El escultor nacido en Chihuahua charló con Excélsior sobre la aparición de un libro de gran formato que, a través de diversas voces críticas, revisa sus cincuenta años de trayectoria artística
Sonia Ávila. Excélsior
Foto: Quetzalli González
CIUDAD DE MÉXICO.
“Soy un hacedor plástico”, responde sin titubear Sebastian (Chihuahua, 1947). Escultor, diseñador industrial y arquitecto, atrae la mirada de más de uno con sus obras de acero en gran formato asentadas en la vía pública. “He sido constante, y he podido trabajar sin detenerme en obra donde se refleje la gente”, señala en entrevista quien lleva de nombre de pila Enrique Carbajal y este año celebra medio siglo de producción artística.
Son, dice, cinco décadas de construir un discurso estético. De mantener una coherencia en su propuesta, aun contra la crítica que rechaza sus obras. De negarse a la moda para conservar un lenguaje propio. Y el suyo se ha centrado en tres ejes: la ciencia, la tecnología y la literatura, ecuación que aprendió de niño, cuando su madre le relataba historias de renacentistas.
“Por influencia de mi madre tengo idea de ser como en el Renacimiento, que utilizaba el arte, la ciencia y la tecnología. Como Leonardo Da Vinci que fue ingeniero y artista, fue un creador. Esa idea es la que me ha llevado siempre, porque creo que el futuro del arte universal y del hombre es unificar arte, ciencia y tecnología y todas las demás disciplinas para ser más humano y consciente en su pensamiento”, ataja quien ha producido cerca de mil esculturas, de las cuales 200 ocupan el espacio público a gran escala.
De esta conversión entre ciencia, arte y tecnología refiere el libro Sebastian. Medio siglo de creación artística, una coedición entre la Universidad Nacional Autónoma de México y Fundación Sebastian que reúne ensayos de historiadores, científicos, literatos y críticos en torno al trabajo escultórico del artista, miembro de número de la Academia Mexicana de las Artes. Hay textos de Ida Rodríguez Prampolini, Víctor Hugo Rascón Banda, Roger Penrose, Iisdoro Gliter, Michele Emmer, entre otros.
El libro es una revisión de la trayectoria del escultor a partir de ideas como la geometría, las teorías matemáticas, historia, poesía. Y más que un ejercicio biográfico, el artista señala que se trata de un corte de caja de su investigación para plantear proyectos. Una revisión a partir de voces externas sobre su trabajo que servirá como memoria para próximas generaciones.
Me voy adaptando a los cambios científicos y tecnológicos que me pueden dar ideas para ir desarrollando mi obra, y la que era antes pura y emocional se fue transformando y hoy es cuántica. Por eso estoy compilando todo para que esté en orden y quien venga después de que me vaya entienda lo que hice como lenguaje”, refiere quien ha expuesto en Alemania, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega, España, Inglaterra, Portugal, EU y Japón.
DE LA GEOMETRÍA A LA POÉTICA
Por un gusto genuino hacia las matemáticas, Sebastian tomó desde temprano el lenguaje de la geometría para crear figuras amorfas. Construir piezas que, si bien parecen no tener sentido, son símbolos de un entorno. “En mi caso uso la matemática, la geometría, la cristalografía, la topología y el sentimiento poético para armar un lenguaje con el que puedo reflejar lo que quiero. Lo tomo y transformo en ideas plásticas”.
La ciencia de los números, dice, es bella en su sentido intrínseco: un teorema, una ecuación o simple número se vuelve una obra de arte al aterrizar en el espíritu humano. “Así la geometría de la naturaleza es la belleza que yo tomo”, acota el autor de La puerta de Monterrey, Arcos del tercer milenio o Torus isotrópico, entre otras.
Quizás la más famosa de las relaciones matemáticas para demostrar la belleza universal sea la que se conoce como proporción áurea. Sebastian logró capturar en forma intuitiva la proporción áurea en la escultura Cinta sebastina, que hizo para mí en acero, de 90 centímetros de altura, como réplica de la pieza original de siete metros que hace diez años donó al City College de la City Universitiy of New York”, escribe el matemático Alfred S. Posamentier.
Si se conoce la evolución de la obra de Sebastian, es posible apreciar sus ligas con el desarrollo de la ciencia y cómo ha sido esta su apasionante inspiración. En la década de los 70 presentó exposiciones con diagramas planos y en volumen, estructuras articuladas, desplegables, procesos diagramáticos estáticos y una serie de variantes sobre los cinco cuerpos geométricos regulares”, recordó Ida Rodríguez Prampolini en un texto publicado en 1996, y compilado en este libro conmemorativo.
La propuesta de Sebastian no es sólo transformar números en arte, sino que éstos generen conexión con el espectador, con los vecinos que convivirán con la pieza. Entonces no sólo usa las matemáticas, sino la historia del lugar. Las características culturales de los orígenes de las comunidades para que la escultura sirva de espejo de quien la mire. Es, afirma, lo que buscó con El Guerrero Chimalli en Chimalhuacán, Estado de México, una de sus piezas más polémicas.
Lo que hago con las esculturas urbanas es buscar que se vuelven iconos y para ello tienen que beber de la raíz de la cultura del espacio en donde se plantean; entonces lo que hago es ir a lo más ancestral del pueblo y sacar algún símbolo y revivirlo y transformarlo a una cuestión contemporánea”. Así logra que la escultura se inserte en el paisaje urbano, que la gente se apropie de ella.
De hecho, Sebastian valora más el trabajo para espacios urbanos porque, afirma, es el espacio expositivo más democrático, donde nadie se siente obligado a mirar la obra, pero al mismo tiempo es capaz de apreciar la figura, a diferencia de un museo, en donde las personas deben desinhibirse para entrar. “La escultura urbana es fundamental, pues logra una acción social profunda”, ataja quien en 1996 construyó el símbolo de la ciudad de Kadoma, en Japón, con su pieza Tsuru, que es un haiku escultórico.
Para el artista las piezas urbanas tienen reglas diferentes de las que son para interiores. En sentido técnico y estético, como el uso de colores primarios que atrapen al espectador un breve tiempo, a diferencia de las obras en sitios cerrados, que apelan al tiempo extenso de contemplación. Una suerte de gramática plástica que puede convertirse en poética.