En su nuevo libro, la escritora mexicana aborda la vida de Lupe Marín, esposa de Diego Rivera y Jorge Cuesta. Con autorización de Planeta, Seix Barral, ofrecemos un fragmento.
El México de Lupe Marín
En 1976 entrevisté en su casa de Paseo de la Reforma número 137 a Lupe Marín. De esa larga conversación se publicó una entrevista en el periódico Novedades el 10 de febrero de ese año. Tiempo atrás, el 26 de febrero de 1964, también paraNovedades, había entrevistado a su hija, la arquitecta Ruth Rivera Marín, y el 17 de diciembre de 1969 el mismo diario publicó mi ar-
tículo Ruth Rivera, una flor de Nochebuena que ha muerto, a la mañana siguiente de su fallecimiento.
El 22 de mayo de 1997 recibí en Chimalistac a Antonio Cuesta Marín, hijo de Lupe Marín. Cada vez que venía a México desde Tlaxcala traía a la casa copias de bodegones de Frida Kahlo para ver si podía yo venderlas, tarea para la cual resulté totalmente inepta. También me ofrecía artesanías de barro, de ixtle, copias de códices y alguno que otro objeto tallado en madera. Devanó frente a mis ojos una vida de mucho sufrimiento.
A lo largo de dos años, 1997 y 1999, hablé largamente con los nietos de Lupe: Juan Pablo Gómez Rivera, Diego Julián López Rivera, Ruth María Alvarado Rivera, Pedro Diego Alvarado Rivera y Juan Coronel Rivera. Guardo un recuerdo conmovido de Ruth, la única mujer, a quien siempre vi como a una niña desamparada que vivía en los terrenos de lava negra cercanos al Anahuacalli con su hijito, Diego María. Casi todos los nietos de Diego Rivera y ese bisnietito llevan su nombre marcado a sangre y fuego, como una huella indeleble o una cadena con candado cuya llave solo guarda, para bien o para mal, su mítico abuelo.
También tuve la oportunidad de entrevistar a Miguel Capistrán, a Concha Michel, a Juan Soriano y a Chaneca Maldonado, que trataron y amaron a Lupe Marín.
Años después, al ver la cantidad de material, decidí escribir una novela sobre ese México en el que Lupe Marín —mujer de Diego Rivera y luego de Jorge Cuesta— jugó un papel inesperado que la convierte —al igual que Frida— en un personaje legendario. A pesar de Frida Kahlo, Lupe Marín brilló con luz propia.
¿Por qué una novela? Porque todas las respuestas de los entrevistados apuntaban a un relato fantástico, y porque tantoDos veces única como Leonora o Tinísima pueden ser el punto de arranque para que un verdadero biógrafo rescate la vida y obra de personajes fundamentales en la historia y en la literatura de México.
A medida que avanzaba en la escritura, Sonia Peña y yo fuimos a Cuernavaca a entrevistar a Rafael Coronel, segundo esposo de Ruth Rivera Marín, y más tarde a Tlaxcala para hablar con el escritor Wilebaldo Herrera, amigo y protector de Antonio Cuesta Marín. En el ingenio El Potrero, en Córdoba, Marduck Obrador Cuesta, nieto de don Néstor Cuesta de su segundo matrimonio, no solo me reveló detalles de la vida de Jorge Cuesta, sino que me enseñó libros que le pertenecieron. En la Ciudad de México, Horacio Flores Sánchez trazó con admiración y nostalgia los rasgos de su amiga y compañera en Bellas Artes, Ruth Rivera Marín. El generoso Víctor Peláez Cuesta, hijo de Natalia Cuesta Porte-Petit y sobrino de Jorge Cuesta, no dudó en llenar lagunas y responder a preguntas cada vez que venía desde Canadá para hablar de la vida y la obra de su tío Jorge, ya que prepara un libro sobre la saga familiar de los Cuesta. En su casa de Coyoacán, Arturo García Bustos y Rina Lazo recordaron a Diego y a Frida, y Martha Chapa fue hasta mi casa con la devoción de una hija y ponderó los días y las horas que pasó al lado de Lupe. Las numerosas entrevistas a Guadalupe Rivera Marín, la hija mayor de Diego y de Lupe, hechas a lo largo de los años, confirmaron su inteligencia, su lucidez y el gran amor que le profesó a su padre.
Lupe Rivera Marín leyó la versión íntegra de Dos veces únicacomo también lo hizo Juan Coronel.
