Por Xabier F. Coronado
No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Escribir es lo único que llenaba mi vida y que la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.
Marguerite Duras, Écrire
Cada escritor tiene una manera propia de entender su trabajo. Hay quienes llegan a la literatura para contar historias repetidas a las que trasmiten un estilo más o menos personal. Se conforman con seguir las rutas trazadas que recorren el mundo literario, autopistas de peaje donde el autor deja parte de sus ideas y proyectos originales en la caseta de cobro. Estos escritores se convierten en asalariados de la literatura, escriben para vivir, realizan un trabajo que sigue patrones establecidos con el objetivo de venderlo a editoriales comerciales que rara vez se arriesgan con planteamientos literarios que no aseguren beneficios.
Por otro lado, están los autores que no se conforman con recorrer carreteras transitadas, creadores inquietos que abren brechas hacia territorios desconocidos. Apuestan por la literatura de exploración, de riesgo, y asumen el rechazo editorial o la incomprensión del público. Son pocos los escritores que viven para escribir, entregándose incondicionalmente a su trabajo; entre ellos están, sin duda, los que contribuyen al desarrollo de la literatura.
En la segunda mitad del pasado siglo, Marguerite Duras recorrió casi todos los caminos literarios. Se dejó poseer por la escritura, dedicándose a ella sin reservas. El resultado fue una obra que desbordó los cauces literarios habituales. En uno de sus últimos libros, que recopila textos y entrevistas, reflexiona sobre el oficio de escribir y afirma que muchos libros que se publican no son libres ni originales, “son libros cautivos, estandarizados, ordenados, una alegoría que recuerda al amo bienpensante, recto, convencional y acartonado.” (Escribir, 1993.)
Marguerite Duras comentaba lo fácil que sería para ella escribir con el estilo de sus primeros libros y contar historias que se entiendan sin esfuerzo. Pero la autora decidió tomar el camino difícil, aventurarse con sus propios personajes por territorios desconocidos, estableciendo una nueva ruta en el mapa literario. A pesar de que alcanzó el éxito con una de sus novelas, el conjunto de su obra, una propuesta multidisciplinar donde se fusiona la palabra escrita con la imagen y el so-nido, aún no ha sido comprendida ni valorada en toda su dimensión.
Vivir para escribir
Toda mi vida he escrito./ Como una imbécil, lo he hecho/. No está mal que haya sido así./ Nunca fui pretenciosa./ Escribir toda la vida, enseña a escribir. Aunque eso no salva de nada.
Marguerite Duras, C’est tout
Marguerite Donnadieu Legrand nació en 1914 en Gia Dinh, pueblo cercano a Saigón, capital de la antigua colonia francesa de Indochina, hoy Vietnam. Fue la tercera hija de un matrimonio de profesores, antes habían nacido Pierre, en 1909 y Paul, en 1912. Su padre murió cuando ella tenía siete años. A partir de 1925, su madre dirige una escuela en Sa Déc, una pequeña ciudad en el delta del río Mekong, donde Marguerite recibe educación escolar elemental hasta la preparatoria que cursa interna en un colegio de Saigón. En 1932 viaja a Francia para poder acceder a una enseñanza universitaria.
En la Sorbona estudió Matemáticas, Derecho y Ciencias Políticas; trabajó como secretaria en el Ministerio de Colonias de 1935 a 1941. Su primer libro fue escrito en ese período, un volumen de propaganda oficial, L’Empire Français (1940), realizado en colaboración con Philippe Roques. Ambos trabajaban en la Agencia General de Colonias y la obra fue encargada por el ministerio con el propósito esencial de “enseñar a los franceses que poseen en ultramar un inmenso dominio”. Es el único libro que Marguerite Donnadieu firmó con su nombre auténtico y se ha convertido en una obra oculta que no se incluye en su bibliografía. Se trata de un texto de difícil justificación que sólo puede explicarse en términos de inmadurez y sentido del deber profesional mal entendido.
