Uno de los autores más originales en lengua inglesa del siglo XIX dice que leer es bueno. Pero, ¿qué leer? ¿El TVNotas cuenta?
El célebre autor de Alicia en el País de las Maravillas dictó esta conferencia —sobre la lectura y sus bondades— que nunca antes se había traducido al español.
Una aproximación inusual a la lectura.
Desayuno, comida, té.1 En casos extremos, desayuno, almuerzo, comida, té, cena y un vaso de algo caliente a la hora de irse a la cama. ¡Cuánto esmero ponemos en la alimentación de nuestro afortunado cuerpo! Pero, ¿cuántos
de nosotros hacemos algo similar por nuestra mente? ¿Y qué es lo que marca la diferencia? ¿Es el cuerpo, con mucho, el más importante de los dos?
De ninguna manera. Si bien la vida depende de que el cuerpo sea alimentado, podemos seguir existiendo como animales —apenas como hombres— aunque la mente esté completamente desnutrida y descuidada. Por lo tanto, la Naturaleza prevé que, en caso de
serio descuido del cuerpo, sobrevendrán terribles consecuencias: malestar y dolor, hasta devolvernos nuestro sentido de la responsabilidad; así también realiza por nosotros, querámoslo o no, algunas de las funciones vitales más necesarias.
Muchos de nosotros sencillamente enfermaríamos si nos dejaran a cargo de nuestra propia digestión y circulación.
«¡Maldita sea, olvidé darle cuerda a mi corazón esta mañana!», gritaría uno al percatarse de que lleva parado las últimas tres horas. «No puedo dar un paseo contigo esta tarde», nos diría un amigo, «tengo nada menos que once comidas que digerir. Las he estado dejando de lado durante la última semana —estaba muy ocupado—, y mi médico dice que no se responsabiliza de las consecuencias si espero mucho más».
–Entérate cómo todo fluye de la mente al conocimiento–
Pues bien, si, como pienso, las consecuencias de descuidar el cuerpo pueden ser claramente vistas y sentidas, sería bueno para algunos que las consecuencias de descuidar la mente fueran igualmente visibles y tangibles; que pudiéramos, digamos, llevarla al médico y sentir su pulso. [...]
Reglas para alimentar la mente
Teniendo en cuenta la cantidad de experiencias dolorosas que muchos de nosotros hemos sufrido alimentando y medicando al cerebro, pienso que sería muy bueno que, por un rato, tratáramos de traducir algunas de esas reglas corporales a sus correlativas para la mente.
Primera, pues. Deberíamos de preocuparnos por suministrar a la mente su propio tipo de alimento. Desde muy pronto aprendemos qué debemos y qué no debemos hacer con el cuerpo, y no nos resulta apenas difícil rechazar una porción del tentador pudín o pastel que está asociado en nuestra memoria a una terrorífica indigestión y cuyo solo irresistible nombre nos evoca al ruibarbo2 y la magnesia3.
Sin embargo, nos lleva mucho tiempo convencernos de lo indigestos que son algunos de nuestros pasajes literarios favoritos.
Una vez tras otra preparamos comidas con novelas poco saludables, sabiendo perfectamente que nos traerán el consabido bajo estado anímico, desgana para el trabajo, hastío existencial y, en resumen, una pesadilla mental.
Además, tenemos que asegurarnos de que la surtimos de comida saludable en su «justa medida». La glotonería mental —o sobrelectura— es una propensión peligrosa que provoca debilitamiento de la capacidad digestiva y, en algunas ocasiones, pérdida de apetito; sabemos que el pan es una comida buena y saludable, pero, ¿quién se comería dos o tres panes de una sentada?
Oí a un médico decirle a uno de sus pacientes —cuyo comportamiento era el de un simple glotón necesitado de ejercicio— que «el primer síntoma de hipernutrición es una deposición de textura adiposa» y, sin duda, tan grandes y hermosas palabras consolaron enormemente a ese pobre hombre cuyo peso seguía en aumento.
Me pregunto si existe algo parecido a una «mente obesa».
