Adriana del Moral
Para establecer el valor de una obra de arte, se toma en cuenta no sólo los materiales y el trabajo empleado, también la demanda que esa pieza tenga.
El valor de muchas obras se establece, además de por los materiales y el trabajo empleado para su elaboración, por una relación entre la oferta y la demanda. Pero, ¿cuánto puede valer una pieza única cuyo precio no está determinado sólo por las leyes del mercado, sino también por el deseo y por algo tan subjetivo como una apreciación estética? Aquí analizamos algunos factores que determinan el precio del quehacer artístico.
Tal vez habría que empezar por decir qué es el arte, antes de enumerar las características que le dan valor. «El DRAE lo define como la “manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Es decir que, a raíz de dicha actividad, el hombre crea algo a lo que denominamos obra de arte, esa que contemplamos en museos o escuchamos en salas de conciertos, que aparentemente no tiene un fin utilitario, que pretende originalidad estética y belleza universal.»
En 2011, Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne, se convirtió en la obra de arte más cara, alcanzando el valor de 250 millones de dólares, que fueron pagados por la familia real de Qatar.
Desde tiempos antiguos el ser humano ha acumulado piezas de arte para su deleite personal, como colecciones, botines de guerra, reliquias o forma de inversión. Distintos factores determinan la cantidad de dinero por la que puede intercambiarse una pieza artística.
Un poco de historia: del saqueo al Renacimiento
Ya en la Antigüedad los nobles de Grecia y Roma poseían colecciones de arte que reunían piezas de las regiones conquistadas. En la Edad Media muchas familias acomodadas acumularon artículos de mármol, oro, bronce, marfil y maderas preciosas.
El Renacimiento se caracterizó por un gran desarrollo de las artes y por el apoyo que patronos como la Iglesia y la aristocracia prestaban a los artistas a través de la producción por encargo o de la adquisición de grandes cantidades de obras para decorar monumentos, palacios y villas. Tal es el caso de los mecenazgos —ejercidos por poderosas familias, como los Médici y los Sforza— y su relación con artistas de la talla de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Caravaggio, el Veronés y Masaccio.
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Hay registros de que en el siglo XVI existieron en Florencia y Venecia mercados especializados en el comercio de arte. A lo largo de la centuria siguiente los Países Bajos se convertirían en el núcleo de esta actividad en Europa, gracias a la comercialización de las obras de Rembrandt, Rubens y Vermeer, principalmente.
Auge y modernidad
Tal como lo conocemos en la actualidad, el comercio de arte alcanzó su auge durante el siglo XVIII, cuando la burguesía europea empezó a invertir en él como objeto de ostentación social. Durante ese periodo se consolidaron dos instituciones que se constituirían en hitos del comercio artístico: las ferias de arte abiertas al público y las casas de subastas. Las ferias son eventos culturales y económicos que han resultado fundamentales para la distribución internacional del arte. En 1737 se realizó por primera vez la muestra bienal del Salón Carré del Louvre, organizada por la Académie Royal d’Art, que fue de las primeras ferias en permitir la entrada de la sociedad en general.
En 1564 en el Salone degli Innocenti, de la Academia de Florencia, se celebró una de las primeras ferias en las que se ha documentado la comercialización de arte: se vendieron 17 de 25 cuadros pintados como homenaje a Miguel Ángel Buonarroti tras su muerte.
Por su parte, las salas de subastas cumplen una función primordial en determinar los precios del mercado de arte, mediante la fijación de sus precios de salida. Los valores pagados por las distintas obras que se han subastado a lo largo del mundo están recogidas en las guías de precios, que a su vez funcionan como referente para calcular el valor de las piezas en nuevas transacciones. La casa de subastas más antigua de que se tiene registro es la sueca Stockholms Auktionsverk —fundada en 1674—, sin embargo, las londinenses Sotheby’s y Christie’s que abrieron respectivamente en 1744 y 1766, operan hasta el día de hoy como dos de las multinacionales más grandes en su ramo; ambas han realizado algunas de las mayores subastas de arte a escala mundial.
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También durante el siglo XVII se dio un mayor desarrollo de las galerías privadas, donde el marchante servía como intermediario entre los artistas y los coleccionistas, apoyando y dando a conocer el trabajo de nuevos creadores e, incluso, marcando tendencias dentro del mercado artístico. Por ejemplo, varios miembros de la familia van Gogh fueron marchantes —y aún así, Vincent pudo vender solamente un cuadro en toda su vida.
