Camila Martínez. Algarabía
Estos árboles te animan a pensar detenidamente, a apreciar el tiempo. El cultivo de los bonsáis es un arte milenario, y en sus formas diminutas hay horas de trabajo sereno y paciencia.
La historia del bonsái
Fue a finales del siglo xvii que una oleada de exploradores europeos llegó a los palacios imperiales de China y a los majestuosos castillos de los gobernantes Shogun en Japón. La impresión que se llevaron los aventureros al toparse con estos hermosos lugares debió haber sido insólita: una arquitectura de extensos patios descubiertos con cercos de piedra gris y esculturas en bronce, las columnas de madera rojiza y zoclos blancos, coronadas por techumbres con aleros de teja negra. Dentro de los recintos, miles de azulejos dorados adornando los las bóvedas poligonales, los pasillos formados por largas vigas de madera y en las estancias los hermosos biombos delineados a mano.
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No obstante, aquello que debió causarles el mayor asombro debieron haber sido los bellos jardines orientales con lagunas transparentes, peces dorados, elegantes puentes, cientos de piedras lizas de colores grisáceos y, por supuesto, los misteriosos bonsáis.
¡Qué particular espécimen! ¿habría crecido a partir de semillas manipuladas genéticamente, o bien, constituía una especia diferente de árbol?
Es común mirar un bonsái y sospechar que posee poderes mágicos en sus caídas perfectas y elegantes curvas, pero ¿qué es lo que hace al bonsái un pieza de arte tan singular?
Se sabe que el bonsái se inventó en China hace miles de años, los antiguos maestros dicen que su nacimiento data desde principio de los tiempos humanos. Fuese así o no, durante la época de la dinastía Qin en China –221-206 a.C.– el trabajo del bonsái comenzó a extenderse como un arte propio de monjes taoístas, quienes creían que encogiendo los árboles lograrían destilar y concentrar las propiedades mágicas que estos albergaban en su interior. Algunos otros, en su mayoría alquimistas, aseguraban que empequeñeciendo el espécimen se lograba retrasar el flujo de sabia entre sus ramas, y ello extendería sus años de vida; sostenían que del mismo modo, si el hombre fuera capaz de reducir su ritmo cardiaco y pulso, también desafiaría el tiempo y podría alcanzar la inmortalidad.
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En las dinastías posteriores a la Qin la herbolaria fue apreciada y fomentada por la nobleza china, la cultura del bonsái también fue adoptada y practicada por los comerciantes adinerados, y así, en el siglo VII, su cuidado se convirtió en sinónimo de estatus social y económico elevado. No fue sino hasta el siglo XII que este arte llegó exportado a Japón, país que influiría de manera determinante en su teorización y sentaría las bases actuales de las escuelas y corrientes más importantes de modelado del bonsái .
La introducción del Bonsái en Occidente se dio durante el siglo xix. A pesar de que dos siglos antes había llegado un importante número de viveristas a Oriente, las especies que estos habían adquirido no sobrevivieron el viaje en los barcos de vuelta a Europa. Por eso, cuando finalmente se pudieron trasladar fueron presentados en las Exposiciones Universales de París de 1878 y 1889 y, en 1909, en la Exposición Imperial Internacional de Londres; cabe decir que en realidad estas muestras no supusieron un gran revuelo entre los espectadores.
La época de la Segunda Guerra Mundial dio lugar al auge del bonsái en Occidente, los soldados estadounidenses que volvían a sus casas llevaban consigo los pequeños especímenes y una nueva afición adquirida en el campo de batalla. Sin embargo, al igual que sucedió con la aprehensión de disciplinas como el Taichí y el Karate, al bonsái lo rodeaba un velo de misticismo mismo que, a nuestras visiones extranjeras, siempre ha acompañado Oriente.
Los maestros del bonsái revelaron a muy pocos discípulos su secreto y es justamente esto lo que ha vuelto aficionados a un gran número de occidentales.
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Durante la Guerra fría se perdió la cultura del bonsái en gran medida. Occidente lo rechazó por su recelo a toda cultura oriental que se asociaba entonces con comunismo; la Revolución Cultural de Mao tampoco logró impulsar el trabajo del bonsái, que era identificado como un pasatiempo burgués que no comulgaba con los ideales del régimen.