Poco después escribe sus primeras novelas: Los impudentes (1943), La vida tranquila (1944) y Un dique en el Pacífico (1950), esta última es lectura obligada para quien quiera estudiar su evolución como escritora. Es un texto donde ya aparecen explícitos los ejes temáticos que desarrollará a lo largo de su carrera literaria, casi todos derivados de las propias vivencias de la autora: relaciones familiares y amorosas, conciencia de la feminidad, la pasión y el placer.
Duras participa en la Resistencia francesa, responsabilidad que le crea una conciencia política. Al final de la guerra escribe un intenso diario, El dolor, que estuvo perdido durante años y será publicado hasta 1985; “el dolor ha sido una de las cosas más importantes de mi vida”. Sus siguientes novelas: El marinero de Gibraltar (1952); Los caballitos de Tarquinia (1953) y El Square (1955), se centran en las relaciones de pareja. Con la publicación de Moderato cantabile (1958) emprende un camino literario muy personal que evoluciona hacia el teatro y el cine.
A partir de entonces se suceden interesantes novelas –La tarde de M. Andesmas (1960), El arrebato de Lol V. Stein (1964), El vicecónsul (1966–; obras de teatro –L’ Eden cinéma (1977), Savannah Bay (1984–; guiones cinematográficos y adaptaciones dramáticas o fílmicas de sus textos. Entre ellos destaca India Song, publicado en 1973 con el subtítulo, “Texto/Teatro/Film”; un experimento literario concebido como teatro que llevó al cine en 1975: “Primero vi el teatro de India Song y después escribí el libro. Luego la visión fue remplazada por las páginas enfrentadas de la escritura misma, y después, cuando hice la película, todo fue barrido.” Un trabajo intergenérico que su autora comparaba con una composición musical en tres tiempos: “Es un moderato cantabile al comienzo, sin juegos de palabras, luego un vivace en el medio y al final un andante interminable.”
La obra literaria de Marguerite Duras reúne casi treinta novelas, una docena de textos teatrales –su trayectoria dramática fue premiada en 1983 por L’ Academie Française–, libros de relatos y ensayos diversos. Sus trabajos cinematográficos son una faceta importante de su obra: escribió y publicó numerosos guiones, entre ellos Hiroshima, mon amour (1958), película realizada por Alain Resnais, y dirigió una veintena de cintas de largo y cortometraje. Entre ellas: La música (1967); Nathalie Granger (1972), que fue el debut de Gerard Depardieu en el cine; El camión (1977), que protagonizan Depardieu y la propia M. Duras; y Los niños (1985), su última película.
La biografía más completa sobre la autora es de Laure Adler (Marguerite Duras, 1998), que recopila datos aparecidos en estudios anteriores y aporta documentación inédita, una buena guía para conocer su trabajo creativo. Aunque a nivel literario es ubicada dentro del nouveau roman y en cine incluida en la Nouvelle vague, la obra de Marguerite Duras es muy personal, independiente de estos movimientos a pesar de haber trabajado con escritores y realizadores cinematográficos de su época. Tampoco se posicionó en la línea del feminismo militante del Mouvement de Libération des Femmes (MLF), liderado por Simone de Beauvoir, pero fue asidua colaboradora de la revista femenina de vanguardia Sorcières y amiga de Xavière Gauthier y Michelle Porte, que publicaron interesantes libros de conversaciones con ella (Les parleuses, 1974; Les lieux de Marguerite Duras, 1977).
Duras se sintió atraída por el periodismo, que para ella significaba “escribir en el acto. No esperar”. Publicó numerosos artículos y reportajes en periódicos y revistas (France-Observateur, Vogue, Libération, Cahiers du Cinéma, etcétera), que reflejan su pensamiento progresista y solidario. Algunos fueron recopilados en varios volúmenes: L’ eté 80 (1980), Outside (1984) y Le monde extérieur (1993).
En 1988 se publica El amante, novela donde la autora retoma sus vivencias en Indochina, un libro que la hace mundialmente conocida: se vendieron millones de ejemplares en cuarenta idiomas diferentes. Marguerite Duras vivió para entregarse con pasión a la escritura y dejó una obra amplia y diversa de interés indiscutible: fue la escritora más leída, traducida y comentada de la segunda mitad del pasado siglo.
Literatura y cine
Es un libro./ Es una película./ Es la noche./ La voz que aquí habla es, escrita, la del libro./ Voz ciega. Sin rostro./ Silenciosa.
