La Redacción. Algarabía
Para que un fraude tenga éxito, se necesitan dos cosas: tener algo que robar y conocer meticulosamente las debilidades de la víctima. Desgraciadamente, en la Ciudad de México sobran las personas que son profesionales haciendo esto, y más de uno ha caído en las artimañas de estos malandros. A continuación presentamos las estafas clásicas de [...]
ra que un fraude tenga éxito, se necesitan dos cosas: tener algo que robar y conocer meticulosamente las debilidades de la víctima. Desgraciadamente, en la Ciudad de México sobran las personas que son profesionales haciendo esto, y más de uno ha caído en las artimañas de estos malandros. A continuación presentamos las estafas clásicas de nuestra urbe.
¿Dónde quedó la bolita?
Es uno de los fraudes más simples que puedan existir, gracias a que sólo se necesita de alguien muy despistado. Consiste en tener sobre una mesa tres contenedores opacos, una bolita y una gran agilidad manual para pasar la bolita de contenedor en contenedor para que, una vez quietos, el jugador adivine dónde se encuentra. Para que la víctima caiga, el de la bolita cuenta con dos que tres ayudantes que le hagan de público, participen y ganen varias veces, y así los otros crean que con sólo poner atención es más que suficiente. Pero el estafado no cuenta que la mano es más rápida que la vista y que está ante estafadores profesionales. Así que, desde el inicio, se puede ir despidiendo de sus centavos.
El billete ganador
El truco consiste en que una persona se te acerca, por lo general con apariencia humilde, y te dice que es el propietario del boleto ganador de la Lotería ¬—no precisamente del premio gordo, pero sí de una considerable cantidad de dinero—. Esta persona se ayuda de un cómplice, que se hace pasar como supuesto transeúnte y confirma que, en efecto, el boleto es el ganador, y se va. La persona argumenta que no cuenta con ningún documento oficial para poder recoger el premio, así que a cambio del boleto —y del premio—, te pide que saques algo del banco y quedan a mano. Tú aceptas y cuando tratas de cobrar el billete, te das cuenta que el boleto participará hasta el próximo sorteo.
El fajo de billetes
Uno va campante por la ciudad y ve que a alguien se le cae un fajo de billetes. De la nada, otra persona lo recoge, se dirige hacia ti y te dice que se lo repartirán mientras guardes silencio. En eso, el dueño del dinero vuelve y te pregunta si de pura casualidad lo viste, que era una fuerte cantidad de dinero. Tu cómplice, que en realidad es cómplice del dueño del dinero, te hace señas para que no digas nada, tú por tu ambición niegas todo y el otro se retira. En ese momento, «tu complice» te dice que te caigas con todo lo que traes a cambio del dinero. Algunas blancas palomitas lo hacen, pero lo único que reciben son billetes falsos y papel periódico enrollado. Ha habido otros casos en donde, en vez de fajo de billetes, es una bolsa con joyas que resultan ser «de a mentis».
Huleros
Uno no necesitaría cambiar la primera letra del nombre que reciben estos estafadores para saber lo que son. Estas ratas de dos patas «laboran» en los estacionamientos y se te acercan con el fin de cambiarte los hules gastados y maltrechos de tus puertas por la módica cantidad de 15 o 20 pesos, afirmando que en lo que regresas, estarán instalados. Cuando vuelves, haces las cuentas y crees que a lo mucho serán 40 varos. Pero no, el «hulero» te dice que eran 15 o 20 pesos por metro de hule y resulta que le debes más de mil pesos. Mientras tú te pones a discutir —inútilmente— otros huleros llegan, se suben a tu coche y te comienzan a intimidar con preguntas acerca de tu auto: que cuánto cuesta, que qué modelo es, que si está asegurado. Total, al final de cuentas terminarás pagando más de la cuenta por temor a otra cosa.
De estos y otros fraudes podrás enterarte en Algarabía Extra 05: Impostores & ladrones.