En la actualidad se ha reivindicado la labor del bonsái, volviéndose sumamente popular en todas las clases sociales alrededor del globo. En América y Europa se han vuelto comunes los viveros, los grandes almacenes, los centros de jardinería e incluso los institutos de modelaje del bonsái que imparten cursos para principiantes en la materia. El bonsái se ha vuelto una alternativa viable para el mundo globalizado de ciudades grandes donde, quienes vivimos en departamentos, podemos gozar de nuestro pequeño jardín en macetas.
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Pero, qué es bonsái...
¿Qué define al bonsái como tal? Existe una serie de mitos falsos alrededor de éste, para empezar el árbol no crece de una semilla genéticamente modificada, y tampoco es una especie en específico de planta. A decir verdad, si un bonsái se planta en el suelo y no se poda con regularidad, crecerá a ser un árbol «normal». La miniaturización del bonsái radica únicamente en sus podas y su plantación en una maceta para limitar el crecimiento de las raíces.
No todos los bonsáis son miniatura, en China llega a haber desde ejemplares de cuatro o cinco metros de altura, hasta pequeñísimos bonsáis de apenas dos o tres centímetros, eso sí, plantados en bandejas y macetas.
Por otro lado, popularmente se cree que los bonsáis deben ser especies sumamente antiguas y que es necesario que los años se noten en su tronco y sus ramas; En realidad no es así, desde hace unos veinte o treinta años la influencia Occidental logró priorizar la belleza sobre cualquier otro elemento del bonsái. Además, existen diversas técnicas que utilizan los maestros del bonsái para dar aspectos milenarios y atractivos a árboles de apenas diez años de edad, algunos ejemplos de estas técnicas son la rugosidad o el efecto de madera muerta que se logra a través de un cuidadoso tallado de la corteza.
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La palabra viene de los ideogramas chinos 'bon' o 'poon' que quieren decir «recipiente» o «bandeja», y 'sai' que quiere decir «árbol». Por lo tanto, tomando de forma literal el término, cualquier árbol crecido en un recipiente pequeño sería un bonsái. Sin embargo, para poder considerar un árbol como bonsái se requiere la presencia del mérito artístico; aquel árbol que tenga un cuidado individual, trabajado con diversas técnicas como trenzados, alambrados y podados, merecerá ser reconocido como bonsái.
La filosofía oriental
El modelaje del bonsái en la filosofía oriental significa un recorrido espiritual, un puente entre lo divino y lo humano, el cielo y la tierra a través del cual, al final del camino el discípulo logra encontrarse a sí mismo como un ser transformado por su búsqueda de la belleza sublime y el equilibrio de los elementos que constituyen las plantas; conciliado con su medio por la renovación de su armonía con naturaleza, la humildad con su maestro y sus compañeros a través de una organización jerárquica, y enriquecido por las enseñanzas del cultivo del bonsái como lo es la paciencia y la contemplación de ver crecer lentamente día a día las hojas.
Y la constancia, saber que en el arte del bonsái no existen elementos al azar, lo que suceda con el árbol se debe a los cuidados de su benefactor, su diseño, su estrategia y su perseverancia.
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La filosofía zen es sumamente importante en el trabajo sobre los bonsáis.
Los bonsáis se presentan en Japón acompañados de una planta de acento y un kakemono, una pintura que nos habla de la estación del año. Simplicidad y austeridad, estos conceptos son cuidadosamente seleccionados para formar el bonsái en un sitio especial llamado tokonoma, donde el artista se deshace de los elementos que no son fundamentales y decide conservar únicamente lo esencial –según estos principios el espacio en blanco adquiere una importancia vital en el significado de la obra–. En gran número de diseños se pone en practica una disposición del número áureo y el balance del Jing y el Jang.
Las posición de las ramas, el color, la robustez, los frutos y flores, así como el carácter y la forma del árbol son parte de una serie de teorías milenarias que se han ido estudiando y perfeccionando para expresar, imitar y sugerir sentimientos, fenómenos naturales y metáforas espirituales.