CIUDAD DE MÉXICO, 14 de septiembre.-A Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), Marcos Arróniz (1826- 1858) y Manuel Acuña (1849-1873), “quizá los tres mejores poetas del romanticismo mexicano”, los persiguió sin pausa la desdicha, la pobreza y, en el caso del segundo, la locura. Los tres murieron jóvenes: a los 26, 32 y 24 años de edad, respectivamente.
Son poetas cuya figura y poesía trágicas me han acompañado desde hace muchos años. Quizá una honda simpatía triste sea el principal motivo por el que he querido recobrarlos”, afirma el poeta y ensayista Marco Antonio Campos (1949).
El experto en literatura mexicana del siglo XIX ha hurgado meticulosamente en la vida de estos bardos, y en el convulso momento político y social que les tocó vivir, para recrearlos en los tres cuentos que integran el libro Joven la muerte niega el amor joven (UNAM), de reciente aparición, “que busca ante todo conmover al lector”, dice.
Había como un anhelo secreto entre los románticos de vivir desdichados y terminar mal, como Lord Byron en Inglaterra y Gustavo Adolfo Bécquer en España. Y parece como una condenación de casi todos los poetas románticos que haya una mujer hermosa, a la que asedian pero a la que nunca acabarán alcanzando”, explica en entrevista el estudioso.
Destaca que “mucho del derrumbe síquico de los tres mexicanos, el sol destructivo que giró en torno de ellos, fueron jóvenes hermosas y atractivas que desde el principio los desdeñaron, pese a la insistencia esforzada que hicieron para alcanzarlas”.
Detalla que Rodríguez Galván estaba enamorado de la actriz Soledad Cordero, Arróniz de una muchacha cuyo nombre no se sabe, por lo que él le puso María Concepción, y Acuña de Rosario, a quien le dedicó su Nocturno.
Acuña acababa de tener una relación e incluso tuvo un hijo con Laura Méndez, tal vez la mejor poeta del siglo XIX, a quien ya no conoció porque nació en enero de 1874, y él murió el 6 de diciembre de 1873”, agrega Campos.
El investigador convierte en un relato la vida de cada uno de los poetas, describe lo que piensan, los lugares que recorren, la desesperación que sienten por ver a su amada y su convivencia con amigos, entre los que destacaban Francisco González Bocanegra, Francisco Zarco o Juan de Dios Peza.
Muestra cómo transcurre la vida cotidiana de la Ciudad de México en el siglo XIX, en lugares como la Alameda, el Colegio de Minería, la Escuela de Medicina, el Teatro Principal (ubicado en las calles Coliseo y Vergara, hoy 16 de Septiembre y Bolívar), el Café del Progreso o el Teatro Nacional.
Los tres dejaron al menos un poema que los caracterizaría para siempre, prosigue el novelista y cuentista: Rodríguez GalvánProfecía de Guatimoc (1839), Arróniz Zelos (1852), y Acuña Ante un cadáver (1872). “Árboles mayores que fueron talados en la verde edad”, añade.
Lo que quise es tomar la víspera de la muerte como inicio”, asegura quien confiesa que Acuña es el poeta del siglo XIX mexicano con el que más se identifica, y Ramón López Velarde del siglo XX, de quien prepara el Diccionario Lopezvelardiano, adelanta.
Pretendo que, a través de este libro, la gente se acerque a estos autores. Tratar amenamente de conmover al lector y que se dé cuenta cómo era el México del siglo XIX. Recordar a estos personajes que son mal conocidos o menospreciados injustamente”, señala el autor de los poemarios Viernes en Jerusalén y Dime dónde, en qué país.
Aclara que todos los lugares y personajes de los cuentos son ciertos, sólo que las circunstancias varían. “El final de lo de Acuña, por ejemplo, es invención, pero pudo haber ocurrido perfectamente, que Juan de Dios Peza descubriera su cadáver”.
Pocas licencias para ganar dramatismo y recrear la vida de estos poetas cuya obra ha rescatado el mismo Marco Antonio Campos y la ha publicado la UNAM.