Algarabía
Pau Gibert
Conocidos como trovadores, troveros, juglares, minnesanger ogoliardos, estos músicos-poetas, revolucionarios cantores, personajes ambulantes contadores de historias legendarias, narradores de cuentos de amor, evocadores de un mundo
de fábula; tenían para la sociedad medieval una función muy marcada y definida.
Todos ellos, si bien de orígenes diferentes y emergentes de diversos estratos culturales, tenían un punto en común: el de trasladarse de pueblo en pueblo cantando las hazañas de los caballeros andantes, narrando el entusiasmo y valor de los cruzados, de los reinos y de las gestas.
Acompañados con violas y laúdes, iban de corte en corte y de pueblo en pueblo anunciando, promulgando noticias, contando guerras y aventuras de tierras lejanas, como cantara Bertran de Born, gallardo poeta: “Me gustan las tropas con escudos azules y rojos, las banderas y estandartes de diversos colores, las tiendas y los ricos pabellones alzados, las lanzas que se quiebran, los escudos traspasados...”.
El término juglar proviene del latín joculare, que significa “divertir”. No sólo designa al músico popular, sino a los instrumentistas, cantantes, mimos, acróbatas, bufones...
El cuerpo del juglar era el espectáculo que por sí solo transportaba y organizaba su circulación.
Estos músicos conformaban un grupo social que la élite de poder poco podía tolerar: la Iglesia los condenaba y acusaba por su paganismo, por sus prácticas mágicas —se consideraba que su poder era una amenaza.
Sea tal vez este prejuicio hacia su arte lo que lleva a estos músicos a lanzar una mirada política sobre la sociedad, convirtiéndose en historiadores, en transmisores de lo que pasa como resultado de lo que había pasado, discursando de y en contra de la sociedad.
Los destinatarios pertenecían a todos los estamentos de
la sociedad: campesinos que celebraban fiestas cíclicas o bodas; artesanos y agremiados con motivo de las fiestas de su patrón y de los banquetes anuales; burgueses, nobles. Los músicos actuaban una noche para una boda campesina y a la tarde del día siguiente en un castillo, donde comían
y dormían con la servidumbre.
No obstante las diferencias sociales de los oyentes, circulaba para todos el mismo mensaje musical, el mismo repertorio.
Las canciones populares se tocaban en las cortes y las melodías compuestas en las cortes llegaban a los pueblos y se convertían, más o menos modificadas, en canciones campesinas.
Excepto por lo que se refiere a la música religiosa, en el medioevo no había música escrita. Los músicos itinerantes ejecutaban de memoria melodías sin variedad compuestas por ellos, o antiquísimas danzas campesinas procedentes de toda Europa y Oriente próximo, como también canciones inventadas por nobles y letrados.
En este mundo en el que la música es una forma esencial de circulación social de las informaciones, los músicos podían ser utilizados también como propagandistas políticos.
Así, por ejemplo, Ricardo “Corazón de León” pagaba juglares que le componían canciones que celebraban su gloria y las cantaban los días de mercado en las plazas públicas. Durante las guerras era frecuente hacer componer canciones contra el adversario. Y, a la inversa, juglares independientes componían canciones de actualidad y canciones satíricas que los reyes prohibían cantar por tal o cual tema delicado, bajo pena de aprisionamiento.
Salvando las excepciones de ciertos textos trovadorescos, muy rebuscados y abstractos, que no se cantaban en los pueblos, o el caso de nobles que podían pagar los servicios de conjuntos de cinco o seis juglares; la música será a lo largo de la Edad Media la misma en el pueblo, en la plaza del mercado y en la corte de los señores.
En ese tiempo la música profana era de todos y tenía un carácter horizontal, en donde la circulación musical medieval carecía de elitismo y monopolización.
Hasta en el autoritario feudalismo, vemos en la polifonía un mundo de circulación, un mundo en el que la música en la vida cotidiana es inseparable del tiempo, actuada y no mirada.
Este valor social, democrático y vívido se romperá en el siglo XIV. La música de la Iglesia se secularizará
y autonomizará con relación al canto, utilizando cada vez más instrumentos artificiales; incorporando melodías, de origen popular
y profano, y dejando de extraerlas del fondo gregoriano.
Así se difundirían en las cortes las técnicas de música escrita y polifónica, alejándolas de la música del pueblo: los nobles “comprarán” a músicos formados en los coros de la Iglesia y les encargarán cantos solemnes para celebrar sus victorias, canciones ligeras y de diversión, bailes orquestados, etcétera.
Los ya exmúsicos trashumantes se convertirían en profesionales vinculados a un señor único, cristalizándose el paso de “vagabundo” a “criado”, un nuevo agente musical productor de un espectáculo reservado a una minoría. La música comenzaría a ser una mercancía al igual que los que la hacían.»