José Saramago bautizó a Rosario, en un texto de 1998, como ‘Embajadora de Chiapas’, aquélla que «supo contar las vicisitudes de los indios y las tropelías de los blancos». Ella emprendió la búsqueda de su ser auténtico en contraste con la imagen femenina que se le había impuesto socialmente, pues en carne propia vivió los conflictos raciales y los prejuicios sociales en un pueblo provinciano, en donde claramente vio reflejada una estructura socioeconómica injusta con los indios.
Rosario Castellanos Figueroa nació el 5 de mayo de 1925 en la Ciudad México, y unos meses después su familia decidió mudarse a Comitán, Chiapas. Ahí fue donde creció y vivió la mayor parte de su vida hasta que cumplió 16 años y decidió regresarse a la Capital.
Estudió Filosofía y Letras en la UNAM, donde también cursó sus estudios de maestría. En su trabajo de titulación, Rosario presentó por primera vez la convicción de que en la cultura, sobre todo en la mexicana, se coloca a la mujer en múltiples planos inferiores.
Posteriormente escribió diversos ensayos sobre temas como la desigualdad y la posición de la mujer frente a la sociedad, en un tono más político y de reclamo.
En 1948 sus padres y su hermano fallecieron; y aunque de ellos heredó algunas tierras, éstas las donó a indígenas chiapanecos. Este suceso la marcó de por vida, y le brindó inspiración para escribir.
Así, Rosario inició una ardua lucha desde la trinchera de las letras por los derechos de las mujeres, y se transformo en uno de los símbolos del feminismo latinoamericano. En sus textos abordó temas con una perspectiva más allá de liberar sentimientos como el amor o la tristeza a través de versos, se enfocó en la denuncia sobre la posición y la condición de las mujeres, la soledad, la tristeza, la muerte, así como el mundo de las y los indígenas, a quienes dignifica para ampliar sus libertades democráticas.
Rosario obtuvo una beca para viajar a Europa y estudiar Estética en la Universidad de Madrid. Cuando finalizó sus estudios, regresó a México y se dedicó a ser maestra en diferentes instituciones.
Rosario fue promotora del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del Instituto Nacional Indigenista, al tiempo que trabajaba como editora en el periódico Excélsior.
Sus primeros trabajos literarios fueron publicados por su maestro, Efrén Hernández, en la revista Antológica, y su primer novela fue Balún Canán, publicada en 1957, la cual le hizo merecedora del Premio Chiapas y se ha traducido a diversos idiomas; junto a Ciudad Real –su primer libro de cuentos– y su segunda novela Oficio de tinieblas, conformó una de las trilogías indigenistas más importantes de la literatura mexicana.
Rosario y Dido
Rosario se enamoró sin remedio de un maestro de filosofía, Ricardo Guerra. Al principio Ricardo no le correspondió, incluso se casó con otra mujer, pero Rosario no podía renunciar a este amor. Finalmente en 1958 Ricardo y Rosario se casaron, como prueba del cariño que Rosario le tenia, se recopilaron 73 cartas que dieron origen a la colección de Cartas a Ricardo.
A lo largo de su matrimonio quedó embarazada en múltiples ocasiones, pero en casi todas sufrió de abortos involuntarios, incluso perdió a una pequeña niña después de darla a luz. Poco antes de divorciarse nació su hijo Gabriel, pero con todas esas desafortunadas pérdidas –sumadas a las infidelidades de su esposo–, Rosario quedó hundida en la depresión, luchó por trece años contra esta enfermedad y contra su fijación de ser «poco atractiva».
Llegó a quedar internada en un hospital psiquiátrico tras un intento de suicidio.
En 1966 se trasladó a Wisconsin, EE.UU, como profesora invitada, donde logró superar poco a poco sus trastornos psicológicos y dedicarse por completo a su hijo. Aunque en ese tiempo escribió más ensayos, novelas y cuentos, el género literario al que más se avocó fue la poesía. Con todos esos sentimientos reservados para sus versos, Rosario escribió uno de sus poemas mas famosos escrito en prosa: «Lamentación de Dido».
El poema hace referencia a La Eneida de Virgilio –podría decirse que es una adaptación de éste–, sólo que en aquél, Dido se incinera al ser abandonada por Eneas. En este poema Castellanos pone en un plano general el abandono de Ricardo y su ‘fracaso’ como esposa. El poema termina con esta breve reflexión:
«Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor –¿qué otra cosa soy más que dolor?– me ha hecho eterna.»
Muchas de sus obras la llevaron a ganar distintos premios y galardones como el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Carlos Trouyet de Letras y el Premio Elías Sourasky de Letras.
En 1971, tras un viaje diplomático que realizó a Israel, Rosario Castellanos fue nombrada embajadora de México en ese país de Medio Oriente, donde vivió hasta los últimos años de su vida, y trabajó como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
La última obra que escribió fue una puesta en escena titulada El eterno femenino. Dividida en tres actos, en su narración intentó desmitificar el rol típico de la mujer al incluir una protagonista que a lo largo de las escenas progresa y encuentra su libertad. Esta obra fue publicada en 1976, dos años después de su muerte
Falleció en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974, víctima de una descarga eléctrica que sufrió al salir de bañarse para contestar el teléfono. Por órdenes del presidente Luis Echeverría sus restos fueron trasladados a la Ciudad de México y enterrados el 9 de agosto de 1974 en la Rotonda de las Personas Ilustres.
ALGARABÍA