Anthony Gottlieb. Algarabía
En cada época se encuentran nuevas razones para poner en duda la certeza de la libertad humana.
El concepto de libre albedrío —definido como la potestad de obrar por reflexión y elección— ha sido, desde la Antigüedad, una preocupación de muchos pensadores que se han preguntado en qué medida el ser humano se encuentra libre de influencias externas o «superiores» al momento de elegir y actuar. Esta idea está siendo cuestionada una vez más, ahora por parte de la neurociencia1 Tomado y adaptado de «Neurons versus Free Will», en la revista Intelligent Life, marzo-abril 2012. [Trad. Emilio Rodríguez Montemayor. Todas las notas son de la edición.].
Los antiguos griegos pensaban que Ananké, la fuerza primordial de la necesidad o compulsión, y sus hijas, las Moiras, manejaban las vidas humanas; incluso algunos griegos con mentalidad científica, como Leucipo en el siglo v a.C., concluyeron que el movimiento de los átomos era controlado por Ananké, de modo que «todo pasa... por necesidad».
La libertad a lo largo del tiempo
Los teólogos medievales tenían una preocupación diferente, pues intentaban conciliar la idea de la libertad humana con la de que Dios tiene conocimiento previo de todas las acciones. Y desde la revolución científica del siglo xvii, los filósofos han lidiado con la idea de un universo supeditado a las invariables leyes de la naturaleza. Este espectro del «determinismo» es una variante de la idea griega de la necesidad, sólo que con evidencia matemática y experimental que la sustenta.
Al inicio del siglo xx, la naciente ciencia de la psicología también debilitó la idea del libre albedrío: las teorías de Freud sobre los impulsos inconscientes sugirieron que las raíces de nuestros actos no son las que creíamos. Y luego vino la neurociencia, que a menudo pinta un panorama aún más sombrío: entre más averiguamos acerca del funcionamiento del cerebro, menos probable parece la existencia de una conciencia autónoma.
Entonces, ¿en qué punto de la cadena de eventos que llevan a una acción, podría encontrarse tal conciencia?
Las investigaciones sobre el cerebro realizadas por el psicólogo Daniel Wegner en 2002, concluyen que la voluntad consciente es «una ilusión», lo que han confirmado otros investigadores. Por ejemplo, Sam Harris —escritor estadounidense, especialista en neurociencia y religión— opina que el libre albedrío «no puede conciliarse con nuestra comprensión del mundo físico», y que las raíces de nuestro comportamiento «pueden rastrearse hasta llegar a eventos biológicos de los cuales no tenemos conocimiento consciente».
—Antes de pasar a otra cosa ejercita el cerebro—
Ahora hay señales alentadoras de lo que podría llamarse un «contragolpe al cerebro». Casi nadie duda que la materia gris en nuestros cráneos sustenta nuestros pensamientos y sentimientos, en el sentido de que un cerebro funcional es necesario para nuestra vida mental —esta idea no es nueva, ni siquiera moderna: Hipócrates la proclamó desde el siglo v a.C.—; pero los neurocientíficos apoyan cada vez más la idea de que estudiar las fluctuaciones de la actividad cerebral puede ser una forma engañosa de entender la mente: muchas de las actividades que nos caracterizan como seres humanos no suceden dentro de nuestros cráneos.
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Fuera del cerebro
Tal vez el cerebro no es el lugar indicado para encontrar el libre albedrío. Como dice el doctor Raymond Tallis —médico y neurocientífico británico en retiro— en su ensayo «Aping Mankind: Neuromania, Darwinitis and the Misrepresentation of Humanity»2 Traducido al español como «Hombre en mono: neuromanía, darwinitis y la tergiversación de la humanidad».: tratar de encontrar vida humana en el cerebro es como intentar escuchar el murmullo de un bosque escuchando una semilla.
La existencia de sofisticadas máquinas de diagnóstico —que permiten examinar el cerebro mientras aún está vivo y pensando— ha animado a algunos neurocientíficos a creer que pueden localizar el lugar donde reside la responsabilidad moral y la sede del amor en las llamativas imágenes producidas por los escáneres cerebrales. Pero aunque nuestra actividad mental depende del cerebro, no es necesariamente cierto que nuestro comportamiento se explique mejor al mirar en su interior.
Es como el chiste del borracho que pierde las llaves del coche en la noche, y las busca cerca de un farol, no porque las haya perdido ahí, sino porque ahí sí puede ver.
Además de que algunas veces «iluminan» el lugar equivocado, los escáneres actuales todavía son «faroles» con poca luz: como la actividad de las neuronas les resulta invisible, los escáneres fmri detectan los cambios en los niveles de oxígeno en la sangre, y los pet miden cambios en el flujo sanguíneo para detectar cuando algo sucede —o, más bien, ya sucedió—; además, sólo detectan rastros de grandes ráfagas de actividad neuronal, y se pierden los de cualquier actividad menor.
Descartes afirmaba que «la voluntad es por naturaleza tan libre, que nunca puede ser contenida», y por lo tanto, el libre albedrío está presente cada vez que tomamos una decisión consciente. Para Sartre, la voluntad es absoluta, y el único límite de la libertad es ella misma: no podemos dejar de ser libres.
Conoce más sobre el cerebro y la voluntad en nuestra edición con lo exótico de la maldad.