El creador de 76 años habla de su vida en la escena
ROSARIO MANZANOS/ESPECIAL. EXCÉLSIOR
El escenógrafo mexicano recibió la medalla Bellas Artes en enero de este año. Foto: Cuartoscuro/Archivo
HERMOSILLO.
Arquitecto, escenógrafo, iluminador, consultor, productor, gestor y actor. Teatro, ópera y danza. Alejandro Luna ha incursionado en todos los campos de las artes escénicas. Pero lo suyo, lo que verdaderamente le enloquece, es, sin dudarlo, la creación de espacios y atmósferas donde las historias más sublimes y abyectas converjan para representar la esencia de la vida misma.
Cinco décadas de teatro de Alejandro Luna es la exposición que se exhibe en el Museo de Arte de Sonora (Musas) y que se presenta en el marco del festival Un Desierto para la Danza —celebrado hace unos días— con dibujos, modelos, diseños y esquemas de algunas de las propuestas que han llevado al creador, a convertirse en el más destacado de los escenógrafos mexicanos de los últimos 50 años.
De 76 años, carácter jovial y trato amable, Luna está lleno de anécdotas. Habla con Excélsior de sus experiencias estudiantiles en las facultades de Arquitectura y Filosofía y Letras de la UNAM, de su trabajo pionero en el campo de la escenografía y su necesidad vital de vivir en el teatro, entendido éste no como un oficio, sino como una manera de concebir el mundo.
Pionero
Alejandro Luna, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2001, considera que tuvo una formación privilegiada:
“Estudié en escuelas maristas y luego pasé a las facultades de Arquitectura y Filosofía y Letras de la UNAM. Desde la primaria tuve como compañero a Eduardo García Maynes, hijo del filósofo. Competíamos mucho, yo por la calificación de lo que le llamaban aprovechamiento, pero también calificaban conducta y en eso me iba muy mal. Maynes siempre me ganó en calificaciones.
“Los dos entramos a arquitectura. Pero él no tenía el menor talento ni facilidad para llevar esa carrera. Pintaba con óleo en papel albanene, tiraba siempre la tinta, era un fracaso completo.
Se cambió a la Facultad de Filosofía y Letras para estudiar teatro y fue el primero que se recibió como director en la facultad
“Yo iba a visitarlo por dos razones, primero porque era mi amigo. Yo estudié toda mi vida en escuelas de sólo varones y para colmo en la escuela de arquitectura había cerca mil alumnos de los cuales 992 eran hombres, la competencia era brutal, además las muchachas no eran tan guapas. En cambio en Filosofía me sentía muy feliz porque la proporción era inversa, había muchas más muchachas, gran parte de los hombres eran gays, el ambiente era padrísimo.
“La segunda razón es que ahí había excelentes maestros, Fernando Wagner, Antonio Ruelas, Toño López Mancera, Agustino Fernández, Luisa Josefina Hernández. Cuando el maestro Ruelas supo que estudiaba arquitectura vio que por ahí podía solucionar su problema para hacer las escenografías para las preparatorias y me contrató. El teatro se estudiaba como actividad paralela. Hacía como quince o veinte escenografías al año, imagínate aquello, ¡era muchísimo!”
Luna tenía la energía para estudiar arquitectura, historia del arte y dramaturgia, entre otras cosas. Antes de llegar al teatro universitario ya había hecho 80 o 90 escenografías.
“Los presupuestos eran absolutamente ridículos. Era muy difícil hacer algo con eso y lo que hice fue una especie de mecano que armabas con cualquier pieza. Estaba bastante influenciado por Julio Prieto en la escenografía tridimensional, rampas y cosas así. Las producciones se veían muy bonitas porque era el mismo mecano al que se le agregaban cosas. Era la única manera de hacer algo porque además había que rentar el vestuario, fue un entrenamiento fantástico durante cuatro años. Fue hacer teatro de verdad”.
La luz
Luna también modificó radicalmente la concepción del diseño de la luz en el teatro. No sólo fue autodidacta sino que fue punta de lanza:
“Fui pionero y tuve que pelear mucho para que la gente tuviese crédito, se le considerara y se le pagara por la iluminación, porque se pensaba que eso lo hacía cualquiera. Te hablo de los cincuenta, sesenta, cuando no existía el concepto mismo del diseño de luces. De cuando sólo había una tira de ‘diablas’ con hileras de foquitos de colores.
“A pesar de ello, nunca he dejado que alguien ilumine mis cosas, me parece monstruoso. No concibo la escenografía si no hago la luz, es un problema metafísico —ríe—. Yo creo que cualquier cosa: la forma, el objeto mismo, el color, dependen de la luz que le pega, de qué dirección le pega y de la intensidad, para mí es algo consustancial hacer escenografía e iluminación, una depende de la otra, concibo las cosas iluminadas”.
La escena
Luna se recibió como arquitecto y combinó ese trabajo con la escenografía durante diez años: “Me gustaba mezclar las dos actividades. Hice mucha arquitectura habitacional, me gustaba hacer espacios, diseñarlos, lograrlos. Le echaba muchos kilos y me encontraba que a los clientes eso no les interesaba.
“Para ellos se trataba de una hipoteca, una herencia, la forma de salvar su matrimonio, cambiar de casa. No les interesaba la arquitectura sino la propiedad y luego que ya estaba terminada la casa, la amueblaban mal, los colores no checaban, si ponían cuadros eran atroces, se vestían mal para habitar esa casa y decían muchas pendejadas.
“En cambio, en el teatro los espacios son precisos, se ponen los muebles bien, los cuadros bien, las personas se visten bien y se dicen cosas interesantes. Yo me preguntaba qué estoy haciendo en la arquitectura habitacional y la dejé”. Luna es tímido y cuando se le pregunta cuándo se convirtió en un escenógrafo de renombre responde:
“Voy a serlo. Aún no lo soy. No creo estar en la cúspide, no separes que soy el más viejo de todos. Lo único que se puede hacer contra la vejez y pasarla dignamente, es el aprendizaje. Dada mi edad lo que más te hace aprender son los jóvenes. Me gusta estar rodeado de ellos. Si no te renuevas estas jodido”.
En el contexto de un festival de danza, Luna dice que si bien ha hecho poco en esa disciplina, lo realizado le ha dejado grandes satisfacciones como El Cascanueces, creado por Adriana Castaños en esta ciudad y representado durante varios años –por razones desconocidas no se pone más—y Hoy no circula, idea y producción de Cuauhtémoc Nájera para la Compañía Nacional de Danza, Juan Villoro como dramaturgo, “y un grupo de coreógrafos y yo”.