A principios del siglo XX destacaron personajes como Ambroise Vollard, quien expuso y comercializó obras de artistas icónicos de la pintura moderna como Paul Gaugin, Paul Cézanne, Henri Matisse y Pierre-Auguste Renoir, además de que sostuvo con algunos de ellos una profunda amistad; o Daniel-Henry Kahnweiler, quien fue uno de los principales promotores del movimiento cubista en las decádas de 1910 y 1920 y resultó definitivo en el comercio de la obra de sus principales exponentes: Pablo Picasso, Georges Braque, Juan Gris y André Derain.
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Posteriormente, con el auge de las galerías neoyorkinas se introdujeron otros factores que aumentaban el valor de las obras, por ejemplo, las modas, las tendencias y los estilos de vida de los artistas. En la actualidad, son las galerías las que establecen los límites de las preferencias aceptables en el mercado y han reemplazado a los museos y a la Academia como las más «consagradas autoridades», al dar el último sello de legitimidad a los artistas y definir quiénes se pueden «colocar» en el mercado, como ha señalado el filósofo Pierre Bourdieu.1 Pierre Bordieu, Distinction. A Social Critique Of The Judgement Of Taste; Cambridge: Harvard University, 1984.
«En breve tiempo, comerciantes, coleccionistas y críticos desarrollan un consenso acerca del valor de la obra y cómo puede ser apreciado. Cuando esto ocurre, debemos decir que el comerciante ha aleccionado a una audiencia para la obra artística que él sostiene» Howard S. Becker
Desde el siglo antepasado los coleccionistas son un factor decisivo para el mercado artístico y la donación de colecciones privadas ha permitido la creación o ampliación de muchos museos.
Historia paralela: la especulación
QR-arte-04Existe un segmento de compradores de arte cuyas motivaciones son puramente financieras: se trata de los especuladores. Si su presupuesto está limitado, apuestan por el trabajo de artistas que inician su carrera, con objeto de revender más tarde con beneficios. Tratan de adquirir sólo obras que previsiblemente adquirirán más valor. No compran una obra, sino la firma.
Este tipo de inversiones son normalmente a largo plazo, entre otros motivos, porque a «los coleccionistas no les gusta ver en el mercado una misma obra dos veces seguidas, eso la devalúa» y porque «el inversor puede equivocarse al apostar por un activo artístico».2 Schwartz, Carlos, «Una cierta “artesclerosis”», El País, 9 de febrero de 1992; p. 3.
Tras la I Guerra Mundial y hasta el crack financiero de 1928, el mercado de arte tuvo un gran impulso gracias a las casas de subastas. Posteriormente, la caída de las bolsas mundiales en octubre de 1987 generó que los bancos centrales sostuvieran la actividad económica inyectando liquidez en los mercados bursátiles para impedir una catástrofe similar a la de 1929; los especuladores aprovecharon este sostenimiento artificial para mantener sus beneficios inviertiendo en mercados como los del arte.3 Uriol, E., «Mercado del arte, rentabilidad a largo plazo», Cinco Días, 10 de febrero de 1990; pp. 18-19.
Por lo tanto, algunos compradores adquieren obras, sobre todo de arte contemporáneo, cuyo sentido pueden no entender, pero al pagar un altísimo precio por ellas hacen que su cotización suba mucho más, generando un efecto multiplicador que se consolida en sí mismo.
A partir de la crisis del mercado del arte de 1990 sólo la pintura europea del siglo XIX y la obra de algunos artistas del XX se han revalorizado progresivamente. Las épocas más cotizadas en la actualidad son la impresionista y la moderna, debido a que se pusieron de moda entre coleccionistas e inversores, hasta llegar al punto en que el valor de la obra de arte en el mercado se determina fundamentalmente por lo que el comprador está dispuesto a pagar.
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Esto ha beneficiado a las casas de subastas y algunos especuladores, pero perjudicado a los museos, sobre todo a los de propiedad pública, cuyos presupuestos no bastan para competir con los niveles de precios alcanzados por ciertas obras. Además, la especulación ha disminuido en cierta medida los préstamos de obras para exhibiciones debido al encarecimiento de los seguros para las obras de arte.
Un mercado impredecible
A comienzos de 2011, el cuadro La esperanza, del pintor francés Paul Gauguin —cuya obra es considerada una de las más importantes del siglo XIX—, creado como un homenaje a Van Gogh, se subastó en Christie’s con un precio de salida de 12 millones de euros. Al final el cuadro no se vendió, pese a las grandes expectativas que su venta había generado.
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En cambio La mañana, pintura del mismo autor y perteneciente al mismo periodo artístico, había alcanzado un precio de 26 millones de euros en otra subasta celebrada años antes en Sotheby’s. Lo cual nos demuestra que los mercados en general —y el del arte en particular— no dejan de ser en cierta manera impredecibles y caprichosos.