritos y fiebres de su osada psique cotidiana y en la totalidad de su realidad brutal. [...] La palabra Dadá hace a la vez referencia a la internacionalidad del movimiento, que no se considera limitado por fronteras, religiones ni profesiones.
Dadá es un club, fundado en Berlín, en el que se puede ingresar sin asumir ninguna clase de compromisos. Aquí todos son presidentes y todos pueden emitir su opinión en lo que concierne a cuestiones del arte. [...] El Club Dadá cuenta, por ende, con miembros en todos los continentes de la tierra, en Honolulú al igual que en Nueva Orleans y en Meseritz. En ciertas circunstancias, ser dadaísta puede significar ser más comerciante, más hombre de partido que artista —ser artista sólo por casualidad.
Ser dadaísta significa dejarse lanzar por las cosas, estar en contra de cualquier sedimentación, quedarse sentado por un momento en una silla; significa poner la vida en peligro [...]. Entre las manos se desgarra un tejido, bajo cuerda se afirma una vida que pretende enaltecerse mediante la negación. [...] ¡Contra la actitud estético-ética! ¡Contra la anémica abstracción del expresionismo! ¡Contra las teorías reformadoras de los literatos majaderos! Por el dadaísmo en la palabra y la imagen, por la acción dadaísta en todo el mundo. ¡Estar en contra de este manifiesto, significa ser un dadaísta!»
Tristan Tzara, Franz Jung, George Grosz, Marcel Janco, Richard Huelsenbeck et al.
Cuando cerró el Voltaire de Hugo Ball, las actividades se mudaron a una nueva galería y Ball dejó Europa. Entonces, Tzara comenzó con gran determinación una campaña para difundir las ideas dadaístas: bombardeó a artistas y escritores franceses e italianos con cartas, y así se convirtió en el líder y estratega maestro del Dadá. En Zúrich, y más tarde en París, Tzara publicó la revista de arte y literatura Dadá, en 1917, y, al terminar la guerra, cuando el grupo se dividió y los distintos artistas regresaron a sus países, el dadaísmo se expandió a otras ciudades: Nueva York y Berlín, Barcelona y Hannover, París y Roma, Colonia, Budapest y Tokio.
Al terminar la guerra y particularmente en la derrotada Alemania, el dadaísmo tomó un tinte político; en Colonia se manifestó con gran agresividad. En 1920 se organizó una exposición a la que se entraba por unos urinarios, se proveía al público de hachas para destrozar la obra expuesta, mientras escuchaba la poesía obscena que declamaba una niña en un vestido de primera comunión. Sin embargo, el dadaísmo, al negarse a sí mismo, acabó por desaparecer, ya sea mutando hacia el surrealismo o ya sea víctima de las corrientes ideológicas reaccionarias de la Europa de los años 30 y 40.
Ana Ángela Fleming es estudiante de Historia del arte en el inba. Confiesa que su pasatiempo favorito es pasear por las noches en Coyoacán, bebiendo un moka caliente.