Realmente creo haber conocido a uno o dos de ellos; mentes que tendrían dificultades en mantener el mínimo trote en una conversación, que no podrían saltar una valla lógica ni aunque les fuera la vida en ello, que se atascan rápidamente en estrechos argumentos y que, en resumen, no están en condiciones de hacer otra cosa que no sea andar dificultosamente por el mundo.
–Conoce a Alicia y las mátemáticas–
Por otra parte, aunque la comida sea saludable y en
su cantidad adecuada, sabemos que no debemos consumir «demasiados tipos diferentes de comida a la vez». Tómate, sediento, un galón de cerveza o uno de sidra, o incluso uno de té caliente, y probablemente
lo agradecerás —¡aunque no con tantas ganas en el último caso!—. Pero, ¿cómo crees que te sentirías si te ofrecieran una pequeña jarra de cerveza, otra de sidra, otra de té helado, otra de café, una de chocolate y los correspondientes vasos de leche, agua, brandy con agua y leche batida? La suma total sería también un galón, pero, ¿no se sentiría como un puñetazo en el estómago?
Los intervalos
Resuelto lo del tipo, cantidad y variedad de nuestra comida mental, nos resta saber dejar «intervalos adecuados» entre comida y comida, y no tragarla ansiosamente sin masticar, lo que dificulta la digestión.
Sobre los intervalos: son tan necesarios
para la mente como lo son para el cuerpo, con tan
sólo la siguiente diferencia: que mientras que el cuerpo requiere tres o cuatro horas antes de poder estar preparado para otra comida, la mente tiene suficiente en muchos casos con sólo tres o cuatro minutos.
Tanto el cuerpo como la mente tienen sus reglas, y las del cuerpo son aplicables, a su vez, a las de la mente.
Creo que el intervalo requerido es menor de lo que normalmente se cree, y, según mi experiencia personal, recomendaría a aquel que ha dedicado varias horas seguidas a pensar sobre un tema que, pongamos una vez cada hora, haga una pausa de cinco minutos, preocupándose por dejar en ese lapso la mente absolutamente en blanco y volverla completamente hacia otros temas. Son asombrosos el ímpetu y la elasticidad que recupera la mente durante estos cortos periodos de descanso.
Y entonces, así como se mastica la comida, el proceso mental que esto conlleva como efecto es simplemente el de comenzar a pensar sobre lo que leemos. [...] Una hora de pensamiento continuo sobre un tema —un paseo solitario es una oportunidad única para este proceso— es mejor que dos o tres de mera lectura.
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Y considera, tan solo otro efecto de esta saludable digestión de libros leídos: me refiero al, por decirlo así, hacer alusión a ellos cuando los necesitemos.
Sam Slick4 nos cuenta que aprendió muchas lenguas en su vida, pero que, por alguna razón, no ha podido «mantenerlas parceladas» en su mente. Y muchas veces una mente que corre de libro en libro, sin esperar a la digestión ni poner en orden nada, cae en tal estado que, lamentablemente, su propietario se encuentra lejos de ser capaz de acomodarse al carácter que sus amigos le otorgan: «Es un hombre absolutamente leído. Ponlo a prueba ahora mismo sobre cualquier tema. No lo podrás dejar fuera de juego».
El hombre leído
[...] ¿Reconoces a primera vista a una de las desafortunadas víctimas de una alimentación mental enfermiza? ¿Dudas? Mírala, buscando apresuradamente a su alrededor una sala de lectura, probando comida tras comida —¡perdón!, libro tras libro— sin asimilar ninguno. Primero un bocado de novela; pero no, ¡horror!, no ha hecho otra cosa en las últimas horas que comer y tiene hastiado el gusto. Después una rebanada de ciencia; pero ya sabes qué va a ocurrir; ¡ah!, por supuesto, demasiado duro para sus dientes. Y así continuar todo un cansado recorrido, el mismo que intentó —y en que el que fracasó— ayer, y el que probablemente intente, y en el que fracase, mañana.
Si este ensayo te ha dado algún consejo útil sobre la importancia de la lectura y te ha hecho ver que no es sólo por obligación, sino también por tu propio interés por lo que debes «leer, anotar, aprender y asimilar» los buenos libros que caigan en tus manos, se habrá cumplido su propósito.