POR XABIER F. CORONADO. LA JORNADA
Absurdo es lo desprovisto de propósito... Separado de sus raíces religiosas, metafísicas y trascendentales, el hombre está perdido, todas sus acciones se transforman en algo falto de sentido, absurdo, inútil.
Eugène Ionesco
Generalmente, los autores que integran una corriente literaria tienen una percepción común de la realidad y coinciden en su forma de expresarla. En el ecuador del siglo pasado surgió un movimiento que profundizaba la ruptura de esquemas que habían provocado el dadaísmo y el surrealismo –Tristan Tzara, André Breton, Louis Aragón–, experimentando con otras maneras de narrar. Esta corriente fue denominada por el periodista y crítico literario Martin Esslin como Teatro del Absurdo, por ser en la dramaturgia donde creó escuela.
El Teatro del Absurdo tiene sus raíces en la tradición cultural de Occidente; los autores más representativos de esta tendencia teatral vivieron en París en la década de los años cincuenta del siglo pasado y escribieron sus obras en francés, a pesar de que para algunos no era su lengua materna. Entre ellos se encuentran Samuel Beckett, Jean Genet, Eugène Ioneco, Arthur Adanov, Fernando Arrabal y Harold Pinter; dramaturgos que hallaron motivación teórica en los textos de Antonin Artaud, El Teatro y su doble (1938), y las ideas que sobre lo absurdo de la situación del ser humano desarrolló Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo (1942). Sin embargo, frente al discurso filosófico y racional de Camus y la corriente existencialista, estos autores eluden racionalizar sobre el absurdo de la condición humana, limitándose a representarla en escenas teatrales explícitas.
Entre los autores integrantes de este movimiento destaca la figura de Samuel Beckett (1906-1989), escritor de origen irlandés, creador de una obra singular que abarcó todos los géneros y cimbró las viejas estructuras literarias.
Formación y ruptura
Los filósofos y pensadores proponen una salida y yo sentía que no la había. La solución es la muerte.
S. Beckett
Samuel Beckett publicó poesía, narrativa y teatro; también escribió obras para radio y televisión, guión cinematográfico y ensayos críticos. Recibió una educación esmerada, primero en la Portora Royal School, donde también se había formado Oscar Wilde, y luego en el Trinity College de Dublín, para estudiar Lenguas Romances. En 1928 ejerce como lector de inglés en París, ciudad donde se hace amigo de James Joyce, con quien colabora en temas literarios (Work in Progress). A partir de 1929, Beckett inicia como escritor un camino de exploración filosófica y artística que pretendía establecer correspondencia entre lo clásico y lo contemporáneo. Ese año publica su primer relato, “Assumption”, y un ensayo crítico titulado “Dante... Bruno. Vico... Joyce”, que respalda el trabajo literario de su amigo en un libro dedicado a su obra. También conoce a w.b. Yeats en 1930, con quien mantendrá una cercana relación profesional. Sus primeros poemas se inspiran en otros autores (Dante, Descartes, Goethe) y, en 1931, publica en Londres un estudio crítico sobre Marcel Proust.
Beckett viaja por Francia, Alemania e Italia, relacionándose con personas de todo tipo que le servirán de modelo para crear sus personajes. En esta época trabaja haciendo traducciones del francés e italiano, hace reseña de libros y escribe artículos en revistas literarias como Dublin Magazine y Bookman, donde publica un trabajo sobre poetas irlandeses contemporáneos (“Recent Irish Poetry”).
Su primer volumen de relatos, More Pricks Than Kicks (1933) publicado en Londres, fue censurado en Irlanda por su título inmoral. En 1935 edita en París Echo’s Bones, trece oscuros poemas en inglés de una erudición casi incomprensible por sus referencias literarias y personales. Tras un texto fallido, que no encontró editor, participó directamente en la publicación de su primera novela: Murphy (1938), una de sus narraciones más acabadas y mejor estructuradas. En esta etapa, Beckett plantea temas como la subjetividad del tiempo, la muerte, el desasosiego y la falta de sentido de la vida, que serán tratados de diferentes maneras a lo largo de toda su obra.
