La jornada
Veinte años después del éxito mundial de El dios de las pequeñas cosas, la escritora y militante izquierdista india Arundhati Roy ha publicado una segunda novela más ardiente y política que nunca.
Con El ministerio de la felicidad suprema, libro poderoso y complejo, la autora prosigue la obra crítica –con la sociedad y el Estado indio– que ha construido en las dos pasadas décadas con decenas de ensayos.
No sólo en India, sino en todo el mundo, está naciendo un sistema económico que divide a la gente, dice la intelectual de 56 años a la Afp. Describo cómo ese sistema destruye a las personas vulnerables en este país, agrega.
Al pensar en la Arundhati Roy novelista, uno recuerda la imagen de la joven que recibió, vestida con un sari de color púrpura, el prestigioso premio Booker en 1997 por El dios de las pequeñas cosas, del que vendió 6 millones de ejemplares en el mundo.
En la entrevista realizada una tarde de invierno en un café de la parte antigua de Nueva Delhi, la escritora sigue luciendo el pelo rizado, pero tiene las canas de una mujer de 56 años. Su pequeña estatura, sus ojos rodeados de kohl, el pausado timbre de su voz y sus sonrisas traviesas sorprenden porque contrastan con la vehemencia de sus textos.
–¿Por qué pasaron tantos años antes de una nueva novela?
–Tardé en recuperarme de El dios de las pequeñas cosas, no sólo por culpa de su éxito material, sino porque, de cierta manera, lo saqué del fondo de mí misma.
El ministerio de la felicidad suprema, novela exuberante con numerosos personajes, pasa de la vida de una comunidad de hijras(transgéneros) de Nueva Delhi a una historia de amor en un ambiente de insurrección en Cachemira.
Aparecen nacionalistas hindúes, la guerrilla maoísta de los bosques del centro del país, la violencia de las castas y los demás temas habituales de la Arundhati Roy militante.
La escritora asegura que tejió esta narración laberíntica a imagen del dédalo urbano de las megalópolis indias. Este libro, redactado a lo largo de 10 años, hay que aprender a conocerlo como se aprende a conocer una ciudad: recorrer sus carreteras grandes y pequeñas, sus patios traseros, sus solares, afirma.
Adulada y odiada
Tan idolatrada por sus lectores como odiada por sus detractores, clarividente para algunos, idealista y caricatural para otros, Arundhati Roy levanta pasiones en su país.
La escritora, acostumbrada a las polémicas, las manifestaciones y las comparecencias ante los tribunales, se ha forjado desde que alcanzó la fama literaria un perfil de intelectual disidente similar al de Noam Chomsky en Estados Unidos.
Me costaría estar en paz conmigo misma si no hablara de lo que pasa aquí, dice para justificar su compromiso intransigente.
“¿Cómo se puede aceptar que se mutile a cientos de personas en Cachemira? ¿Cómo se puede aceptar una sociedad que, desde hace miles de años, decidió que una parte de la población podía llamarse ‘intocable’? ¿Cómo se puede aceptar una sociedad que quema las casas de las poblaciones tribales y las expulsa de sus hogares en nombre del progreso?”, enumera.
Con una pluma afilada como una cuchilla, esta hija de una cristiana de la región meridional de Kerala y de un hindú de Bengala Occidental lucha contra la crispación identitaria de India bajo la férula de los nacionalistas hindúes.
El nivel de comunitarismo y de polarización de la gente nunca había sido tan execrable, asegura. Hay milicias que merodean con ganas de quemar salas de cine, grupos de enormes bigotudos que celebran el sati, una práctica ilegal y rarísima de inmolación de una viuda en la pira funeraria de su marido.
Incasable portavoz de los oprimidos, ecologista, feminista, altermundialista y crítica con el capitalismo, Roy expresa su esperanza de que surja una forma de justicia social de los tumultos del mundo.
Algo nacerá, ya sea de la destrucción total o de una especie de revolución, pero esto no puede seguir así, sentencia.