Ricardo Torres Mejía. Algarabía
El cuidado de los dientes es una preocupación constante en la humanidad, y sus orígenes se remontan a la prehistoria.
Desde muy temprana edad, la humanidad se dio cuenta de que tener una boca sana es cuestión de vida o muerte, porque sin una buena dentadura podemos padecer infecciones y pérdidas que nos harían difícil comer y hasta nos podrían causar la muerte, y, ¿cómo tratar los alimentos sin haberlos cortado y molido?
«¡Sin ventura yo! [...] Qué más quisiera que me hubieran derribado un brazo como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como el molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante.» —Don Quijote
La antigua odontología
Desde la prehistoria se trataron de curar los males que aquejaban a la boca, así que, ya entonces se realizaban extracciones de piezas enfermas y se habían desarrollado tratamientos para curar los abscesos en las encías y cualquier otro malestar bucal. En Europa, por ejemplo, se han encontrado restos de cráneos de neandertales a los que les habían sido extraídos algunos dientes.
En Egipto hubo dos clases de odontólogos: los iryw-ibew, «el que se ocupa de los dientes», y los ir-iryw-ibew, «grande entre los que se ocupan de los dientes», que atendían a los faraones. Entre ellos se encontraba Hesy-Re, el primer dentista de la historia. Ambas clases tenían sofisticadas técnicas que les permitían hacer drenajes, puentes con alambres y hasta prótesis dentales. También había «sacamuelas ambulantes», que, sin ninguna formación previa, extraían las piezas de los dolientes en plazas y mercados.
Los egipcios creían que las caries y sus dolores eran producto de un gusano que se escondía entre los dientes, idea que perduró hasta el siglo xvii.
El pueblo etrusco, por su parte, se hizo famoso por la blancura de su sonrisa, y es que, aparte de cuidar los dientes, crearon la primera prótesis dental fija con una banda de oro que llevaba remachado un diente de animal, para reemplazar la pieza perdida.
Los griegos fabricaron dentaduras postizas con dientes
de marfil tallado o de madera, y Aristóteles describió cómo usar los ungüentos y los alambres calientes para curar las infecciones dentales y de las encías, la técnica correcta para extraer los dientes y cómo utilizar los alambres de oro
para estabilizar las fracturas maxilares y ligar los dientes.
También explicó que, cuando una infección no cedía con ningún tratamiento, era preferible extraer la pieza antes de que el mal se extendiera por toda la boca. Fue el primero que separó la odontología de la magia y le confirió su carácter científico.
En Roma, Aulio Cornelio Celso, enciclopedista —y quizá médico—, aseguró que, antes de extirpar un diente, era importante rellenarlo con gasas
para evitar que se rompiera. Galeno recomendó limar las caries para eliminar el mal y fue el primero en ocuparse de los nervios dentales.
Entre que sí y entre que no
Durante la Edad Media lo más que
se hacía por los dientes era extraerlos cuando el dolor era demasiado intenso, lo que no siempre aliviaba el sufrimiento, pero detenía en cierta medida la infección; así, la gente quedaba chimuela al final de su vida. Los encargados eran los barberos y esta función la desempeñaron hasta muy entrado el siglo xix —¿recuerdas las barberías del Viejo Oeste con sus postes rojo y blanco a la entrada?1 Dichos postes tienen su historia: resulta que estos cirujanos barberos también hacían sangrías y, durante ellas, el paciente apretaba el poste fuertemente, para que las venas se hincharan y la sangre saliera libremente. Después, los barberos los pintaban de café para minimizar las manchas de sangre y, cuando los colgaban junto a la entrada como anuncio, los envolvían en la gasa blanca que se usaba para vendar los brazos ya sangrados.
Sin embargo, mientras los árabes ocuparon España, Abul Qasim Khalaf ibn al-Abbas al-Zahrawi —Albucasis (936-1013), para Occidente— escribió sobre la inconveniencia de tener los dientes desalineados en el arco dentario
y creó procedimientos para corregirlos, es decir, fue el primer ortodoncista de la historia. Además, hizo prótesis dentales con dientes de animales. Por otro lado, alrededor de 1300, en la Universidad de París apareció uno de los primeros textos de odontología: Chirurgia magna, de
Guy de Chauliac, en el que acuñaba los términos dientero y dentista, por supuesto, en francés.
Pierre Fauchard desaprobó la teoría de la generación espontánea de los dientes al afirmar que tenían raíces que los fijaban en las encías.
Ya en 1563, en pleno Renacimiento, se publicó la primera y más importante contribución, hasta ese momento, sobre anatomía dental y odontología: De dentibus, de Bartolomeo Eustachio.
Del oficio a la ciencia
En 1728, Pierre Fauchard, el padre de la odontología moderna, publicó Le chirurgien dentiste, ou traité des dents
—El cirujano dentista, o tratado sobre los dientes—, en el que planteó que la odontología era una profesión con una base científica distinta de la medicina general.
Su visión fue tan innovadora que aportó muchos de los conocimientos que aún ahora se tienen sobre el tratamiento y cuidado de los dientes: afirmó que el azúcar es la causante de la caries, usó refuerzos de metal —los modernos braquets— para enderezar los dientes, creó dientes postizos que parecían reales, puentes dentales y hasta dentaduras enteras hechas con piezas talladas en marfil y unidas con hilo. También detalló anatómicamente la boca y los dientes, así como procedimientos dentales y quirúrgicos, tales como la forma de obturar cavidades con plomo y trasplantar dientes.
John Hunter, en 1748, escribió The Natural History of the Human Teeth —Historia natural de la dentadura humana—, que fue la base de los textos modernos sobre la anatomía de la mandíbula y los dientes.
A partir de aquí, los datos son más volátiles. En 1792,
M. de Chateau y M. Dubois de Chamant, droguero y dentista franceses, utilizaron un proceso para hacer dientes de porcelana, que se comenzaron a incrustar a partir de 1800. En 1815 se empezó a usar el agua fluorada para prevenir
la caries y en el mismo siglo se inventaron las amalgamas, que no fueron mejoradas hasta 1919, cuando la armada estadounidense encontró mejores materiales para elaborarlas.
En 1935 se introdujo la resina acrílica polimerizada como base para los dientes artificiales y más tarde se emplearon
las sierras de diamante y carburo para preparar cavidades
y superficies, las brocas enfriadas con agua para reducir el calor y el dolor, los marcadores con isótopos radiactivos
para estudiar los tejidos, materiales que reunieran fortaleza
y ligereza para las dentaduras, y los rellenos, cementos y experimentos para anclar dientes de plástico en los maxilares mediante clavos estériles.
El fin del artículo, no de la historia
Ir al dentista es una experiencia que casi todos evitamos; la sola idea de estar sentados con la boca abierta escuchando el sonido de la fresa nos causa escalofrío. Pero los mexicanos podemos descansar un poco más tranquilos, pues tenemos dientes más sanos que, por ejemplo, los europeos, lo que quizá —no se ha comprobado— se deba a nuestra herencia y a nuestra alimentación a base de tortilla —el nixtamal tiene mucho calcio.
Actualmente, la práctica de la odontología incluye la limpieza, el empaste y la extracción de los dientes, el tratamiento de las encías —trastornos gingivales—, la corrección de las irregularidades de la alineación dental, la realización de intervenciones quirúrgicas en la boca o la mandíbula, y la construcción y colocación de dientes artificiales o dentaduras postizas. Dado que los dientes no pueden curarse por sí solos, cuidar de la boca ha sido un trabajo de supervivencia.❧