Astrid García Oseguera
¿Imaginas cuántas manifestaciones artísticas se esconden en las calles que transitas día con día? A través de la búsqueda de un significado social, el arte urbano ha hecho suya la calle para acallar el silencio.
Con una estatura de 2.24 metros y un peso de 224 kg, André the Giant fue uno de los grandes campeones mundiales de lucha. Su trascendencia como figura va más allá de la interacción en el ring; en 1989 su rostro se fijó con pegamento en las calles de Rhode Island, EE.UU, no por sus logros deportivos, sino por un acto reapropación del espacio público llevado a cabo por Shepard Fairey, un diseñador gráfico que, sin saberlo, había comenzado la popularización de una nueva corriente artística: el arte urbano.
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Foto: Carlos Quevedo
A través de una mixtura de técnicas como la gráfica y la serigrafía, esta corriente urbana le hacía frente al acaparamiento del espacio público por parte de las empresas publicitarias y la propaganda política.
Lo que inició en la década de los 80 con estampas en esténcil y grafiti en las calles, mutó en una ejecución artística que rescataba la dedicación del muralismo y detalles propios del futurismo.
Así, esta moderna reinterpretación recuperó algunos de los preceptos del Pop Art: dejar atrás toda pretensión artística para instalarse en la búsqueda de un lienzo a través del cual trasmitir y difundir la ideología de los artistas urbanos que, más allá de lo estético, estos espacios respaldaban su inconformidad en torno a situaciones sociales y políticas, como el consumismo, la guerra y la explotación.
Artífices callejeros
Tras casi tres décadas de incursión en el arte urbano, existe un artista cuya identidad sigue siendo un enigma: Banksy, un individuo británico que destacó en la mirada pública en 2005 debido a una de sus primera apariciones: la realización de nueve dibujos de grafiti en la barrera israelí de Cisjordania. Un acto de reapropiación de los espacios que se entiende como una declaración de resistencia.
De esta manera, el trabajo de Banksy evidenciaba una vertiente que subyace en toda manifestación de arte urbano: la inconformidad en relación a los conflictos armados que, en este caso, han permanecido latentes en Israel y Palestina. A través de sus trazos, los cuales eran protagonizados por niños, palomas de la paz y militares, se hizo evidente que, más allá del reconocimiento, el Street art busca hacerle frente a la indiferencia.
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Ya sea a través de grafiti, esténciles, proyección de video, instalaciones callejeras, serigrafía o esculturas, cualquier representación de arte urbano va más allá de la demarcación de un territorio; se trata de un acto de unidad. Una oportunidad para crear un manifiesto en comunión a través del cual, además de proyectar un naciente estilo artístico, se hacen evidentes las necesidades de cambio y las carencias que aquejan a la sociedad en general.
En ese sentido, Jean Michel Basquiat es otro de los nombres que predominan en la historia de este movimiento. «SAMO» era el seudónimo con el que firmaba sus primeras obras de grafiti realizadas a inicios de los años 80 en Nueva York, las cuales lo convertirían en uno de los grandes exponentes del neoexpresionismo; movimiento originado en Alemania que se consagró por el uso de técnicas agresivas y satíricas. Basquiat se apoyó en esta corriente para crear collages que denunciaban el racismo.
Michel Basquiat
Más que arte
En general, esta corriente no responde a preceptos estéticos, sino sociales: se buscaba que el arte ayudara al pueblo. Su obra es un reflejo de la realidad de la gente: hacer suyas las imágenes y las palabras para plasmar en el concreto que los rodea un mensaje cargado de ideología y en cuya forma también recae un significado. La mejor manera de comunicar un sentimiento universal era a través del lenguaje visual.
Escondido detrás de los vivos matices de esta técnica, el acto de protesta busca hacer visible algunas de las venas abiertas de la sociedad: la desigualdad, el desempleo, la inseguridad.
La reapropiación del espacio urbano se traduce como una manera de terminar con el silencio paralizador de una sociedad ajena a toda realidad o problemática.
En ese sentido, en México también ha existido una llama que nace de la necesidad de anclar en el panorama visual citadino un hecho impactante lleno de conmoción que demarcó un momento en el porvenir del pueblo. Como el caso de Gerardo Yépiz que, tras la muerte de Luis Donaldo Colosio en 1995, decidió trazar en las paredes de Baja California una imagen del político asesinado, la cual se convirtió en un icono dentro del arte urbano del país.
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Una de las dificultades a las que se enfrenta el Street art es a la censura y el rechazo de aquellos que consideran un delito o una falta de respeto el uso libre de estos espacios; sin embargo, el verdadero trasfondo de este acto tiene que ver con el descubrimiento de un escaparate apropiado para el dolor, la pérdida, la impunidad y la impotencia: se convierte en un estandarte de resistencia
Así, el movimiento se consolidó más que como una corriente estética, como un vehículo de lucha social.
Se apropiaron no sólo de las calles, sino también de los símbolos de la sociedad. De la misma manera, existen algunos artistas que recogen estos factores para transformar a la industria publicitaria, como Eduardo Zendejas, diseñador mexicano que pretende no realizar una crítica o una historia, si no deconstruir las formas con elementos básicos que a su vez le permiten generar nuevos trazos y texturas, que proponen distintas ideas representativas de su país para imprimirlo en diseños para Nike e incluso Audi.
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Foto: Carlos Quevedo
Es de esta forma que el arte urbano se ha transformado en un hito de las expresiones callejeras, las cuales mutaron de los actos vandálicos a la resignificación de símbolos universales. A través de la resistencia y la búsqueda de un significado social, este movimiento ha hecho suya la calle para poder acallar el silencio.