Inés Martínez Cárdenas. ALGARABIA.
Periodista, poeta, novelista y escritor. Nunca se supo si fue una broma o un error, pero José fue el primer Saramago...
Su verdadero nombre era José de Sousa, sin embargo, en el registro civil sus padres decidieron incluirle el apodo Saramago, famoso porque con éste conocían a su familia. Nació en Azinhaga, Portugal el 16 de noviembre de 1922. Sus padres, José de Sousa y María da Piedade, trabajaban en el campo y sus recursos económicos escaseaban. Aunque su familia no poseía ninguna tierra y su madre era analfabeta, ella le regaló su primer libro e inculcó en Saramago la semilla de la literatura.
En 1925 toda la familia se mudó a Lisboa, donde su padre trabajó como policía. Poco tiempo después de la mudanza, falleció su hermano Francisco, quien era dos años mayor.
Cuando Saramago tenía 12 años entró a una escuela industrial, donde encontró por primera vez clásicos de la literatura, que hasta los últimos días recitaba de memoria. Fue buen alumno pero sus padres sufrieron una grave crisis económica y Saramago tuvo que abandonar sus estudios. Para apoyar a su familia trabajó en una herrería mecánica. Todo esto influyó en su pensamiento, pues aquellas experiencias le hicieron tomar una posición con respecto a la política.
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En 1947 –año en el que nació su hija– publicó su primera novela: Tierra de pecado. La obra recibió muy buenas críticas, sin embargo, tras su publicación, Saramago se mantuvo sin escribir veinte años.
«Sencillamente no tenía algo qué decir y cuando no se tiene algo qué decir lo mejor es callar», dijo Saramago sobre su época de silencio.
Luego de esa sequía de letras publicó su segunda novela: Manual de pintura y caligrafía (1977). A partir de ese momento, no volvió a soltar la pluma.
Ganó el premio Nobel de literatura en 1998. Fue el primer escritor de lengua portuguesa en obtenerlo y el único hasta el momento. Su consagración como escritor llegó varios años antes, en la década de los ochenta, cuando publicó Memorial del convento (1982), una de las obras más emblemáticas de este lusitano. Gracias a esta obra Saramago conoció a Pilar del Río, su segunda esposa y su «alma gemela».
Pilar y Saramago
Cuentan las anécdotas que Memorial del convento llegó a manos de Pilar para cambiar su vida como periodista española. Cuando terminó de leerlo, ella sintió la necesidad de conocer más textos de Saramago. Corrió a una librería y encontró El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) –recomendado por su excelencia.
La necesidad que sufría Pilar por conocer a Saramago la llevó a buscar su número telefónico, y cuando lo consiguió marcó para decirle: «Voy a Portugal; quisiera conocerlo. No le pido una entrevista. Sólo quería agradecerle...»
Saramago, acostumbrado a las llamadas de los periodistas, accedió a verla.
Quedaron de verse en el Hotel Mundial a las 4pm. Intercambiaron datos, envolvieron el tiempo en interesantes diálogos para pasar desapercibidos, y finalmente tuvieron que despedirse. Ahí no terminó el encuentro, siguieron enviándose cartas durante un tiempo hasta que Saramago fue Barcelona y se reencontró con ella; después de esto nunca más tuvieron que separarse. Se llevaban 28 años pero nunca les importó.
«¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?»
Dicen que un día el traductor de Saramago se apareció frente a ellos con unos lentes negros y les dijo: «Me estoy quedando ciego...», así que a partir de ese día Pilar se adjudicó la tarea de ser la traductora de su esposo.
A partir de ese momento Saramago le dedicó a ellas todos sus libros. Estuvieron juntos hasta que murió el 18 de junio del 2010, tras una larga y productiva vida, Saramago falleció a causa de un fallo multiorgánico.
Su muerte, como ha sucedido con múltiples escritores, incrementó el número de ventas de sus libros. Dos años después, Pilar publicó el último libro que Saramago no logró concluir del todo: Alabardas (2014). Las cenizas del escritor están bajo un olivo en su tierra natal, y en su epitafio se lee: «Pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía.»