Algarabía
A través de entrañables personajes y conmovedoras situaciones, la más reciente ficción de Jim Jarmusch actúa como una especie de cuento dentro de un mundo cinematográfico.
Como un obsequio con el envoltorio más bello, Paterson posee una cualidad doble, juega con lo afable en forma y fondo. Jarmusch entreteje en su decimosegundo largometraje de ficción el día a día de un puñado de personajes cuya maravilla radica en la infinita cualidad ordinaria de su modus vivendi. De esta manera, el filme exhala una quietud inmutable cuya existencia está supeditada a los escasos 22 kilómetros que componen a la pequeña ciudad de Nueva Jersey.
La manera en que Jarmusch traza la entrañable intimidad de Paterson posee una gran semejanza con los recursos estilísticos de los que hace uso el cuento, un género literario que guarda una enorme relación con la construcción de este filme, en el cual Paterson —el protagonista— es un hombre optimista, ligero con una profesión sencilla (chofer de autobús); mientras que Laura —su esposa— es una mujer etérea y cambiante. Polos opuestos que conviven en armonía, como casi todos los elementos de la hermética región diseñada por el cineasta.
Julio Cortázar sostenía que el cuento era como «recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente»; es así como funcionan las piezas de la cinta, como un dialogismo que articula un todo en función de sí mismo.
De esta manera, Jarmusch expone la intimidad de los personajes en el transcurso de una semana, cada día funciona, no como un fragmento de su realidad, sino como un universo individual que, al mismo tiempo, inspira una incógnita: ¿qué hay más allá de la rutina?, ¿cuáles son sus motivos?, preguntas que, si bien no se les asigna una respuesta, por lo menos inspiran un dejo de tranquilidad, como si se tratara de un mecanismo que funciona más allá del tiempo y el espacio.
Así como en el cuento —en donde el número de personajes es siempre limitado— en Paterson las situaciones suceden dentro de un pueblo donde impera la amabilidad, la gentileza y la simpatía, pero la cinta en su conjunto no se convierte en el manifiesto aleccionador de un mundo feliz, sino como un ejemplo de lo que podría ser, una la realidad que se muestra con el único propósito de que el espectador imagine libremente lo que se oculta.
La necesidad de escoger y limitar un acontecimiento significativo que sea capaz de actuar como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad a algo que va mucho más allá de la anécdota cinematográfica contenida es lo que le otorga trascendencia a Paterson, pues captura la atención del público para que después vuelva a su realidad de una manera más honda y más hermosa.
Asimismo, la más reciente producción de Jarmusch posee otra semejanza con el cuento, pues parte una temática excepcional, mas no necesariamente extraordinaria, ni fuera de lo común, misteriosa o insólita; más bien aborda un tema trivial y explora a partir de esa vertiente algo único: Paterson es un hombre ordinario cuya afición por la poesía le otorga un sentido distinto a su vida. El encanto de esta película no radica en lo que se narra, sino en cómo se narra. Algo parecido a la vida.
Es así como a través de la tensión, el ritmo, la pulsación interna y lo imprevisto. Paterson se convierte entonces en un vehículo efímero que posee la capacidad de impactarse en nuestra mente y que, además, germinará en nosotros la curiosidad, el suspenso y la imaginación