Excélsior
SONIA ÁVILA
El Museo Amparo revisa la obra del artista experimental en México
CIUDAD DE MÉXICO.
Sigmar Polke (Polonia, 1941-Alemania, 2010) fue un alquimista del arte. Su taller era una suerte de laboratorio. El de un experimentador de reacciones sintéticas con pigmentos, reactivos y soportes como lienzo o papel periódico. Sin metodología, sin repeticiones, sin recetas, el artista dejó el resultado de sus obras al azar. Obtuvo pinturas, fotografías y gouaches que oscilan entre la realidad y la farsa.
Composiciones para cuestionar la realidad de la imagen a partir de la ironía de la misma. Analizar la sociedad burda. Esa de la posguerra en Alemania que Polke proyectó en más de 11 mil fotografías, muchas intervenidas, y cientos de pinturas en diferentes formatos. De este universo, el Museo Amparo exhibe 40 gouaches realizados en 1996. Sigmar Polke. Música de un origen desconocido, es la primera exposición del artista alemán en México.
Polke representó a la generación fundadora del realismo capitalista. Un grupo de creadores que frente al realismo socialista, produjeron obra para evidenciar una realidad distinta. Desde la comunidad burguesa alemana hasta la manipulación de medios de comunicación. A partir de 1964 se dedicó a la fotografía experimental, y en sus imágenes alteradas hay una mirada puntual del mundo que recorrió: Pakistán, París, Nueva York, Afganistán, Brasil, y más.
En los gouaches expuestos, Polke experimentó el transcurso natural de la pintura sobre el soporte al dejarla gotear. Literal permitir su libre tránsito. Y en esas composiciones abstractas hace una crítica a conceptos como el de la mujer en casa, la comprensión del arte o la abstracción del tiempo y espacio. Pero cuando Le Bouhellec refiere a crítica no habla de juzgar; sino de alejarse para poder reflexionar con ironía.
Distancia que marcó desde su conceptualización como artista. Jamás escribió un texto sobre sus procesos, no perteneció a grupos, apenas concedió un par de entrevistas y los pocos registros fílmicos que hizo de su trabajo son películas mudas y en blanco y negro. Su posición sobre el mundo, añadió la curadora, fue el de un “recolector” de imágenes con el afán de perturbarlas.
Consiguió un arte incontrolable. Pinturas vivas en el sentido de que las reacciones químicas continuaron sobre la obra con el paso del tiempo. Obras nunca terminadas. Ejercicios como este le mereció el Premio León de Oro en la Bienal de Venecia en 1986.