Este primer período de creación literaria, lleno de avatares y rechazos, finaliza en 1937 cuando decide abandonar definitivamente Irlanda. Beckett se marcha a vivir a París, lo que supondrá una ruptura total con su vida y su trabajo anterior. A partir de 1946 prescinde del inglés y adopta el francés como lenguaje literario. El cambio de idioma es un tema que el autor ha explicado como una huida de la lengua inglesa –“porque en ella no se puede escribir poesía”– y de sus fantasmas familiares y culturales; también afirmaba que “en francés es más fácil escribir sin estilo”. En definitiva, Beckett hizo suya la recomendación del filósofo historicista italiano Giambattista Vico: “Todo aquel que quiera brillar como poeta tiene que desaprender su lengua nativa y volver a la mendicidad prístina de las palabras.”
La obra posterior de Beckett abandona el estilo docto y sombrío de sus textos en inglés y se concentra en simplificar el lenguaje: “Comprendí que mi camino era el empobrecimiento, la renuncia y emancipación del conocimiento; era restar más que sumar.” Busca temas más acordes con su inquietud personal, rompe formas de expresión establecidas y experimenta con las palabras y los géneros literarios. Su producción poética en francés se abre con Poémes, 1937-1939, y Six Poémes, 1947-1949, posteriormente se cierra con los versos mínimos y concisos de Mirlitonnades (1978). En su lengua adoptiva escribe sus mejores páginas, una serie de textos que ya son clásicos dentro de la literatura universal: la trilogía narrativa que incluye las novelas Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), así como las obras de teatro Esperando a Godot (1952) y Fin de partida (1957).
Beckett da categoría de arte a un lenguaje y una estructura que se sublevan contra criterios arraigados en literatura. Abre los límites de la novela constriñéndola en espacios sin puntos de referencia, restringidos hasta la asfixia. Plantea un teatro donde el texto trasciende el escenario, dramas que se representan sin solución de continuidad, como círculos concéntricos que se reducen a medida que su propia obra evoluciona.
Las historias de Beckett se mantienen en espera de un final que nunca acontece: “todo proseguirá a solas, hasta que llegue la orden de detenerlo todo”. En ellas los personajes pronuncian sus diálogos en un discurso ininterrumpido sin posibilidad de síntesis final. Un insistente movimiento de palabras y frases entre silencios cada vez más amplios; textos en crisis que rozan el sinsentido y determinan el entorno hasta lo absurdo. Basta leer sin respirar los párrafos vírgenes de puntuación de Cómo es (1961), obra que culmina el proceso narrativo de Beckett, donde la anónima voz referente afirma: “no busco ni un lenguaje a mi medida a la medida de aquí no busco ya nada”, y logra escribir “de un tirón ni un punto ni una coma ni un segundo que permita reflexionar”.
El lenguaje en expresión mínima, desnudo, como una letanía monocorde, carente de ritmo, incoherente, como palabras en un suspiro. Una literatura sin certezas que, como manifiesta Theodor w. Adorno en un estudio sobre Beckett, nos obliga a aceptar que “no significar nada se convierte en el único significado” (Notas sobre literatura).
La obra de Beckett es un trabajo progresivo en búsqueda de conocimiento, sustentado en continuas exploraciones filosóficas y narrativas: desde Dante, Descartes, Vico o Arnold Geulincx, hasta Proust y Joyce. En 1969 le conceden el Nobel de Literatura por el conjunto de una obra que, “renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno”.
En su última etapa creativa ensaya nuevos formas dramáticas para radio, cine y televisión, recopiladas posteriormente en Quad y otras piezas para tele-visión (1993). Continúa su experimentación literaria en textos como Not I (Pas moi), “pieza para una boca” (1972), y muchos otros que son recopilados en el volumen Rockbay and Other Short Pieces (1981). Dirige obras de teatro en diversas ciudades europeas y continúa escribiendo hasta 1989, año de su muerte, en que publica Soubresauts, El mundo y el pantalón y el ensayo Peintres de l’Empêchement. Su último poema, “What is the Word” (Comment dire), fue escrito en el asilo de París, donde falleció el 22 de diciembre.
Absurdo y realidad
La escritura me ha llevado al silencio.
