México Desconocido
Todo el año me saboreo el puente de septiembre. Las calles se visten de luces y se instala la verbena popular en las plazas para gritar: "¡Viva México!". Pero lo que más me gusta es dejar que la anécdota histórica pase a segundo plano para encontrarme con ese México vibrante.
LUZA ALVARADO
Llegó septiembre y gritar "viva México" en plazas y calles de todos los rincones del país es un fenómeno que sigue tan vigente como en nuestras raíces. Fui en busca de la efervescencia de nuestra tierra a tres destinos diferentes.
Puebla, alma barroca
Por más que se pongan de moda el minimalismo, Puebla siempre me recuerda que los mexicanos tenemos el barroco tatuado en el ADN. La abundancia de detalles, producto del sincretismo de nuestros orígenes, sigue vibrando en joyas virreinales como la catedral, pero recién lo descubrí con una visión renovada en el Museo Internacional del Barroco. El exconvento de Santa Mónica es otra de mis visitas preferidas, pues de su cocina virreinal surgieron los platillos más sofisticados de nuestra gastronomía. Dice la leyenda que ahí nacieron los chiles en nogada con los que se celebró el fin de la Independencia (y el santo de don Agustín de Iturbide). Cierto o no, cada año me doy una vuelta y, de pasada, como en Barroco Restaurante para probar su versión de los chiles. Mi escapada cierra en el templo de Santa María Tonantzintla, muy cerca de Cholula. No es tan taquillero como otros, pero debería. Sus retablos, muestra del barroco “alucinógeno”, como lo llaman algunos, equivalen a presenciar el momento en el que dos células (México y España) se juntaron para concebir una nueva vida con lo mejor de su herencia.
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Querétaro, corazón aguerrido
La ciudad de Querétaro es una parada obligada en la ruta de la Independencia, ya que doña Josefa Ortiz de Domínguez articuló desde ahí el levantamiento de los criollos contra los españoles. Sin embargo, uno de los rostros menos explorados de nuestra identidad se puede descubrir en las comunidades otomíes o ñañús de Querétaro. Aunque la historia oficial no les hace justicia, los otomíes nutrieron los ejércitos independentistas y, durante siglos, su lucha por conservar su identidad nos recuerda la diversidad originaria de México. Uno puede ser testigo de esa vitalidad en el municipio de Amealco. Las artesanas otomíes de Santiago Mexquititlán son responsables de dos símbolos del arte popular mexicano: la muñequita de trapo y los bordados geométricos, ambos retomados por diseñadores internacionales.
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Ciudad de México, origen y destino
Cada año me doy una vuelta para ver la iluminación septembrina del Zócalo. Ante los letreros de “¡Viva México!”, me pregunto cuántos mexicanos aún ignoran qué significa el nombre de nuestro país. México proviene del náhuatl y quiere decir “en el ombligo de la luna”. Así llamaron los aztecas al islote donde se fundó Tenochtitlan, que era como el ombligo del inmenso lago de Texcoco, cuya silueta recordaba al conejo de la luna. Para empezar a entender lo del ombligo, hay que ver los murales de Palacio Nacional o del Museo de Antropología que recrean la antigua capital mexica. Sin embargo, para comprenderlo realmente, hay que subir al Ajusco o tomar camino hacia Toluca y pararse en alguna loma de Santa Fe para observar toda la ciudad.
Hasta hace cien años, esa mancha urbana interminable todavía era recorrida por ríos que (ironía lingüística) hoy se han transformado en arroyos vehiculares. El referente más cercano al “ombligo” es la Torre Latinoamericana. En el panorama también destaca el edificio del WTC; cuesta trabajo imaginar que por ahí navegaban las canoas provenientes de Mixcoac rumbo al Templo Mayor. Si el día está despejado, muy temprano se alcanzan a ver los volcanes. Si no, al menos se adivina la silueta del Cerro de la Estrella: ahí donde antes se celebraba la ceremonia del Fuego Nuevo, ahora se escenifica el Viacrucis. Y en la calzada que recorría el emperador Maximiliano, desde Chapultepec al Palacio Nacional, en lugar de ahuehuetes centenarios, hoy crecen rascacielos antisísmicos. Ya de bajada, camino al Centro Histórico, me da una especie de melancolía feliz, porque al ver las cicatrices de la ciudad, entiendo que México no nació en 1810, sino que ha renacido muchas veces, antes y después. Y las que le faltan...