Gerardo Murillo, mejor conocido como el Doctor Atl, nació en la ciudad de Guadalajara el 3 de octubre de 1875. Su seudónimo, que significa agua, lo tomó del náhuatl y el título de "doctor" posiblemente de su padre que era farmacéutico de oficio.
Aunque su bien ganada fama la adquirió como pintor, al igual que otros muchos artistas de su época tuvo una marcada preferencia por lo que él llamó "artes populares" -actualmente uno de los objetos de estudio de la etnología-, contribuyendo de manera definitiva en la revalorización de la etnografía y especialmente en la apreciación estética de sus manifestaciones.
El libro que nos ocupa: Las Artes Populares en México, es una joya bibliográfica. Fue publicado por primera vez en 1921 como texto de apoyo a la exposición de Arte Popular Mexicano que se llevó a cabo en las ciudades de México y Los Ángeles, California, con motivo del centenario de la consumación de la Independencia. Aunque hasta el momento se desconoce la procedencia de las piezas, sí sabemos con certeza que la colección fue recolectada por Adolfo Mest Maugart, Jorge Enciso, Roberto Montenegro, Javier Guerrero y el propio Gerardo Murillo.
El texto refleja los conceptos que tenían los intelectuales de la época acerca de los indígenas y sus artes: Estudiándolas se puede valorizar con gran precisión ciertas cualidades de una raza. ¿Cuáles son las que podrían revelarnos el estudio de las artes populares en México? Éstas: un grande sentimiento artístico -especialmente un fuerte sentimiento decorativo-, una enorme resistencia física -un espíritu metódico-, un grande espíritu de asimilación -un espíritu individualista que transforma y organiza dándole un sello personal a todo lo que asimila-, una admirable habilidad manual y una grande fantasía.
Su sentido crítico es notable y su percepción estética se manifiesta en frases lapidarias como la que se refiere a los sombreros de Morelos: que pueden ser todo lo "característicos, típicos e interesantes que se quiera, pero muy feos", como poco atractivo, incómodo y ridículo le parece el traje charro.
La primera edición, realizada por la editorial Cultura, se agotó rápidamente, siendo necesario publicar al año siguiente (1922) la segunda versión con un tiraje superior, ilustraciones de mayor calidad y textos más amplios.
Los pocos ejemplares que podían conseguirse se cotizaban a precios altísimos, porque la obra no volvió a editarse sino hasta 1980, cuando el Instituto Nacional Indigenista reimprimió la versión de 1922 con un prólogo de María Teresa Pomar. El libro se ilustra con excelentes fotografías (de las que lamentablemente se desconoce el autor), cada una enmarcada en un diseño que recuerda al de los textiles o la cerámica.
El texto consta de 26 capítulos: en los dos primeros, el Doctor Atl habla de la importancia del arte popular con especial énfasis en las manifestaciones artísticas o industriales de las razas indígenas puras y de las razas mezcladas e intermedias.
En el capítulo dedicado a la Exposición menciona que (...) canalizó el sentimiento público hacia una mejor comprensión del arte nacional, y las consecuencias comerciales y artísticas que de ella se han derivado son realmente importantes. El evento fue inaugurado por el general Álvaro Obregón el 19 de septiembre de 1921, y acerca de éste comenta: y bien puede afirmarse que desde esa fecha el gobierno de la República reconoció oficialmente el ingenio y la habilidad indígenas que habían estado siempre relegados a la categoría de parias, y finaliza con la siguiente aseveración: la Exposición de Arte Popular del Centenario ha sido la primera manifestación pública que se haya hecho en México para rendir homenaje oficial a las artes nacionales, y ella ha constituido un punto de partida para su desarrollo y transformación.
En el tercer capítulo se ocupa del Departamento Etnológico del Museo Nacional, dirigido en esos años por Miguel Othón de Mendizábal. Respecto de las llamadas "artes populares" Gerardo Murillo afirma que: oficialmente nunca se consideró que ellas fuesen dignas de ser expuestas en un Museo. La labor de Othón de Mendizábal y de Andrés Molina Enríquez fue fundamental para lograr que la etnología se considerara una disciplina relevante.
En el siguiente apartado el Doctor Atl hace un análisis del entonces actual estado de las "industrias vernáculas", de la decadencia de las lacas de Uruapan, del arte "plumífero", la orfebrería, la ferronería, la mueblería y la pintura religiosa. También habla de las artes que se encuentran en prosperidad: el tejido en Oaxaca y Michoacán; la juguetería en barro cocido y policromado; la rebocería; los tejidos de tule y palma; la jarciería; los objetos de mimbre, otate, carrizo y raíces; las lacas de Olinalá; la talabartería, y sobre todo, la alfarería.
En el capítulo quinto Gerardo Murillo exalta la habilidad manual de los artesanos indígenas, considerando que no hay otro pueblo con una aptitud tan desarrollada, excepción hecha de los chinos. Destaca el método, la calma y la destreza con la que fabrican una vasija, adornan un altar o tejen un textil.
En la segunda parte de este maravilloso libro aborda los diferentes tipos de artesanías y los materiales con que están realizados: los alfareros y su obra; los juguetes populares -tradición casi abandonada en la actualidad- que alrededor de los años veinte (del siglo XX) todavía constituían una próspera industria (se fabricaban de barro, de trapo y de madera). En esta categoría incluye también los Judas del Sábado de Gloria, los títeres, las máscaras, las piñatas y los objetos de dulce. De la orfebrería afirma: entre las industrias que están en decadencia, ésta es una de las que más debilitadas se encuentran y que no tardará en desaparecer completamente. Por fortuna el Doctor Atl se equivocó en su predicción y actualmente la orfebrería es una de las artesanías más relevantes de nuestro país.
Las canastas, cestos, "tompeates" y petates manufacturados con tule, carrizo, mimbre, otate y palma merecen igualmente su atención.
De la extensa gama de la indumentaria indígena, resalta la importancia de los sarapes y los rebozos, pues los considera atuendos distintivos de la indumentaria tradicional femenina: el rebozo es la prenda con que se cubren las mujeres del pueblo, la que orna los cuerpos gentiles de las muchachas en los días de campo, la que caracteriza el modo de taparse de la mujer en México.
La noble madera está representada por las bateas de Michoacán y Guanajuato, los bellos molinillos de Teocaltiche (Jalisco), los muebles de la Ciudad de México, los bastones de Apizaco (Tlaxcala) y las lacas de Guerrero y Michoacán. De la arquitectura típica mexicana, el Doctor Atl consideró digna de mención la que conserva "el sello peculiar indígena ": el jacal, la casa de adobe, el tipo de habitación del Bajío, las casas lacustre de Xochimilco y Las de Guerrero.
La pintura está representada por los exvotos, considerados por Diego Rivera "obra de arte completa", merecedora de todos los elogios.
"El arte de decir" se refiere a la forma en que utilizamos el lenguaje: el argot, el teatro, la literatura, la poesía, la estampería y la música, manifestaciones vivas de la manera tan particular que tienen los mexicanos de expresarse.
Finalmente, habla de la charrería, a la que llama "el espíritu nacional por excelencia".
El libro concluye con una inteligente reflexión del autor acerca de "cómo se hizo esta obra", y con sentido crítico menciona lo que "le faltó", siendo la cocina mexicana la omisión más notable.
La revalorización del arte popular es una tarea fundamental de la etnografía mexicana iniciada hace muchos años por quienes nos precedieron.
Los etnógrafos del presente nos sentimos en la obligación moral de continuarla con el mismo celo y pasión de Gerardo Murillo, el Doctor Atl.
Fuente: www.mexicodesconocido.com