La jornada
¿Cuántas veces te ha salido el «muñequito»? Y, de esas tantas, ¿cuántas has pagado los tamales del Día de la Candelaria? La gran mayoría de mexicanos que, habiendo adquirido el compromiso del compadrazgo con el anfitrión de la merienda de reyes, se hizo rosca y no cumplió.
¿Cuál es el origen de la costumbre de partir, cada 6 de enero, la rosca de reyes? Puede parecer una tradición judeocristiana y mexicana —por aquello de acompañar esa buena rebanada de pan con un jarro de chocolate—, aunque en realidad no lo es.
De pan ha de ser la rosca
Se trata de un rito pagano que fue cristianizado posteriormente, pues, desde épocas inmemoriales, la humanidad celebraba el solsticio de invierno como el nacimiento de la luz: «Los persas y los egipcios, los fenicios y los sirios, los griegos y los romanos, los mexicanos y los peruanos, los hindúes [sic] y otros pueblos» 1, celebraban el nacimiento de un dios solar —Ra, Mitra, Horus, Baco, Dionisos, Apolo o Zoroastro—, nacido de una virgen en la semana del 20 al 25 de diciembre, es decir, la fecha del solsticio de invierno. 2 Con motivo de esas celebraciones, en el Imperio Romano se elaboraban unos panes redondos hechos con miel, nueces, dátiles e higos, en cuyo interior se escondía un haba que daba la fortuna de ser nombrado rey por un día a quien la encontrara en su trozo de pan.
Años más tarde, la Iglesia Católica cristianizó esas fiestas paganas superponiendo la celebración de la Epifanía 3 y, mucho tiempo después, la tradición de la merienda de Reyes fue llevada a España por Felipe V, quien la importó de Francia, pues desde la baja Edad Media se conmemoraba la culminación de las fiestas de Navidad con este rito; fue ahí donde, por primera vez, se cubrió el pan con frutas escarchadas y se escondió un pequeño muñeco de porcelana en su interior como representación lúdica del episodio de la huida y el necesario encubrimiento de Jesús para evitar que cayera en manos de Herodes.
También se cuenta que, cada 6 de enero, los judíos comían pan ácimo,4 en el que escondían un muñeco de barro, y que los primeros cristianos cambiaron ese pan por una rosca hecha a base de harina blanca y levadura, endulzada con miel y adornada con frutos del desierto.
En México somos tantos y
tan glotones, que nuestras roscas han pasado de ser redondas a ser ovaladas.
De roscas y reyes
Así pues, alrededor del siglo XVII llegó a nuestras tierras la famosa rosca de reyes, que, por otra parte, en términos estrictos debería llamarse «rosca de magos», «rosca de sabios» o, en su defecto, «rosca de Oriente», puesto que resulta que los célebres Reyes Magos no eran reyes; magos sí, pero de realeza, nada. Mateo es el único que se refiere a ellos en el Nuevo Testamento, describiéndolos como unos magos del Oriente, quienes posiblemente hayan sido sacerdotes medos o persas, estudiosos de la astronomía, la astrología y el significado de los sueños y que curaban y predecían el futuro, aunque Ezequiel los alude como «sabios» en sus profecías del Antiguo Testamento. De cualquier modo, el estatus real se les dio en la Edad Media, cuando la Iglesia Católica estaba en su apogeo, porque en las Escrituras se dice que incluso «algunos reyes» se postraron ante la presencia del Niño Salvador y, por ello, a partir del siglo XII se les otorgó ese título.
Pero volviendo a la tradición de la rosca en tierras «mexicas», ésta nos viene de la costumbre española que aún sigue vigente y que es el día más importante de las fiestas para los españoles, en la que la familia en pleno se sienta en torno a un generoso «roscón de reyes» e intercambia regalos, como en nuestra práctica navideña. Anteriormente en nuestra tradición, como en la de ellos hasta la fecha, si un niño encontraba el muñequito, se le llenaba de golosinas, y si lo hacía un adulto, se le coronaba rey, se le hacía compadre del dueño de la casa y se le daba el nombramiento de «padrino del Niño Jesús». Sin embargo, actualmente, como todos sabemos, quien saca la figurita debe invitar los tamales del 2 de febrero, Día de la Candelaria, fecha que enmarca el fin de las celebraciones navideñas.
Para los mexicanos, la rosca debe acompañarse con un buen champurrado caliente o chocolate con leche. Todavía recuerdo cuando era chiquita y mi mamá preparaba vastas jarras de ese atole y compraba una enorme rosca de reyes para saciar a sus nueve hijos y a la población flotante que gravitaba en nuestra casa. Del gigantesco pan salía un muñequito y, obviamente, sólo uno de nosotros tenía que caerse con los tamales el próximo mes. En cambio ahora, las roscas vienen repletas de «niños dios», en el mejor de los casos, o de un nacimiento completo, incluidos reyes, borregos, gallinas y hasta pequeños pesebres de plástico, lo que me hace pensar que, como no quedó pelón sin su muñequito, dentro de un mes nos reuniremos otra vez todos y compartiremos los gastos de la tamaliza.
Y me pregunto por qué las panaderías se empeñan en seguir decorando las roscas con elásticos cortes de fruta cristalizada o rebozada en azúcar si prácticamente nadie se las come. No hay casa mexicana en la que no queden ni moronas de pan, pero en la que, irremediablemente, esas plasticosas tiras verdes y rojas se vayan a la basura. Por otra parte, tengo que confesar que esa creciente tendencia a prepararlas con nuevos ingredientes —rellenas de queso o chocolate, con fresas o crema batida— tampoco acaba de gustarme; la verdad es que no hay como la típica rosca de reyes que se deja fermentar pacientemente con agua de azahar.
Precisamente es ése el tipo de rosca que comí este año, aunque en realidad podría haberla degustado desde el anterior, dada la estrategia mercantil de los comercios, que tienden a adelantar la venta de los artículos representativos de cada festividad: podemos comprar pan de muerto a finales de septiembre, escarcha y «santacloses» en octubre y roscas de reyes ¡desde diciembre!