Marguerite Duras, El amante de la China del Norte
No es sencillo escribir sobre la obra de Marguerite Duras debido a la complejidad formal de una labor creativa que asocia géneros y artes. En sus libros, novela, poesía y teatro se funden para hibridarse con el guión cinematográfico, un tipo de textos que en Francia fue denominado, ciné-roman.
Aunque nunca regresó a Indochina, la antigua colonia francesa está presente en su obra como espacio habitual donde se desarrollan las historias que escribe. En ellas, personajes atípicos se relacionan en ambientes donde confluyen el exotismo profundo y la angustiosa inquietud existencial en lucha con la muerte, la memoria y el olvido. Sus libros tratan a veces sobre los mismos personajes y relatan la historia desde varios puntos de vista. Las novelas de tintes autobiográficos derivan unas de otras y los miembros de su familia son encarnados por diferentes protagonistas.
El amor y las maneras de entregarse, mental y físicamente, a la persona amada es su principal obsesión. En sus textos invierte los roles de la relación hombre/mujer; rompe con el concepto tradicional de pareja y trata abiertamente temas como la homosexualidad, el incesto o la infidelidad; también subraya la influencia posterior que las relaciones familiares ejercen en la vida de las personas. La raíz que nutre y mueve sus historias es la pasión. Duras sintió desde muy joven el deseo de vivir con libertad su feminidad: “Morales de orden diverso llenaban ya mi espíritu de confusión.” La condición femenina fue el fundamento de una obra donde las mujeres tienen el protagonismo y la palabra para manifestar sus sentimientos y frustraciones.
En sus historias la naturaleza, en especial el agua, crea atmósferas donde los personajes viven bajo esa constante influencia. En los títulos y páginas de sus libros se repiten nombres de mares y ríos: Pacífico, Atlántico, Ganges, Mekong, Loira: “Miro el río y no consigo apartar los ojos del agua. No pienso en nada, en nada. Qué orden.”
Margarite Duras poseía un corazón inquieto, ávido por experimentar, que necesitaba entender la razón de sus latidos y sólo se calmaba al realizar el acto genuino de crear. Escribir fue la solución para comprender lo que sentía; para ella no hay vida sin escritura porque la escritura es la vida. Sobre las relaciones entre su obra y su experiencia vital se han escrito muchos trabajos. También hay análisis psicológicos de su escritura realizados por Julia Kristeva y Jacques Lacan.
Los textos de m. Duras se liberan de lo racional o normativo y renuncian a la construcción gramatical obligada. La puntuación es libre; el fraseo, corto y sencillo, reiterado, aislado por comas o unido por nexos copulativos. La repetición de palabras crea esquemas rítmicos que producen efectos sonoros y en muchos libros el discurso narrativo se integra en forma de versos.
Una característica de su estilo es la preponderancia del diálogo. Sus obras se fueron acercando al género dramático y al guión cinematográfico, una transformación que dio lugar a un tipo de textos que no encajaban en la clasificación literaria acostumbrada y fueron llevados a la escena teatral o al cine. La propuesta fílmica de Marguerite Duras, como realizadora y guionista, es una manera particular de vincular imagen, palabra y concepción espaciotemporal, consecuencia de la búsqueda de nuevas formas de expresión y estructura.
A pesar de los diálogos continuos, sus obras se nutren de silencios que marcan la angustia de los personajes ante la imposibilidad de transmitir con palabras lo que sienten. Los textos se van haciendo más enigmáticos y ambiguos, más líricos, con voces múltiples y finales abiertos, particularidades que obligan al lector a reflexionar para poder entender las historias y los personajes creados por ella.
La obra de Marguerite Duras es controvertida, provoca interrogantes y suscita debates en críticos y lectores. Para penetrar la complejidad formal de sus creaciones es necesario enfocar el mundo emocional que las envuelve, pues la autora somete la palabra dentro de esquemas creados para expresar la complejidad de los sentimientos. La aportación de Marguerite Duras a la literatura contemporánea es una obra original, libre y progresiva, que trasciende el concepto formal de género e impregna la escritura de imágenes y música.