Algarabía
Luis Buñuel fue uno de los grandes genios del arte a tal grado que, sin su obra cinematográfica no podría concebirse el siglo XX.
Luis Buñuel (1900-1983) fue uno de los grandes genios del arte a tal grado que, sin su obra cinematográfica no podría concebirse el siglo XX. ¿Cómo resumir la obra y la vida de un creador tan icónico en tan breve espacio? He aquí nuestro humilde intento.
Luis Buñuel, el niño travieso que reniega del catolicismo, que se esconde debajo de la cama en espera de que su sirvienta se acerque para atacarle las piernas, que se disfraza de monja y de sacerdote a la primera provocación, que recorre los pasillos de las filmaciones cubierto por una sábana blanca, que cambia
el piano de su mujer por tres botellas de vino, que toca los tambores en Calanda —su pueblo natal—, que tira la paella al suelo porque no perdona la impuntualidad, que escoge como lugar de meditación y descanso los bares, que se prepara sin falta su propio coctel bautizado como «Buñueloni»,1 que tapa las cerraduras de la puerta para que no lo puedan ver en la intimidad.
Ese Buñuel que no nos deja apartar la vista de la pantalla, que amenaza con cercenarnos los ojos; ese que se ríe de nosotros desde la tumba.
La primera edad y el despertar
Luis Buñuel Portolés nació en Calanda, España, el
22 de febrero de 1900. Creció al lado de sus padres
y de siete hermanos en un ambiente rústico, casi medieval, donde los eventos transcurrían con la calma de un lugar al que «el progreso» no había llegado. La fortuna que su padre había hecho en Cuba le permitió gozar de una educación considerable, aunque severa y dogmática —de corte jesuita—. De estos primeros años el cineasta conservaría su vasto conocimiento religioso, así como los paisajes rurales y su fijación por la relación de hombres maduros y mujeres jóvenes —su padre le llevaba 25 años a su madre.
Al terminar el bachillerato se trasladó a Madrid,
donde con alumnos e invitados —Alberti, Cernuda, Bergamín, Lorca, Dalí y otros artistas pertenecientes
a la llamada Generación del 27— se nutrió de poesía, cine y filosofía. Durante estos años practicó boxeo y se interesó por la entomología —la pasión por los insectos lo acompañó de por vida.
En 1925 viajó a París, donde su vocación como cineasta despertó: según lo cuenta él mismo, la experiencia de ver Der müde Tod —Las tres luces— (1921), de Fritz Lang, fue definitiva; desde entonces se dedicó de lleno al cine, no sólo como un cinéfilo obsesivo que veía tres películas diarias, sino como un humilde alumno que se alistaba en trabajos «de lo que fuera» para empaparse de la técnica cinematográfica.
De lo alimenticio a lo personal
Buñuel filmó en 1950 Los olvidados, la cual tuvo una hostil acogida en nuestro país debido al retrato
fiel y crudo de los barrios pobres
de la Ciudad de México. Esta obra fue clave para su desarrollo como cineasta, pues gracias a ella inició
su búsqueda más personal.
Comenzó una notable carrera cinematográfica en la que los proyectos «alimenticios» —como
él llamaba a aquellas películas que no salían de su inventiva, pero con las que ya no estaba peleado y que le permitían ganarse la vida, como en la época del Filmófono— se distinguen de los proyectos personalísimos
que llegaron a ser verdaderas obras maestras.