¿Por qué una novela? Cuando llegué a México en 1942 me asombró encontrar en un mapa de la República Mexicana que muchas zonas por descubrir, pintadas de amarillo, se ofrecían a la vista de los alumnos de primaria. Venía de Francia, donde los jardines son pañuelos y se cultiva hasta el último pedacito de tierra. Quise documentar a mi país no solo por sus aguas como las del Papaloapan, o sus jaraneros bajo los arcos del Café de la Parroquia, sino por sus personajes que eran en sí mismos un territorio florido y contradictorio: Carlos Pellicer, Tabasco; José Revueltas, Durango; Lupe Marín y Juan Soriano, Jalisco; Diego Rivera, Guanajuato; Octavio Paz, Mixcoac, en la capital; Guillermo Haro, Puebla, o mejor dicho, Tonantzintla.
Adentrarse en la geografía de Lupe Marín es recuperar la Revolución y sus armas calientes, el costurero con su Singer, sus hilos y agujas, los arrayanes, el vértigo de los Contemporáneos, al gran Lázaro Cárdenas y su heroica expropiación petrolera. Es caminar por el mercado de la Merced e ir a pie al Monte de Piedad del Zócalo y a la Secretaría de Educación en la calle de Argentina, en el Centro Histórico. Es abrir la puerta del imponente despacho de Narciso Bassols y su educación socialista, asomarse al balcón del Palacio Nacional bajo el estallido de los cohetes y los fuegos de artificio, esquirlas de luz en la noche del Grito cada 15 de septiembre. Inclinarse sobre Lupe es descifrar la biblia en los murales de los Tres Grandes pero también el dios mineral de Cuesta de la mano de José Gorostiza y el «torpe andar a tientas por el lodo» de su muerte sin fin. Lupe canjeó los brazos de un gigante subido en andamios por los de un desesperado poeta y alquimista que se movía —como él mismo escribe— en «un raquítico medio intelectual».
Lupe Marín siempre fue una tierra vasta y fértil, a veces árida, otras tormentosa y despiadada, pero jamás plana. Conocerla es descubrir un aspecto recóndito de ese terrible rompecabezas que es México.
Capítulo 2
LA PRIETA MULA
Diego se cuida de interrumpir a Lupe, le fascina observar esa boca casi siempre abierta y escuchar su respiración ruidosa. Cuando deja de hablar, mantiene los labios entreabiertos esperando la respuesta. El enojo la hermosea, y como en ella es frecuente Diego no la pierde de vista. Todo en Lupe es instinto. Diego ha conocido mujeres desenvueltas, pero ninguna como esta, intuición pura.
¡Qué bueno caminar del brazo de un hombrón que todos voltean a ver!
¿Por qué le contaba a él toda su vida? ¿Sería por la bondad en sus ojos saltones? ¿O sería porque ya se había enamorado? Todas sus fuerzas vitales se concentraban en Diego, sería su salvador.
—¡Qué infancia tan jodida la tuya, Lupe! Vamos a la Merced a llenar la olla.
La miel de las frutas suple el desamor de la infancia.
—Oye, gordito, ¿eres el pintor más grande de México o del mundo?
—Del mundo, Lupe, del mundo.
—¿Hasta de Chinajapón?
—Hasta de China y de Japón.
—¿Chinajapón no es un solo país?
—No.
—¿Entonces por qué cantan eso de «chino, chino, japonés, come caca y no me des»?
—¿Es eso lo que sabes de geografía, Lupe?
—¿Y eres rico? —cambia la conversación.
—No.
—¡Ay, qué horror, yo odio la pobreza! Desde niña me impidió tener zapatos, nunca pude invitar a nadie a la casa. Tampoco nadie nos invitaba porque a la gente pobre nadie la quiere. Lo que me consolaba era que en el mercado Corona las marchantas me regalaran un puñado de tamarindo con sal. Cuando supe que mi hermana María se había casado en la capital, decidí buscarte y ganarle. Ella se pescó al pintor Carlos Orozco Romero. Tú eres mejor, ¿verdad?
Diego escucha con la avidez de los curiosos, el brazo de Lupe apoyado en el suyo. Para Lupe, lo más sorprendente es que esta montaña alta y gruesa a su lado termine en unas manos diminutas. Diego sostiene entre ellas una libreta de apuntes y dibuja al mecapalero, a la vendedora de alcatraces, su niño dormido en la espalda como un alcatracito a punto de abrirse. Lupe se une al coro admirativo que observa a Diego. Dibuja el puesto de rábanos, el de los jitomates. No hay la menor malevolencia en sus ojos boludos. «Es un gordo bueno, jamás me va a hacer daño», le confía Lupe a la vendedora de calabacitas. El gordo también la dibuja a ella: Lupe, de frente y de perfil... Excélsior