Por Marcos Daniel Aguilar. La Jornada
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Acostumbrados a la narrativa de ficción, en los años recientes han llegado a México libros de no ficción de autores y periodistas que podrían conformar un Lado b de las letras argentinas. Entre las voces más potentes de la joven generación de escritores sudamericanos se encuentra Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973), cuyos escenarios y expresiones, alejados del cliché bonaerense, han llamado la atención tanto de los lectores como de la crítica iberoamericana. Charlamos con esta “rara” escritora de la provincia, quien no hace mucho irrumpió en México con su crónica Chicas muertas, sobre los feminicidios en su país, y con la colección de relatos El desapego es una forma de querernos.
-Vivimos en un mundo globalizado, hoy se encuentran tus libros en México y en otros países, ¿qué opinas sobre la posibilidad de leer obras en nuestro idioma procedentes de cualquier lugar?
–Eso es genial, que los libros puedan circular entre los países y que podamos leerlos, me parece enriquecedor. Si nos la pasáramos leyendo la literatura que hacemos en nuestros países eso sería bastante pobre. En lo que estaría en contra es que esas literaturas pretendan globalizarse desde su escritura, desde su producción; es decir, si yo leo un libro de un mexicano quiero darme cuenta que estoy oyendo y leyendo el libro de un mexicano y no uno que podría ser de un ecuatoriano o de un español por el uso de un lenguaje uniforme. No me interesa la uniformidad del lenguaje. Me parece genial que la globalización permita la cir-culación de esos libros y autores y dé una mayor difusión. Hay muchos autores que viven pensando la globalización y escriben pensando que quieren que su libro se publique después en España y para ello trabajan un lenguaje uniforme, un lenguaje que se pueda entender en cualquier país hispanoparlante. Esa literatura no me interesa, me parece prefabricada para circular.
–Hoy eres una joven referente de la literatura ar-gentina e hispanoamericana. ¿Alguna vez te imaginaste esto?
–Yo no me imaginé nada nunca. Considero que fue un factor de buena suerte, desde que decidí que quería escribir me lo tomé muy en serio. Si quería ser escritora debería trabajar en que la literatura tenga algo particular. Y eso me movilizó. La crítica y la prensa comenzaron a poner atención a mi obra. Yo trabajo la escritura sintiéndome cómoda y después es un misterio por qué unos libros llaman la atención y otros no. Pero eso no me preocupa. A veces hay buen camino para los libros, a veces hay indiferencia. He platicado con escrito-res sobre compañeros a quienes les va bien y hay una exigencia por parte de lectores y críticos de que escriban siempre libros geniales. Pero un escritor puede te-ner una obra dispareja, puede haber un escritor de muchas novelas, pero con sólo una novela genial, y con eso ya dio bastante a los lectores. Hay mucha mezquindad por parte de los lectores, periodistas y críticos, porque siempre esperan a que des el mal paso.
–¿En Argentina hay pugnas entre grupos de escritores o entre autores peleándose las becas y los premios?
–Me parece que es igual en todas partes. Hay escritores que son más de armar controversias o de que-jarse porque siempre invitan a unos y nunca a ellos. Hay quienes piensan que hay escritores que ocupan lugares que merecerían ellos y están en su derecho de pensarlo. Hubo un problema en 2014, cuando Argentina fue invitada al Salón del Libro de París, entonces se soltó la controversia entre los escritores que fuimos y los que no fueron. Decían que todos los que fueron éramos kirchneristas, pues era el partido que gobernaba en ese momento. Ha habido otros instantes de la vida de la literatura argentina cuando había escritores que formaban corrientes enemigas entre sí, pero ahí había un nivel de literatura y de reflexión más intenso; ahora eso se ha perdido. En el pasado estaba el grupo Florida contra el grupo Boedo, eso ya no pasa nunca más, hoy creo que los escritores argentinos están preocupados por publicar, por pasar de la editorial pequeña a la editorial grande y porque los inviten a las ferias.
–Sobre el lenguaje, ¿por qué decides escribir en este tono anecdótico, con lenguaje local y a veces metafórico?
–Yo empecé esa búsqueda justo con los textos incluidos en El desapego es una manera de querernos. Son textos vinculados a mi infancia, los personajes, la manera de hablar son recuerdos de la infancia y después eso se transformó en la materia de lo que yo quería escribir, como lo que hice con Ladrilleros. A mí lo que me interesa rescatar es el lenguaje de mis lecturas, un lenguaje muy popular de una literatura que circuló mucho en Argenti-na entre revistas, cómics, fotonovelas, novelas román-ticas y western. Eso se leía mucho, lo leían obreros como mis padres. Hoy eso ya no existe, ahora las revistas son carísimas, pero yo crecí con esa literatura sin un vocabulario elevado. Busco reivindicar ese lenguaje popular y ponerlo a trabajar a favor de la literatura.
–En tus libros tratas la vida de los trabajadores del campo, de los obreros, se nota ese tono cotidiano, muy periodístico, de una tradición alejada del canon fantástico de la literatura argentina. Hay un canon fuera de lo fantástico, como Rodolfo Walsh. ¿Te sientes más apegada a esta tradición?
–Sí, Walsh es un referente de la no ficción argentina, pero también Roberto Arlt y sus aguafuertes porteñas y todo lo que hizo vinculado al periodismo y a la crónica, por supuesto que son escritores que tengo en mente. Pero también a María Moreno, una escritora que admiro mucho, quien es la cronista más brillante en Argentina. Pensaba en ellos en el momento de darle la vuelta a mi crónica o a mi “no ficción”. Pasa también que ellos vienen del periodismo y eso a mí me faltaba porque no vengo de ahí. ¿Cómo resolver una no ficción no siendo periodista? Tuve que inventar un método para hacerlo, mucho más pegada a la literatura que al periodismo. Del periodismo tomé la investigación, la entrevista, el trabajo de campo, pero a la hora de contarlo, de escribirlo, tomé las herramientas que tenía que eran las de la ficción de la literatura.