Samuel Beckett
Samuel Beckett desarrolla en su obra una visión filosófica oscura y desamparada sobre la naturaleza del ser. Sus novelas son complejas, difíciles para el lector: Molloy, por ejemplo, es un monólogo de más de cien páginas escrito en un solo párrafo. Un modelo narrativo con antecedentes en Kafka y en Camus, que ha influenciado a autores como Thomas Bernhard y Peter Handke.
Beckett creía en las posibilidades de la acción verbal como soporte dramático: “La mejor obra posible es una en la que no haya actores, sólo texto. Estoy tratando de escribirla”; y a la vez era consciente de la evidente incapacidad del lenguaje como instrumento para relatar una experiencia, “un intento por comunicar lo imposible”. Aprendió a concebir su trabajo como una complicada misión al servicio de la literatura, se esforzaba por plasmar en sus textos, con la lucidez y el oscuro humor personal que le caracterizan, la absurda realidad que todos compartimos.
Wittgenstein plantea que “los límites del mundo son los límites del lenguaje”, y sólo puede ser evocado a partir del material reelaborado que él mismo nos ofrece. El marco que establece el silencio es la única oportunidad de constatación de la realidad, porque cada vez que hablamos o escribimos usamos palabras y pensamientos de otros, construimos nuestro entorno a través de discursos ajenos. Beckett se vale de Molloy para expresarlo con claridad: “En mi opinión, todo lenguaje es un error de lenguaje.”
Para Samuel Beckett, la realidad es el mundo creado por un lenguaje que ya no puede aportar sentido, la dialéctica de su obra busca la coherencia de ese sinsentido a través del diálogo absurdo que desarrollan sus personajes, caracteres extremos fuera de lo común pero, a la vez, tan sencillos y contradictorios como cualquiera de nosotros. Por eso nos identificamos y no podemos dejar de leer esas historias absurdas que reflejan el desatino de la realidad. Al igual que sus personajes –de Vladimir y Estragon al primitivo Murphy, pasando por Hamm y Clov; Morán/Molloy, Malone, el innombrable y todos los que no tienen nombre– nosotros también estamos esperando a Godot, que no es otro que la propia muerte: “dormir hasta la muerte/ nos cura siempre/ ven a aliviar/ esta vida este mal.” (“Canción”). Porque Beckett sabía que la muerte era la solución y nos dejó escritas, de manera genial y terminante, escenas en donde sus personajes, forzados a cruzar “esos largos umbrales movedizos”, recapitulan en voz alta antes de enfrentar el acto final.
La obra literaria de Samuel Beckett puede ser clasificada como nihilismo extremo y activo. Literatura con personalidad, descarada y escandalosa para algunos, que impresiona por una simplicidad lingüística que tiende al silencio. Una obra que se va condensando a medida que se desarrolla y que, por encima de todo, es sincera: con su propuesta, con su mensaje y con la entrega a un trabajo arduo que busca crear espacios donde exponer a la luz la absurda realidad humana. Por eso inquieta y produce controversia, porque al leer sus textos descubrimos una relación directa con nuestra propia manera de vivir.
Los humanos somos seres incapaces de descubrir nuestro papel en el mundo, no sabemos contestar los grandes interrogantes que asedian nuestro intelecto. Una posibilidad de respuesta es la revelación que nos transmite Samuel Beckett a través de sus escritos, que se debaten entre la metáfora y la alegoría, que sólo pueden ser leídos e interpretados “como puros sonidos, libres de toda significación” (Molloy).
Samuel Beckett nos legó una obra literaria que es el intento más incoherente, pero al mismo tiempo el más lúcido, de responder la pregunta clave que siempre hemos querido contestar y nunca pudimos. Beckett establece la respuesta con un lenguaje carente de significado, incapaz de mantener un marco referencial porque, como nuestra sociedad actual, ha anulado la correlación entre contrarios. A través de ese lenguaje en el que ya no cree, nos entrega su forma de manifestar la desesperanza y el desequilibrio que embargan a la humanidad: la literatura del absurdo. Un discurso narrativo que, aferrado al intrascendente sentido de la vida, trasciende al denunciar que la existencia en este mundo es un absurdo cada vez más incomprensible•