La Jornada
Alondra Flores Soto
Rubén Darío, autor de el libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor, además de gran poeta del modernismo fue un sibarita del mundo, un hombre de su tiempo.
Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) sirve al lector una muestra del cosmopolita apetito de su compatriota nicaragüense en el libro A la mesa con Rubén Darío, de reciente publicación, en una coedición entre las universidades autónomas de Nuevo León y Sinaloa, y Trilce.
Entramos a la cocina con la llave de este libro; vemos ahí todos los peroles, las marmitas humeando de lo que se cocinaba en esa época, habla en entrevista el autor, con un cristalino paisaje del Ajusco de fondo.
Las páginas constituyen una crónica de las artes gastronómicas a través de la inspiración de Darío, quien entendió y escribió de todo. El llamado Príncipe de las Letras Hispánicas no era un hombre rico. Nunca lo fue. Pero le gustaba el buen vivir, los buenos trajes, hechos a la medida. Y, por tanto, los buenos restaurantes.
Una lata en la portada contiene unas 360 páginas de la cocina de los días de Rubén Darío, fallecido hace un siglo: los sabores de la Belle Époque,sin fecha de caducidad. Mi guía es entrar en la época y descubrir que Rubén Darío veía la cocina como una cultura. Hago una conexión entre sus recuerdos de la cocina criolla nicaragüense y la de Europa, pasando por las de Latinoamérica o el Caribe, de las que él comentó en más de 700 crónicas.
Rubén se respalda en toda esa tradición para ver la cocina como cosa intelectual y artística, y se ocupa del tema desde París, capital de la moda femenina y de las artes de la cocina, no propiamente como cocinero ilustrado, sino como gourmet, se explica en el texto que presentará en las ferias del libro de Monterrey, el 11 de octubre, y en la del Zócalo de la capital del país, el día 16. Su visita a México también es para deliberar como jurado el premio Carlos Fuentes.
El pato número 32 mil 388 fue el que el saboreó Darío en 1910 en la Tour d’Argent, platillo mejor conocido como Canard au sang, del que el prestigiado restaurante daba certificado. El pato servido en una salsa hecha con su sangre era caro, edición de lujo para extranjeros.
En esta mesa con Darío y Ramírez, el plato fuerte: la Bella Época que alimentó al poeta y periodista, hombre de origen rural que llega al París del naciente siglo XX en los días de la Exposición Universal. La Ciudad Luz que vio por primera vez en 1893, soñada desde niño: París era para mí como un paraíso donde respiras la esencia de la felicidad sobre la Tierra. Era la aiudad del arte, de la belleza y de la gloria; sobre todo, era la capital del amor, el reino del ensueño, cita Ramírez en su libro.
Los apartados ensayísticos del libro son aderezados con ilustraciones de escenas de esos días y referencias literarias. El postre: más de 70Recetas Darianas, desde sopas, caldos, pucheros, aves, carnes, dulces y las de la tierra natal.
Se les pone una hoja de laurel y una cabecita de ajos asada. Todo el día cociendo, consumido el caldo queda seco el frijol. Se calienta entonces manteca de cerdo y en ella se echan los frijoles para que se frían bien dándoles vuelta como si fuera tortilla. Así es como Rubén enseñó a su mujer Francisca a preparar los frijoles criollos. Así Ramírez nos reproduce la receta.
Yo creo que él nunca cocinó directamente. Pero, igual que yo, que nunca he cocinado, me sé las recetas. Y era capaz de decirle a la mujer: es así. Se deleitaba de describir la comida, porque para él era parte de la vida, era buen comedor.
Generalmente, las personas pensaban que meterse a la cocina era algo degradante, observa el autor deAdiós muchachos. ¿Un escritor qué tiene que ver con la cocina? Y quizá con la idea que existía antes (eso ha cambiado mucho) de que la cocina era de las mujeres, comenta. Sin embargo, para su investigación, retoma a varios hombres de letras. Destaca Alejando Dumas y su diccionario de cocina, pero también menciona a autores como Joseph Conrad, Oscar Wilde o el mexicano Alfonso Reyes.
¡Fuera de aquí!, le decían al pequeño Sergio cuando entraba a la cocina. Recuerda que en la infancia lo sacaban porque era un lugar donde no debería estar, es decir, no era permitido ocuparse de cosas que se consideraban femeninas.
“Entonces, cuando yo era niño, los hombres que cocinaban eran vistos como homosexuales, se burlaban de los cuques, como les decían en Nicaragua a los cocineros. Hoy te das cuenta del prestigio que tienen los cocineros varones. La cocina ha pasado a manos de los hombres.”
Cronista insaciable
En charla, entonces, pregunta: ¿Por qué este tema es para mí relevante? Porque la comida es parte de la vida. Sin ella, uno no puede explicar a un país.
El libro gastronómico propone pensar a Darío como cronista insaciable sobre infinidad de cosas y conocer a un gran testigo de su época, quien vio las transformaciones no sólo culturales, sino políticas de su tiempo.
Las crónicas de Darío son muy importantes, explica: yo comenzaría por recomendar que las pusieran como lectura en las escuelas de periodismo. Aunque, obviamente, se le conoce más como poeta, pues la modernidad que creó la reconocen todos los que vienen después, como Borges y Octavio Paz, quienes lo consideran un escritor clave en la historia de la literatura latinoamericana.
Finalmente, advierte: Me faltó poner una nota, porque yo no me responsabilizo de estas recetas. No están probadas por mí. No soy cocinero. Soy aficionado a la literatura, y a la cocina desde el punto de vista de la literatura, y desde esta perspectiva está escrito el libro.