–Sobre la tradición de la ficción literaria, que es larga, ¿de qué autores te sientes heredera?
–Hay muchos, a mí en distintas épocas me han gustado distintos autores, y han tenido influencia en lo que escribía en ese momento. Por ejemplo, hay un escritor y una novela que yo siento que me abrió el ojo de trabajar con la oralidad y de llevarlo a la página, éste es Ricardo Zelarayán con su novela Piel de caballo. Además de que Zelarayán es un gran poeta, esa impronta poética que me gusta encontrar en la prosa, ese lirismo en la prosa que viene de la oralidad, eso me parece que ayudó a darle lirismo a mi propia prosa. Después te puedo mencionar a Horacio Quiroga y a los poetas de la provincia de Entre Ríos, como Juan l. Ortiz y Arnaldo Calveyra, quienes trabajaron mucho el tema del paisaje, de la geografía, de la vegetación que está presente en mis relatos.
–Entre ficción y no ficción algunos han denominado a tu literatura como literatura del interior a lo Antonio Di Benedetto.
–Claro, Zama, de Di Benedetto es una de esas novelas de cabecera, y Di Benedetto es fundamental para mí. Era un gran escritor secreto escribiendo en el in-terior, en la provincia de Mendoza, trabajando en el periodismo y escribiendo una obra que no circulaba demasiado fuera de su provincia y que, en realidad, cuando empezaron a reconocerlo, cuando él volvió a Argentina después del exilio, ahí es cuando todos dijeron que volvía uno de los escritores más grandes que había en Argentina y que estaba vivo. Se murió dos años después de volver, no llegó a disfrutar del descubrimiento que la crítica y los lectores estaban haciendo de él. Pero no es un escritor que hoy se lea mucho.
–Eres de la generación de los nacidos en la década de los setenta. ¿Qué narradores te llaman la atención por sus trabajos?
–Hay una escritora que me gusta y creo que hace un trabajo novedoso desde el lenguaje; se llama Gabriela Cabezón Cámara, los lectores se encontrarán con algo novedoso. Otro es Hernán Ronsino, que también trabaja la periferia, el interior. Hay otro autor, cuya primera novela se llama Australia, Santiago La Rosa, y ahí hay una mirada súper interesante, además del trabajo de escritura. Y no quiero mencionar más, pues dejaría muchos fuera, eso es injusto.
–Hay autores argentinos que escriben sobre los temas sociales y políticos, sobre la crisis económica, la dictadura, en pro o contra del kirchnerismo. ¿Cómo tratas estos temas?
–En la literatura no me interesa dejar un mensaje político e ideológico, aunque mis personajes sean obreros, pero eso tiene que ver por mi origen, pero no me interesa bajar línea cuando escribo una novela. Obviamente se filtra todo lo que uno es y piensa y de pronto aparece de manera clara o difusa. Por ello, cuando escribí Chicas muertas elegí la no ficción, ahí yo sentía que debía dejar claro que estaba hablando sobre los feminicidios, sobre lo que pienso del machismo y sobre esta herencia cultural tan difícil de erradicar. Por ello elegí ese género que me permitía decir lo que pienso sobre la misoginia. Pero en mi vida personal sí tengo una idea política muy clara: creo que la función de los escritores y los artistas es ser críticos al poder sin im-portar cuánto simpaticemos con quien esté en el poder, en ese momento hay que ser siempre críticos, debemos estar siempre en la vereda de enfrente del poder.
–A propósito, ¿qué piensas sobre los más de diez años de gobierno kirchnerista y sobre el actual gobierno de Macri?
–Yo sentí simpatía por algunas medidas que tomó el gobierno kirchnerista, había cosas que eran tan obvias y te preguntabas por qué nadie las había hecho antes, como descolgar los retratos de los dictadores de la galería de presidentes argentinos. Yo soy feminista y fue una pena tener una presidenta mujer que no se ocupó de lo que nos importa a las feministas, como la legalización del aborto. Había cosas con las que sim-patizaba y otras con las que fui crítica. De alguna manera había llegado a un agotamiento, lo que provocó que llegara hoy este presidente que nadie puede creer que sea el presidente de los argentinos. Creo que nos esperan años muy duros. Ya estamos sufriendo cosas desastrosas con este gobierno de Macri. Ninguna administración neoliberal trae algo bueno para las clases más desprotegidas. Será un gobierno para unos pocos y que la mayoría que se las arreglen. La cultura en el nuevo gobierno ya no interesa.
–Acabas de hablar de los feminicidios, un grave problema en México y en toda América Latina. ¿Cómo observas la violencia aquí y en el resto de la región?
–El tema de la violencia de género en México llega bastante a Argentina y llega por acciones como las marchas de Vivas las Queremos, Ni una Menos. Y el tema de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, por ejemplo, se recuerda mucho en Argentina. El tema de las desapariciones nos toca mucho a los argentinos, tuvimos 30 mil desaparecidos en la última dictadura y es algo de lo que uno no se puede reponer, entonces si ocurre esto en México también nos pega a nosotros. ¿Dónde están los cuerpos? Esa es la pregunta. Hasta que no aparece un cuerpo para las familias no se puede cerrar eso. No es posible que en época de democracia desaparezcan 43 estudiantes como si se hubiesen esfumado, para que ocurra esto debe haber una convivencia con el poder político, no pueden estar ajenos ni el gobierno ni las fuerzas policiales o armadas •